Despierto con la luz del día. El sol entra por la ventana llevándose la oscuridad de la noche. La alegría que he sentido durante la madrugada me dura el tiempo de darme cuenta de que estoy sola en la cama. Parpadeo un par de veces, alargo el brazo y mis peores pesadillas se hacen realidad. Lo de anoche fue un sueño y sólo en él dormí rodeada por los brazos de Álvaro.
Escucho un ruido en el baño y me asusto. Me tapo con la sábana, pero me doy cuenta de que lo más probable es que no sea anti balas ni anti ladrones violadores de Danis. Saco la cabeza y veo la puerta del baño un poco abierta y la luz encendida. Me levanto, temblando y de puntillas me dirijo al aseo para ver qué es lo que ocurre. Tal vez lo de anoche no fue un sueño. «Aún hay esperanzas».
Y no, no lo fue. Pero prefiero mil veces a un asesino violador de Danis dispuesto a matarme con un cuchillo en la mano, a lo que están viendo mis ojos. Desde luego la hoja de un cuchillo desgarrándome el corazón dolería muchísimo menos.
Álvaro tirita sentado sobre las frías baldosas del baño, tiritando sobre las frías baldosas, arrinconado en una esquina, totalmente encogido, agarrándose las piernas con fuerza y la cabeza entre ellas. Su llanto y sollozo me descolocan. Entran por mis oídos y explotan en mi estómago como si un rayo me cruzara entera. No me siento las manos, ni las piernas. Sólo puedo sentir los latidos de mi corazón rebotando en mi cabeza. Nunca, jamás, he tenido tanto miedo.
Me acerco a él. Literalmente corro hasta agarrarlo y lo abrazo todo lo fuerte que puedo. No lloro. No me sale. Mi estado de shock no me deja reaccionar de otra manera. El abrazo dura horas mientras él llora y se desahoga sin decir ni una sola palabra.
Pasan varios días desde que viera al amor de mi vida destrozado sobre el suelo del baño de su ático sufriendo de esa manera. He intentado hablar con él varias veces, pero cambia de tema y se enfada. Está muy irascible. No le puedo decir nada. Todo le molesta y le sienta mal. Hay días que no nos vemos. Y hay otros que, aunque estemos físicamente juntos, percibo que está muy lejos de mí. No encuentro la forma de que se abra y me deje ayudarle. No sé absolutamente nada de lo que ha ocurrido. Por qué se fue. Por qué ha vuelto siendo otra persona. Por qué no quiere contarme nada y, la pregunta que más miedo me da, por qué se está alejando de mí.
Las últimas semanas han sido duras. Álvaro quiere distanciarme de él, pero no lo va a conseguir. Estoy decidida a seguir luchando por lo nuestro. Le avergüenza que lo vea tan destrozado. Lo sé. Pero no voy a irme a ninguna parte. Sólo espero que entre en razón y me deje ayudarlo, antes de que sea demasiado tarde. Anoche, después de que me hiciera el amor de manera lenta y apasionada, y cuando creía que lo tenía un poco más cerca de mí, se me ocurrió hacer la sugerencia de que tal vez necesite un profesional para ayudarle a superar estos momentos. La cagué. Mucho. Muchísimo. Se puso como un loco, como una fiera. Aún estábamos desnudos cuando empezó a chillarme, descontrolado, endemoniado. Me asusté tanto que empecé a llorar y me acurruqué encogida entre las sábanas. Estábamos en su casa, si hubiéramos estado en la mía, hubiera salido corriendo a pedir ayuda a mi compañera de piso.
Necesitaba un nuevo refugio. El antiguo, él, había desaparecido en algún lugar del universo infinito, ¿dónde estás Álvaro? Quiero que vuelvas a mí.
15
NO LO DIGAS
—¡Estás loco! ¡Loco! ¿Me has oído? —grito.
Alejandro tiene los nudillos llenos de sangre. Le acaba de dar un puñetazo a Jose en la cara y lo más probable es que le haya roto la nariz. Medio gimnasio está agolpado en la puerta viendo lo que ocurre. Qué vergüenza.
—¡Tú!, ¡tú me vuelves loco! —me apunta con el dedo—. Joder —se queja, abre y cierra la mano, le debe doler un poco.
