Al principio hemos de violentarnos a nosotros mismos para permanecer silenciosos, pero luego nace algo en nosotros que nos arrastra al silencio.
Ojalá te haga Dios experimentar ese «algo».
Si lo logras, una luz inefable te iluminará... y, al cabo de un tiempo, una indecible dulzura nacerá en tu corazón, y el cuerpo se verá casi obligado a permanecer en silencio.»
Isaac de Nínive, un monje sirio.
Citado por A. de Mello,
Contacto con Dios, págs. 53-54, Sal Terrae.
9. Miedo al silencio
Tenemos muchos miedos. Es humano tener miedos: al dolor, a la soledad, al futuro, al qué dirán, al fracaso, al absurdo...
Pero sobre todo tenemos miedo al silencio. No sabemos qué hacer con el silencio.
No sabemos a dónde nos acabará llevando.
No sabemos a qué mundo desconocido nos acabará conduciendo.
El silencio nos lleva a una experiencia de soledad...
El silencio como soledad nos lleva a situarnos ante nosotros mismos, desnudos, sin ropajes ni artificios, solos ante nuestra cruda y bella realidad.
A esta soledad, sin nadie que nos arrope, sin nadie que nos comprenda o proteja; a esta soledad le tenemos miedo. Nos cuesta vernos tal como somos y aceptarnos tal como somos...
Por eso, una razón para huir del silencio es nuestro miedo a la soledad, miedo a nosotros mismos, miedo a encontrarnos con nuestra propia realidad.
Si tenemos paciencia y afrontamos ese miedo a la soledad sin buscar compensaciones, recuperaremos el paraíso perdido, descubriendo la riqueza de vivir y existir tal como somos; recuperaremos el paraíso perdido y encontraremos el hogar, nuestro hogar. Un hogar lleno de vida y de paz. La vida y la paz que brota del silencio, la vida y la paz que da el amor del corazón, la vida y la paz que da la luz de Dios, iluminando nuestra mente y nuestro corazón.
Si tenemos paciencia y vivimos el miedo a la soledad más allá de ella, encontraremos el valor del silencio en su pleno sentido: encontraremos nuestra comunión con nosotros mismos, con Dios y con toda la creación.
10. Señor, todo es sonido silencioso
Señor, todo es y no-es infinito.
todo es y respira el aliento eterno,
todo es sonido silencioso,
eco de tu música silenciosa y divina.
Señor, palabra es tu silencio
en mi corazón,
silencio amoroso es tu caricia,
llenando de paz el hondón de mi alma.
Señor, sumergido en tu quietud
callada y amorosa,
vislumbro tu eterna presencia
en un mar sin orillas y sin música.
Señor, silencio y quietud es todo,
amor y ternura es tu presencia.
Señor, silencio, hecho palabra inefable,
es tu voz misteriosa en mi alma.
Señor todo es sonido silencioso,
presencia callada, beso del cielo,
envuelto en tu abrazo amoroso
me dejo todo yo en tu alma.
11. Leyendo a los místicos 2
Es preciso recuperar el silencio
«Lo hemos expulsado de las ciudades.
En el campo, en el monte, en la orilla del mar
es acosado por aparatos de estridente potencia.
Todo y todos se esfuerzan por ahogar su silencio.
Por eso es preciso crear islas de silencio
en torno a nosotros y en nuestras ocupaciones.
Islas para defendernos; islas para recuperarnos.
El silencio no nos engaña con propuestas fantásticas,
no nos distrae con milagros imposibles,
no nos cansa con estrépito fastidioso.
Es preciso repatriar el silencio que hemos desterrado.
Ese silencio que aporta calma, da paz y hace crecer
la sabiduría.
Los momentos más grandes de la vida humana
son siempre momentos de profundo silencio.
Los momentos más grandes del arte, de la ciencia,
de la creatividad, son momentos de absoluto silencio.
De cuando en cuando tenemos que retirarnos al interior
de nosotros mismos, y en el silencio, descubrir la verdad
y dirigir con seguridad el timón de nuestra vida.
