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El sueño de la montaña
Víctor Rivera
XII Concurso Nacional
de Libro de Poesía, 2021
Universidad Industrial de Santander
Bucaramanga, 2022
Página Legal
El sueño de la montaña
XII Concurso Nacional de Libro de Poesía UIS
Víctor Rivera
Pintura de carátula: Andrés Gallo Cajiao, “Sin nombre” (2012)
© Universidad Industrial de Santander
Reservados todos los derechos
ISBN: 978-958-5188-19-8
Primera edición, febrero de 2022
Diseño, diagramación e impresión:
División de Publicaciones UIS
Carrera 27 calle 9, ciudad universitaria
Bucaramanga, Colombia
Tel.: (607) 6344000, ext. 1602
ediciones@uis.edu.co
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin autorización escrita de la UIS
Impreso en Colombia
Dedicatoria
A
Eduardo Gallo, Manuel Amézquita, Lizeth Burbano,
Salvador Hernández, Ana Milena Correal, Julián Idrobo.
Agradecimientos
“Tengo el deseo de regresar
a las faldas de la montaña
abandonándolo todo, olvidándolo todo...”
Ko Un
Y en el instante mismo que la mañana
le cierra las puertas en los ojos
y se esconde, pone su lámpara
al amparo de una montaña que había perdido…”
Adonis
“Media montaña es verde, y la otra mitad
inconmensurable, y esa roca
se vuelve aire tranquilo”
Wallace Stevens
I
Es preciso que la ciudad quede atrás
y más allá de los bordes iniciar el camino
con el silencio que sube la montaña.
Llega un punto en que las manos
deben regresar al lugar
donde pocas cosas crecen,
allí donde el resplandor
diluye las formas,
y el cuerpo se abre
con la respiración de la turbera,
en la libertad que solo el aire
entrega a las cosas abiertas.
Traspasar la penumbra
sin esperar respuestas.
El camino es lo que tiene que ser.
Cada paso la comprobación
del movimiento de la montaña,
la gravedad que atrae el peso justo
de un cuerpo semejante
al pronunciado declive,
o al deseo escondido
en los ojos de un pájaro,
que ve la luz,
en las últimas hojas de la altura.
II
Si fuera leve en su polvo de camino
el cuerpo nacido en estos valles
y deseara la montaña con corazón de pastos
doblados al viento.
Pero la montaña no es la ilusión
de una fotografía en blanco y negro,
sino la cumbre anhelada y difícil
en que el caminante duda
de su propia sombra,
templo blanco de roca y silencio.
Preciso es subir descalzo,
el cuerpo lavado,
como un puñado de pétalos
y tierra de los campos que brotaron
de la ceniza del volcán.
Preciso es saber que la montaña
existe para ser imaginada;
de ahí la dificultad para subirla,
impredecible,
como las grietas del ultimo glaciar,
o el sueño blanco, por el temporal oscurecido.
III
Alimento de la tierra
son estas gotas de sudor
y la cáscara de nuestras palabras
arrojadas al suelo
en un ovillo de árnica y laurel.
No nos pertenece lo que se diluye
y toma forma lejos de nosotros.
Es parte del sacrificio
este olvido de los viejos trajes,
este trocar las palabras por aire.
Algo hay que aprender de las rocas
que se entregan a la disolución,
de estas liebres salvajes
que se abrazan a los pastos, hechizadas,
sin ver la sombra del águila.
IV
En pocas horas la intemperie
no estuvo fuera, sino dentro,
bajo el abrigo y la camisa.
Con cada paso una palabra,
el monólogo dentro de una casa
de ventanas azotadas por el viento.
La intemperie de las palabras
fue la casa del pecho, de paredes dobladas
por los golpes del corazón de la montaña.
En la empinada rampa,
el cuerpo jadeante es una casa de paja,
y sus muros, palabras que se desarman
en las manos del temporal.
Solo queda la conversación del sol y la carne,
la casa sin techo, abierta al cielo.
V
El consuelo de los escaladores
no es la cumbre o el refugio,
sino el gorrión de páramo
que pisa la sombra del piolet
y de pronto sale volando.
Parece dar un giro
y llegar en un instante
al lado oculto de la montaña.
Semejante a una ranura, su pico amarillo
es un pequeño foco de luz,
que introduce el resplandor del espacio.
Basta un grano para imaginar la espiga dorada,
un pedazo de lava endurecida para sentir el volcán.
Alivia saber que hay algo más allá,
y toma forma en el pájaro
que raspa la tierra buscando raíces,
o que se arredra en su cuerpo
como lámpara de su propio calor.
VI
El tiempo que tarda
el sol de los venados
en cruzar el flanco azul de la montaña.
Lo que demora el sol
en abrirse paso entre la niebla
y tocar las hojas del encenillo.
Lo que tarda el ojo del halcón
en hallar la pálida liebre
entre las comisuras de la tierra.
El movimiento largo y pausado
de las hojas del frailejón
naciendo lentamente del tronco.
Así cada paso, lento,
del cuerpo que sube por el risco
entre el áncora de su propio peso y el aire.
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