—Te lo tienes merecido —doy la vuelta y me voy.
No puede pegarle un puñetazo a una persona porque esté hablando conmigo, resulta algo bastante irracional. Me está acusando de volverlo loco, ¿yo?, ¿a él? Me tiene mareada de dar vueltas. Tanta indecisión me tiene exhausta.
Ahora me acerco a ti.
Ahora me alejo.
Ahora te acerco.
Ahora te alejo.
Me posee con pasión diez veces en dos días y luego desaparece durante una semana. Soy una marioneta en sus manos. De esto es de lo que tengo que salir huyendo. Joder. Este hombre es bipolar.
Voy en dirección contraria a mi destino, pero ya encontraré la forma de volver cuando se haya ido. Me esconderé como una rata tras la esquina y, cuando lo pierda de vista, saldré de la alcantarilla y me iré a casa. Sí. Necesito irme a casa. Para escapar de él tengo que pasar por la puerta del gimnasio, por delante del club de fans que ha salido a ver el espectáculo. Los saludo con la cabeza, en esas estoy cuando Alejandro me levanta y, como si fuera un saco de patatas de un kilo y medio, me carga sobre su hombro derecho y me aleja de allí diciéndome que me calme. Pero si yo estoy muy calmada. Tú eres el descerebrado que ha aparecido de la nada, le ha dado un puñetazo a Jose y ahora me lleva en hombros por medio de la calle. Levanto la cabeza mientras nos marchamos y los espectadores se han quedado atónitos. Les digo adiós dramáticamente con la mano y me encojo de hombros. La función ha llegado a su final.
No llegamos a su coche ni a donde quisiera llevarme. Se adentra en un callejón estrecho, oscuro y desolado. Me deja en el suelo, me aprisiona contra la pared y se apodera de mi boca de manera urgente. Me está aplastando, pero reacciono besándolo como si se fuera a acabar el mundo al minuto siguiente. Me agarro a su cuello y lo acerco más a mí. La necesidad que tengo de él es tan intensa que hasta duele. Durante estos días no me he permitido pararme a pensar en cuánto lo necesito y lo echo de menos, pero este beso me confirma que la vida sin él jamás podrá ser igual.
Jadeo.
Gruñe.
Me muerde fuerte. Me hace daño.
Seguimos devorándonos y noto el sabor metálico de la sangre adentrándose en mis papilas gustativas. No puedo parar. Llevo anhelándolo toda la semana. ¡Toda la vida! Ahora mismo es como si no hubiera existido nadie antes que él. Una espiral de emociones se apodera de mi cuerpo y mi mente. Pero la irracionalidad sobresale entre ellas y me pide a gritos que no vuelva a alejarlo de mí, que no me separe de él jamás.
Una puerta se abre a nuestro lado y un hombre muy bajito y calvo sale de ella dando un portazo, bolsa de basura en mano. El ruido nos hace volver del planeta a cien años luz donde nos encontrábamos. Se separa de mí aún jadeando y tiene que agacharse para poder acompasar su respiración. Yo estoy apoyada aún sobre la pared que me aguanta y no me deja caer. Las piernas me tiemblan y mi pulso está tan acelerado que casi hiperventilo. Me agarro el pecho e intento tranquilizarme. Estoy a punto del desmayo. Esto, sumado a la sesión de yoga intenso y a los ocho kilómetros en la cinta, está pudiendo conmigo. Intento centrar mi mirada en un punto fijo, pero sólo veo lucecillas blancas. Mi cuerpo se relaja de repente y en una milésima de segundo lo veo todo negro. Lo último que recuerdo son sus manos agarrándome fuerte antes de que mi cuerpo toque el frío suelo.
Me despierto en su cama. Todo está oscuro, sólo me alumbra una pequeña lámpara encendida en la esquina más alejada de la habitación. Me muevo un poco y el motivo de mi desesperación se acerca a mí con cara de preocupación. Me besa la frente y me pregunta si estoy bien. Lo estoy. Todo ha sido causado por el estado de estrés de estas semanas. Mi cuerpo necesita un descanso. Me lo lleva pidiendo a gritos demasiados días.
—Estoy bien.
—No puedo alejarme de ti —dice con cara de culpabilidad, parece que le duele.
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