Eva se acercó al oído de su marido.
—Marcos, bébete la copa, que yo quiero irme ya.
—Pero ¿cómo vamos a irnos, si acabamos de llegar? No llevamos ni media hora. Tranquila.
Pero ella insistió:
—O te bebes el gin-tonic , o me voy yo sola al coche. ¿No ves que van a acercársenos? Me muero de la vergüenza.
—Vaya tela. Venga, vámonos.
Se levantaron, dejando las copas a medias, y tomaron dirección hacia el pasillo. Las puertas laterales seguían llamándole mucho la atención a Marcos. Con voz juguetona, le insinuó a su mujer una nueva propuesta:
—Oye, por qué no entramos en una habitación de esas, los dos solitos, y hacemos el amor. —Mientras hablaba, agarró con su mano derecha el trasero de Eva.
—¡Qué dices! Déjate de tonterías y vámonos —le respondió ella justo cuando pasaban por la puerta abierta de uno de aquellos pequeños habitáculos.
—Venga, mujer, vamos dentro, que esta está vacía. Mira.
De un pequeño impulso, se metieron en el interior. Cerraron la puerta de un taconazo, o eso creyeron ellos, porque en realidad la puerta no llegó a cerrarse por completo. Una cómoda cama situada frente a un enorme cuadro rectangular con una pintura erótica los esperaba. Empezaron a besarse, aunque Eva lo hacía con bastante recelo y sin dejar de mirar a su alrededor. Marcos comenzó a desvestirse y a desvestirla a ella también, hasta que sus cuerpos cayeron en la cama, libres de toda prenda. La pasión, esa que había desaparecido durante demasiado tiempo, apareció de nuevo entre los dos. Después de que se recorrieran cada centímetro de piel con besos y caricias, Eva, ya más decidida, se colocó encima de su marido y empezó a mover las caderas rítmicamente. Marcos estaba en el paraíso terrenal en aquel momento. Levantó la vista y contempló a su esposa totalmente desnuda, con aquellos pechos en movimiento que deseaba besar toda la noche. Se alzó para tocarlos y besarlos cuando, de repente, comprobó con sorpresa que la puerta estaba entreabierta y que había un mirón. El voyeur era un treintañero que estaba pasándoselo genial viéndolos en acción. Aquello excitó tanto a Marcos que se acercó al oído de su mujer, quien, sentada encima de él, gemía de placer.
—No te escandalices, pero en la puerta hay algo muy parecido a un mirón observándonos —le dijo con voz susurrante.
—¿Te gusta que nos miren, te pone eso?
En otras circunstancias, Eva habría gritado, pero se encontraba tan excitada en ese momento que le daba igual. Bajó un poco el ritmo de sus caderas y giró su cabeza hacia la derecha, mirando con fijeza al extraño y sin parar en sus jadeos. Su marido estaba disfrutando de lo lindo con aquella situación.
—Sí, me pone tremendamente y quiero que te ponga también a ti.
Eva se levantó con parsimonia, giró su cuerpo y se colocó en posición de cuatro frente al treintañero. Marcos empezó las embestidas. Los dos observaban con disimulo a aquel joven desconocido que parecía masturbarse justo en la entrada, en la mismísima frontera invisible que separaba la habitación del pasillo. Eva empezó a gemir con más fuerza, al igual que su marido; sus rostros mostraban la excitación máxima que estaban experimentando. El orgasmo llegaría pronto para los dos —o para los tres—.
Terminada la faena, a Eva le entró una vergüenza terrible. El chico se subió los pantalones y desapareció. Los dos se vistieron apresuradamente y salieron de la habitación. La música envolvía todos los rincones del club. Aquel chimpún chimpún reggaetonero se metía por los oídos y les retumbaba por todos los rincones de la cabeza. Decidieron de mutuo acuerdo que lo mejor sería volver a casa. Se despidieron de la relaciones públicas y salieron del local. Atrás dejaban toneladas de morbo y lujuria en plena efervescencia.
