Una vez en el instituto, subió a la sala de profesores y encendió el portátil. Marcos era profesor de Filosofía y los lunes tenía la primera hora libre, así que aprovechó para ojear aquella adictiva página web. Tenía curiosidad por comprobar si alguna pareja le había pedido amistad, así que ingresó en su perfil. Él se había puesto como nick Han Solo, y a Eva, Princesa Leia. Sí, Marcos siempre fue bastante friki.
Aún no tenía ninguna notificación de amistad, pero se percató de que en la bandeja de entrada de su perfil tenía un mensaje del administrador de la web dándole la bienvenida y mostrándole, además, las normas y el funcionamiento de la página. Marcos lo leyó con atención y se dio cuenta de que recomendaban subir una foto de perfil y varias otras al álbum para tener más éxito. Durante unos momentos estuvo mirando fijamente la pantalla, pensando en que tendría que subir fotos de la pareja, o sea, imágenes con su mujer, porque se dio de alta como pareja, y eso suponía un problema. Decidió buscar en varias carpetas del portátil alguna foto de los dos juntos, y encontró una que se hicieron el año pasado en la boda de su hermana. Él iba de traje y corbata y ella llevaba un vestido que dejaba al aire buena parte de sus piernas. Se decidió por esa fotografía. Las demás parejas, por lo general, no mostraban las caras, así que con un programa de imagen recortó sus rostros y pinchó en el enlace para la subida de fotos. Su perfil era ahora más atractivo para los usuarios que pudieran visitarlo. Miró el reloj, apagó el ordenador y empezó a preparar las clases.
El día transcurrió como siempre: instituto, almuerzo, recogida de Alberto de las clases de inglés, etcétera. Por la noche, una vez que todos estaban acostados, Marcos, haciendo como que trabajaba en el ordenador, tecleó la dirección de la web liberal, ansioso por comprobar si tenía más notificaciones. Y así fue. Han Solo y la Princesa Leia tenían seis notificaciones: seis parejas que les pedían amistad cibernética. Parecía que la foto añadida por la mañana en el instituto había dado buen resultado.
Visitó los perfiles de las seis parejas y se dio cuenta de que todas ellas habían rellenado el formulario del perfil y él no. Pensó que rellenándolo atraería a más parejas, así que se puso manos a la obra.
Han Solo: 44 años. Pelo moreno. Ojos marrones. 1,75 m. 75 kg. No fumador. Deportista. Casado. Cádiz.
Princesa Leia: 39 años. Pelo castaño. Ojos verdes. 1,69 m. 60 kg. No fumadora. Deportista. Casada. Cádiz.
Acto seguido, guardó la información de perfil y aceptó las solicitudes de la media docena de parejas que estaban interesadas en conocerlos. Unos circulitos verdes y rojos aparecieron en la parte inferior derecha de la página. Era un chat. Sintió curiosidad y pinchó en la única pareja que aparecía conectada: Marta y Mario.
Han y Leia:
Hola.
Marta y Mario:
Hola, amigos. ;)
Marcos se sorprendió por la pronta respuesta.
Han y Leia:
¿Qué tal os va?
Marta y Mario:
Muy bien. ¿Estáis los dos chateando?
Han y Leia:
Sí, estamos los dos.
Tuvo que mentir, pues pensó que diciéndoles que estaba con su esposa les haría sentir más cómodos.
Marta y Mario:
Conectad la webcam y así nos vemos los cuatro.
Es más divertido.
Marcos tuvo que volver a mentir:
Han y Leia:
No, no podemos, nos íbamos ya a la cama, es tarde.
Solamente queríamos saludaros.
Marta y Mario:
Ah, vale, pues entonces hasta otro momento.
Besos.
Han y Leia:
Hasta luego. Buenas noches.
Fue en aquel momento cuando comprendió que sin Eva poco podría avanzar en ese mundillo swinger . Así que, después de pensarlo mucho, decidió contarle a su mujer lo de la web, la moda de las parejas liberales y todo lo que rodeaba a aquel tema tan morboso.
