—No será alguna terapia de esas raras, ¿no? Ya sabes que paso de más terapias. Tenemos gafe con ellas y con los terapeutas.
—Sí, ya lo sé, no es una terapia. Bueno, no exactamente, aunque podría ser parecido… En fin, esa palabra parece que viene a representar todo ese mundo tabú de las parejas liberales. Ya sabes, locales de intercambio y demás. Estoy informándome. Podríamos probar e ir a uno de ellos. Hay varios que nos pillan cerca. Uno está en El Puerto de Santa María y el otro en Chiclana. Y que conste que no quiero intercambiarte con nadie, ni mucho menos. Solamente me gustaría que fuésemos a ver el ambiente que hay, la gente… Ya sabes, no perdemos nada por probar.
Las mejillas de Eva se enrojecieron rápidamente y un rotundo y contundente no salió por entre sus labios carmesí.
—Ahora sí que te has vuelto loco de remate. ¿Cómo se te ocurre una idea así?
En ese mismo instante, Marcos le ofreció su móvil para que viera la página web. Eva deslizó el dedo por la pantalla táctil y pudo observar las fotografías de la multitud de parejas que allí se exhibían tan alegremente.
—Pero si están todos en pelotas… Y, mira, aquí hay otras fotos peores. Guárdate el móvil antes de que te lo tire en el plato.
Uno de los camareros se acercó a ellos para preguntarles si todo iba bien. Eva sonrió forzadamente. Marcos aprovechó esa circunstancia e hizo desaparecer el iPhone de la vista iracunda de su mujer y se lanzó de nuevo al ataque:
—A ver, sería solo visitar el local y tomarnos algo allí, como en una discoteca o bar de copas. Muchas parejas van solo a mirar y a tomarse unas copitas. Por fisgonear un poco.
Eva repitió su enérgica negativa ante la propuesta de su angustiado marido:
—No me gusta nada la idea, ni lo pienses. ¡Se acabó el tema!
Aquella noche, Marcos decidió dormir en el salón.
Volvieron a pasar los días y el matrimonio no acababa de acercar posturas; nunca mejor dicho. Discutían igual que antes y se lanzaban reproches a la más mínima ocasión. Marcos llevaba ya casi una semana durmiendo en el sofá de su despacho. Allí tenía más privacidad que en el salón. Su humor ya no era el mismo. En el instituto, era mucho más seco con el alumnado y con sus compañeros. Incluso el conserje se preocupó por él, pues había dejado de ir a jugar al pádel. Se encontraba, en definitiva, entristecido.
Eva seguía con su día a día, igual que antes de aquella cena, pero fue dándose cuenta de que realmente la cosa no iba nada bien. Empezó a pensar que quizá, solo quizá, la idea de su marido no era tan descabellada. Al menos él intentó poner de su parte, aportar soluciones, y ella lo cortó de una manera radical. Pero aquel tema le daba mucha inseguridad. Sentía una mezcla entre desconfianza y vergüenza al imaginarse a sí misma entrando en uno de esos locales liberales. Una mañana que estaba sola en casa encendió su tableta y decidió informarse bien de todo lo relacionado con el mundo swinger , al menos para hacerse una leve idea en lo que a teoría se refería.
No le atraía nada aquella forma de vida liberal en la que las parejas se intercambiaban para realizar sexo, tampoco los tríos, y mucho menos las bacanales, pero pensándolo con detenimiento, podrían ir alguna noche para tomar una copa. Así, Marcos, saldría de esa especie de depresión por cabezonería que últimamente parecía poseerlo. A Eva le costaba mucho reconocer que tenía, de un tiempo a esta parte, un serio problema de inapetencia sexual y falta de deseo. Hacía mucho que no tenía un buen orgasmo. Ninguna de las terapias que hicieron logró solucionar sus problemas de pareja, entonces, ¿por qué no darle una oportunidad a la propuesta de su marido? Estuvo varios días pensándolo muy bien, hasta que una tarde, cuando Marcos llegó del trabajo, lo llamó a la cocina.
—Mira, Marcos, he estado pensando en eso que me dijiste de las parejas swingers .
