Los cambios en el sistema educativo
Ante todo nos debemos preguntar: ¿Por qué el cambio o la necesidad de un nuevo modelo de escuela? Los intentos de renovación de la educación se proponen objetivos más ambiciosos, logros más altos de calidad, eliminación de las causas del fracaso o del abandono escolar, al tiempo que se intentan mayores cotas de calidad y la ampliación del acceso a niveles más elevados de formación entre la población. Las motivaciones apuntadas anteriormente nos remiten a otras causas que determinan la diversidad de los cambios.
Tratando de sintetizar las consecuencias del cambio educativo, el Profesor Mencía afirma que el nuevo modelo de escuela pasa por romper con el viejo, apuntando estas tres rupturas:
a) Lo primero es esa idea que hoy tienen la mayoría de los profesores de que lo más importante en clase es su enseñanza, lo que ellos dicen, lo que hacen, lo que piensan, lo que deciden, lo que organizan. Pues bien, el profesor tiene que romper con esa idea, tiene que salir de ese error y admitir que lo más importante es el aprender de los alumnos, lo que estos descubren, lo que hacen, lo que piensan, lo que dicen, lo que proyectan y organizan, con la ayuda, orientación y mediación del profesor, que actúa desde un segundo plano.
b) Los profesores, los alumnos y toda la sociedad necesitan romper con la idea de que el principal cometido de la escuela es transmitir conocimientos.
c) Es necesario romper, desde el punto de vista de la práctica docente, con los actuales módulos organizativos de espacios, de tiempos y de modos de hacer, para dar lugar a la diversidad educativa y a la implantación de una pedagogía diferenciada (Mencía, E., 1993: 52).
César Coll analiza aquellos elementos que han impedido la innovación escolar y propone una serie de “medidas para estimular y promover un interés social constante por la mejora de la calidad en la educación:
• definir con claridad lo que la sociedad espera de la educación escolar;
• establecer un currículo básico para todos los alumnos y fijar las condiciones de opcionalidad curricular;
• asegurar una buena formación inicial de los profesores y ofrecerles oportunidades adecuadas para continuar y profundizar su desarrollo profesional;
• prescribir unas formas de organización y funcionamiento de los centros escolares que sean sólidas, ágiles y flexibles;
• asegurar a todos los centros los recursos materiales, técnicos y humanos necesarios;
• supervisar el rendimiento de las escuelas con el fin de garantizar unos resultados satisfactorios, identificando las que no funcionan o forzándolas a mejorar;
• y, por encima de todo lo anterior, proteger el ejercicio responsable de la autonomía y la libertad de acción de todos y cada uno de los centros escolares” (Coll, C., 1990: 73).
Se han dado las respuestas más diversas a la cuestión sobre los cambios que deben producirse en la escuela. Ante la diversidad de problemas siempre encontraremos situaciones nuevas y complejas, por eso Husén propone los dos requisitos previos a cualquier cambio educativo: “contar con profesores competentes y comprometidos y disponer de recursos, tanto materiales como culturales, contando siempre con el apoyo de los padres” (Husén, T., 1987: 29).
Son muchos los educadores que participan de la convicción del Profesor Luis Alberto Machado, el impulsor del Proyecto Inteligencia en Venezuela, cuando habla de instaurar en cada centro la “revolución de la inteligencia”, donde a los niños se les enseñe a pensar cada día, como una materia específica (Machado, L. A., 1975: 118). El anhelo de cambio de la escuela sólo podrá realizarse cuando cambie el papel del alumno en ella.
El cambio curricular
Al tratar del currículo nos acercamos a la comprensión de la enseñanza obligatoria, a la comprensión de la escolarización y a los mecanismos de selección y planificación de los contenidos en relación con una cultura. Currículo y sociedad tienen una influencia recíproca, de ahí el sumo interés que tiene el estudio de los determinantes de los contenidos de los currículos en relación con el pensamiento educativo y la formación básica para las profesiones. Como nos dice Gimeno Sacristán, citando a Kemmis: “La misma ordenación del currículo por parte del Estado es una forma de intervenir en la diferenciación laboral-profesional, separando por especialidades y jerarquizando por ocupaciones” (Gimeno Sacristán, J. y Pérez Gómez, A., 1989: 190).
La nueva era del conocimiento sitúa a la educación en el centro mismo de la sociedad, pero con una proyección abierta, pues la educación debe prolongarse a lo largo de toda la vida, como compañera del desarrollo incesante de la persona. Valores y saberes deben conjugarse en total armonía, presidiendo la maduración integral de cada ser. J. Delors resume los pilares de la educación a cuatro tipos de aprendizaje:
a) aprender a conocer,
b) aprender a hacer,
c) aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás,
d) aprender a ser (Delors, J., 1996: 96).
¿Cuáles son los contenidos de la educación ante la sociedad futura? La proyección europeísta y mundial de los conocimientos impone hoy una opción curricular flexible, acorde con los cambios vertiginosos de los saberes y el acceso fácil a las fuentes de la información. Se impone la lógica apertura cada vez mayor de los programas para que puedan tener mayor vigencia al concluir el período de formación. Coombs propone que “los contenidos curriculares prioritarios han de ser aquellos que, además de resultar relevantes para el futuro, promuevan el desarrollo de destrezas básicas fundamentales y conduzcan a la preparación del individuo para la asimilación de aprendizajes polivalentes” (Coombs, P. H., 1987: 18). Explicita estos contenidos en tres bloques: a) contenidos en el ámbito del conocimiento, b) contenidos en el ámbito de las destrezas y c) contenidos en el ámbito de las actitudes.
La revisión de los programas de enseñanza tratan de verificar su pertinencia y actualidad, como proyectos de formación y preparación de los educandos para su inserción en la vida social. Hoy se proponen cuatro ejes de trabajo en la reformulación de los currículos:
a) Llenar las lagunas de los programas, descubiertas en la práctica y con el paso del tiempo.
b) Repensar la estructura de los programas: Todo debe estar articulado con coherencia, evitando la simple yuxtaposición, para articular una nueva arquitectura de los programas según los objetivos interdisciplinares propuestos en cada etapa escolar.
c) Saber identificar lo esencial: Los programas tienden a encontrarse en aquellos elementos que aportan lo nuclear para la formación de competencias, con miras a posibilitar la movilidad de los estudiantes por distintos centros de formación, la preparación para estudios superiores, el acceso al trabajo y la integración del sujeto en la sociedad.
d) Asegurar la adquisición de unas competencias clave. Ser competente consiste en saber activar, en una situación dada, los conocimientos y las experiencias adquiridas. En el simposio sobre “Competencias clave para Europa” se nos presenta un amplio repertorio (40 items) en torno a habilidades genéricas como: aprender, buscar, pensar, comunicar, cooperar, emprender, adaptarse (Consejo de Europa, 1996: 44).
Redefinir los objetivos educativos
Las utopías en educación descienden a las realidades concretas para definir hacia dónde quieren encaminarse y qué logros deben obtener y evaluar. Por eso se ha llamado a la pedagogía la ciencia de los objetivos. Sin embargo, las múltiples realidades educativas requieren una adecuación de los objetivos y de las finalidades últimas elegidas. Ante una juventud en riesgo, ante unos grupos humanos excluidos, privados de cultura, en situaciones límite de pobreza o cargados de deficiencias madurativas, los objetivos deben acomodarse a cada situación real.
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