Eva era administrativa. Llevaba desempleada cinco largos años, aunque de vez en cuando realizaba pequeños trabajos temporales como declaraciones de la Renta, el papeleo de alguna pequeña empresa y otros trámites parecidos. Por la mañana, mientras los niños estaban en el cole, aprovechaba para ir al gimnasio. Le gustaba estar en forma, y aunque, según ella, con algún kilito de más, se notaba que lo estaba.
A Marcos, en cambio, no le gustaban demasiado los gimnasios. Lo suyo era el pádel. Dos tardes por semana iba con su amigo Daniel, el conserje del instituto, a jugar un rato a una de las pistas que había cerca de su casa. Adoraba su trabajo de profesor. Incluso en verano daba clases particulares gratuitas a algunos chavales del barrio, quienes, por la situación económica de sus padres, no podían permitirse pagar una academia.
Aparentemente, eran un matrimonio felizmente casado, con dos hijos preciosos, una buena casa en propiedad y un par de buenos coches. Pero la realidad era otra, y Marcos había decidido solucionar sus problemas de una vez por todas. Estaba decidido a darle chispa a la relación.
El martes se levantó decidido a hablar con Eva, pero ella no estaba por la labor. Tenía un catarro bastante considerable y se quedó en la cama. Mientras les daba prisa a los niños para que se vistieran, Marcos pensó, con gesto contrariado, que tendría que aparcar la conversación para otro día.
Y así, entre una cosa y otra, pasaron los rutinarios días y llegó el viernes por la mañana. Eva estaba ya totalmente recuperada y él se esforzó en prepararlo todo. Quería crear la situación idónea, así que habló con los abuelos para que se quedaran esa noche con los niños, reservó mesa en un buen restaurante del centro y encargó un ramo de margaritas, las flores favoritas de ella. Solo faltaba que pasaran las horas lo más rápido posible.
Era la primera vez que iban a ese restaurante, uno de bastante lujo —y bastante caro, según le dijo el amigo que se lo recomendó—, con lámparas de araña plateadas, espejos antiguos y fotografías bellamente enmarcadas de lugares emblemáticos de la ciudad de Cádiz. En la entrada del local estaba esperando el metre de turno. Los guio hasta una de las mesas, al fondo del amplio comedor. Dos copas, una botella de vino, un pequeño candelabro con varias velas blancas… La noche comenzaba bastante bien.
Después de ojear la carta, Eva pidió pescado a la plancha. Él también se decidió por lo mismo.
—Qué raro se me hace que me traigas a cenar un viernes noche a un sitio así — comentó ella, mirando a su marido—. Antes no salíamos, y ahora llevamos dos cenas fuera de casa en poco tiempo.
—Es que, de vez en cuando, tenemos que pasar una noche así, una noche para nosotros, como la semana pasada —le respondió, ocultando sus verdaderas intenciones. Marcos no veía el momento propicio para contarle su morbosa propuesta, así que pidió otra botella de vino. Tras aguardar unos minutos, se lanzó—: ¿Sabes?, desde hace unos días quiero comentarte una idea que no deja de darme vueltas en la cabeza.
—¿De qué se trata? —le preguntó Eva medio sonriendo—. No irás a invitar a este camarero también, ¿no?
—No, claro que no. Se trata de nosotros. Como dijimos la semana pasada, hay que darle más vida a la relación, en todos los aspectos. Creo que podríamos empezar por el sexual, avivar la llama todo lo que podamos.
Eva escuchaba atentamente mientras su marido le servía otra copa de vino.
—¿Y qué ha pensado el señor? —le preguntó, esta vez con un claro tono sarcástico.
—¿Recuerdas la pregunta que nos hizo el camarero al que invitamos la otra noche? Aquello de si éramos swingers . Pues he estado informándome sobre el tema y me parece muy interesante. Es algo que podría inyectarle mucha vida a nuestra relación.
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