Él la interrumpió de inmediato:
—No tienes que decir nada más, es algo que ya está olvidado. Quizá metí la pata, y no hay por qué seguir pensando en eso. Ya veremos otra forma mejor de…
Eva volvió a tomar la palabra, interrumpiéndolo también:
—Escúchame, lo he pensado bien, me he informado, al igual que hiciste tú, y he llegado a la conclusión de que podríamos probar a ir una noche a alguno de esos locales que me comentaste. Pero solo para tomar algo y ver las instalaciones. He leído que son parecidos a discotecas o bares musicales.
Marcos no daba mucho crédito a lo que estaba escuchando. Al principio creyó que Eva estaba de broma, pero al comprobar que hablaba en serio, unas cosquillas empezaron a invadirle la barriga. Notablemente nervioso, le contestó, probando suerte:
—Hoy es jueves, así que podríamos ir este sábado. Dicen que esa es la noche que mejor se pone.
—Mejor vamos mañana viernes, que estará aquello más tranquilo. Déjate de agobios. Y esta vez llama a tus padres para que se queden con los niños. Los míos estarán de viaje todo el fin de semana.
El viernes, después de la cena, Eva empezó a prepararse. Se enfundó un vestido blanco ceñido al cuerpo que le hacía un escote bastante pronunciado, medias a juego y zapatos de tacón. Marcos vestía vaqueros, camisa celeste y una americana. Iban dispuestos a visitar el club de El Puerto de Santa María, pero con los nervios se equivocaron de salida y tomaron dirección a Chiclana. En el trayecto hablaron poco, pues iban abstraídos en sus pensamientos. Llegaron a la entrada de un conocido polígono, y allí, a unos doscientos metros estaba el local, con su letrero luminoso en la fachada: «Passion». El marido sacó del bolsillo interior de la chaqueta una pequeña petaca y se la ofreció a Eva. Era ron añejo, para envalentonarse un poco y poder entrar en aquel local sin que les temblaran las piernas.
Llamaron al timbre y pasaron a un pequeño recibidor. A unos metros, un pequeño pasillo conducía hasta una lujosa barra de bar. Aquello se asemejaba bastante a una discoteca, con la salvedad de que allí estaban rodeados de parejas morbosas que bebían, charlaban, se acariciaban y se besaban.
Eva y Marcos pidieron dos gin-tonics y echaron un vistazo a su alrededor. Estaba claro que allí todas las mujeres se ponían sus mejores galas, cosa que no sucedía tanto entre los hombres. Había gente bailando en la pista, y también varias parejas se encontraban sentadas en unos butacones negros. Observaron que al fondo había una entrada a lo que parecía un largo pasillo. Estaban los dos tan tensos que casi no se dieron cuenta de que una chica estaba hablándoles. Era la relaciones públicas del local. Después de las presentaciones, Marcos le comentó que era la primera vez que visitaban un sitio así y que estaban bastante nerviosos. La chica les explicó cómo funcionaba todo aquello, de una manera muy amable y empática.
—¡Todos hemos tenido nuestra primera vez! —exclamó sonriente.
Los invitó a otra copa y a que la acompañaran para ver el local. Fueron relajándose poco a poco. Copa en mano, atravesaron la pista de baile y se metieron en el misterioso pasillo que daba a otra pista más pequeña con una gran cama redonda en el centro. Se fijaron en que a los lados del pasillo había muchas puertas. Eran habitaciones, en las cuales las parejas hacían realidad sus fantasías, y además podían elegir si querían que los mirones disfrutasen de las vistas o no. Algunas puertas estaban entreabiertas y pudieron ver algo de reojo mientras seguían a la chica. ¡Cómo se lo pasaban de bien los que estaban allí dentro!
A Marcos se le subió la temperatura con tanto morbo rodeándolo, sin embargo, Eva estaba muerta de vergüenza, ya que le daba mucha ansiedad y sentía una sensación extraña. Cuando llegaron a la segunda pista, la relaciones públicas se despidió hasta más tarde, pues tenía que seguir atendiendo a las demás parejas que iban entrando en el local. El matrimonio se acercó a una segunda barra que había nada más entrar y se sentaron en unos taburetes metálicos. No tardaron en aparecer miradas cómplices y sonrisas pícaras y sensuales de otras parejas hacia ellos.
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