Hay que crear islas de silencio en medio de las ocupaciones
más absorbentes para no ser arrastrados,
para ser dueños de las cosas y no dejarnos triturar por ellas.
Dios quiere que seamos dueños de las cosas
y no pajas que arrastra la corriente.»
F. Mieza
12. Sed de silencio
Siempre nos ha llamado la atención el silencio, cuando se hace presente, en una situación concreta.
Siempre nos ha llamado la atención el silencio, cuando se hace presente, en una situación concreta.
Siempre nos ha llamado la atención el silencio de una calle solitaria, el silencio de un camino hacia la montaña, entre los troncos de unos pinos centenarios.
Siempre nos ha llamado la atención el silencio de una gruta o de un sótano, o del espacio recogido y oscuro de una capilla o catedral románica.
El silencio nos llama la atención, no pasa inadvertido. No sabemos de dónde viene ni adonde va, pero nos llama la atención, nos despierta y nos abre por dentro a algo desconocido, a algo que se nos escapa y no sabemos qué hacer con él.
El silencio, cuando se hace presente, está ahí, sin más, sin decir nada diciéndolo todo, porque el silencio habla con sola su presencia callada y desnuda.
El silencio cuando se hace presente, no pasa inadvertido, te llama la atención sin pretenderlo, nos habla sin decir nada, nos interroga sin hacer preguntas, nos sitúa y nos descubre el lugar donde nos encontramos, sin análisis ni cálculos mentales.
El silencio es un misterio, un misterio desconocido en nuestros caminos rutinarios, en nuestros trabajos estresados y estresantes, en nuestras tareas y conversaciones superficiales, en nuestras idas y venidas inconscientes y agobiadas.
El silencio es un misterio que, cuando se hace presente en nuestra vida rutinaria, dividida y ausente, nos llama la atención y despierta de pronto, en nosotros, sin pretenderlo, asombro, temor, sosiego, descanso, nerviosismo, calma serena, inquietud angustiosa, o qué sé yo de cosas positivas o negativas.
Sin saber cómo explicarlo, el silencio siempre nos desencadena un cúmulo de pensamientos y reacciones emocionales, que nos llevan a valorar, despreciar o temer el silencio, sin acabar de saber qué es realmente y qué podemos hacer con él.
El silencio, sin saber cómo ni por qué, es amado o temido, valorado o despreciado, buscado ardientemente o evitado a toda costa, porque con él y en su presencia, podemos sentirnos vivir o morir. «Hay silencio que matan», decimos, pero también sabemos que hay silencios que nos abren a un mundo nuevo, a un paraíso, un silencio que nos llena de vida infinita, amorosa y divina.
Ante la presencia del silencio no permanecemos indiferentes, siempre nos despierta por dentro y por fuera, unos pensamientos, reflexiones y reacciones emociones, positivas y gozosas para unos, pero también negativas y angustiosas para otros.
1. ¿Qué es el silencio?
2. ¿Qué es realmente el silencio?
3. ¿En qué consiste el silencio?
4. ¿Dónde está el silencio?
5. ¿Está dentro de nosotros?
6. ¿Está fuera de nosotros?
7. ¿Cómo notamos su presencia?
8. ¿De qué depende su presencia?
9. ¿Por qué a veces viene y a veces se va y desaparece?
10. ¿Sabes qué es el silencio?
11. ¿Te relacionas con el silencio?
12. ¿Qué relación tienes con el silencio?
13. ¿Te interesa el silencio? ¿Por qué?
14. ¿Ignoras el silencio? ¿Por qué?
15. ¿Desprecias el silencio? ¿Por qué?
16. ¿Valoras el silencio? ¿Por qué?
17 ¿Temes el silencio? ¿Por qué?
18. ¿Qué idea tienes tú del silencio? Descríbela.
19. ¿Has tenido alguna experiencia del silencio? ¿Cuál?
20. ¿Piensas que hay diversas clases de silencio?
Describe alguna de ellas.
Tendríamos que empezar diciendo que «hay silencio y silencios», como diría Santa Teresa. Hay silencios auténticos y silencios falsos, como hay monedas valiosas y auténticas y monedas falsas.
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