Comenzaron a caminar por el aparcamiento en busca del coche cuando, de repente, vieron que el treintañero mirón salía también del club. Lo siguieron con la vista, no sin cierta curiosidad. Cuando llegó a su coche, un Audi R8 negro, dos tipos aparecieron por la espalda del joven y empezaron a discutir con él. Uno de aquellos hombres sacó una pequeña navaja y le asestó varias puñaladas. Eva y Marcos pararon sus pasos en seco y regresaron corriendo hacia la entrada del club. Volvieron a entrar en el recibidor y le contaron a la chica lo que había pasado en el parquin. Esta se quedó bastante extrañada y avisó a un compañero. Los cuatro salieron a la calle, se acercaron con mucha precaución al Audi y encontraron un gran charco de sangre en el suelo, pero del muchacho no había ni rastro. A juzgar por toda aquella sangría, muy probablemente fuera ya cadáver.
A la media hora, el club estaba cerrado al público y con la Guardia Civil registrando los alrededores. Eva y Marcos se encontraban sentados en uno de los sofás de escay negro mientras un agente les hacía varias preguntas. Ella quería morirse de la vergüenza, tanto que le temblaban las manos. El guardiacivil, al notarlo, le aseguró a la pareja que actuarían con la máxima discreción; la identidad de los dos estaba totalmente a salvo. Eso los tranquilizó bastante.
A la mañana siguiente, la prensa local salía con titulares como: «Una reyerta en los aparcamientos de un club liberal acaba con el supuesto asesinato y desaparición de un joven». Y la noticia seguía, diciendo: «El cuerpo del aparentemente fallecido desapareció de forma misteriosa del lugar. Una de las parejas que se encontraban en el lugar de los hechos presenció la escena y aseguran que los atacantes eran dos».
Marcos leyó la noticia completa y luego se quedó pensativo unos minutos. Por su cabeza iban pasando una tras una todas las escenas de la noche anterior. Todo había ido perfectamente, hasta aquel fatídico momento en el que fueron testigos del apuñalamiento.
Una mano se posó en su espalda, sacándolo de sus cavilaciones. Era Eva, que acababa de levantarse de la cama.
—¿Qué lees? ¿Es la noticia de lo de anoche? ¿Ya está en los periódicos?
—Sí, viene en varios diarios. Mira. —Marcos le acercó el portátil para que también leyera toda la noticia.
—Joder, vaya marrón. ¿Por qué han puesto que una pareja presenció aquello? ¿Y si los asesinos nos buscan para matarnos a nosotros también?
—¿Qué? ¿Cómo van a buscarnos?
—Lo mismo nos vieron y saben quiénes somos.
—Venga ya. El aparcamiento estaba oscuro, las farolas no estaban cerca de nosotros en aquel momento. Imposible que nos vieran bien las caras.
—En fin, no quiero saber nada más de ese asunto. Punto y pelota —murmuró mientras se disponía a preparar el desayuno.
Pasaron varios meses. La relación entre Eva y Marcos parecía ir mejor, aunque no tanto como ellos quisieran. El profesor llevaba varias semanas que solo aparecía por casa para dormir; además de las clases en el instituto, estaba haciendo varios cursos formativos, y eso le ocupaba la mayoría del tiempo. Él quería estar lo más distraído posible para no pensar en otras cosas. Ella tampoco tenía mucho tiempo libre, ya que en esa época del año trabajaba realizando declaraciones de la Renta para una gestoría.
Una de aquellas noches, Marcos andaba desvelado, se recostó en la cama y encendió su portátil. Conectó los auriculares y eligió una canción de Jenny & the Mexicats. A continuación, pinchó en su navegador y le echó un vistazo al historial. Allí, entre otras muchas, estaba la dirección de la página web del Passion Swinger Club. Solo tenía que ingresar su nombre de usuario, la contraseña y estaría dentro, otra vez. Miró de reojo a Eva, que dormía plácidamente a su lado. Gracias a la luz de la pantalla, podía ver su cabello reposando en la almohada y sus hombros desnudos. Estuvo así un rato, dudando si entrar o no en la web. Sus dedos se colocaron sobre el teclado y, voilà , ya estaba dentro de aquel Facebook para parejas liberales. No visitaba ese enlace desde que pasó todo lo del supuesto asesinato. Se fijó en que tenía veintitantas notificaciones. Había un montón de parejas nuevas subiendo fotos y vídeos. En su bandeja de entrada esperaba para ser abierto un mensaje del administrador. Marcos, antes de aceptar a más parejas, abrió el mensaje.
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