“Sanar el mundo. Catequesis sobre la pandemia” es el título del libro que reúne las nueve catequesis del Papa Francisco, pronunciadas en las Audiencias Generales de los meses de agosto y septiembre de 2020. Son verdaderas respuestas a la pregunta “¿Qué querés que haga?”
“La Iglesia, aunque administre la gracia sanadora de Cristo mediante los Sacramentos, y aunque proporcione servicios sanitarios en los rincones más remotos del planeta, no es experta en la prevención o en el cuidado de la pandemia. Y tampoco da indicaciones socio-políticas específicas (cf. Octogesima adveniens, 4). Esta es tarea de los dirigentes políticos y sociales. Sin embargo, a lo largo de los siglos, y a la luz del Evangelio, la Iglesia ha desarrollado algunos principios sociales que son fundamentales (cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 160-208), principios que pueden ayudarnos a ir adelante, para preparar el futuro que necesitamos. Cito los principales, entre ellos estrechamente relacionados entre sí: el principio de la dignidad de la persona, el principio del bien común, el principio de la opción preferencial por los pobres, el principio de la destinación universal de los bienes, el principio de la solidaridad, de la subsidiariedad, el principio del cuidado de nuestra casa común. Estos principios ayudan a los dirigentes, los responsables de la sociedad a llevar adelante el crecimiento y también, como en este caso de pandemia, la sanación del tejido personal y social. Todos estos principios expresan, de formas diferentes, las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor” (Francisco. Audiencia General, 5/08/2020).
La experiencia de la fraternidad es algo que Gustavo Vivona ha tenido desde muy joven, cuando empezó a integrarse al Movimiento, en su juventud. El trato cordial, sencillo y llano con el P. Ricardo y las demás personas, crearon vínculos muy profundos de fraternidad, lo cual le hizo cambiar la imagen de la Iglesia que tenía hasta entonces. Cambió la misma imagen de Dios en su corazón. Él expresa en el capítulo tercero: “No hay que entrar solamente en un templo para encontrarse con el sagrario de Jesús… ¿Qué nos significa creer en el Señor? El mensaje de esta presencia es: siempre me encontrarás en el prójimo” (P. Ricardo, MPD, El sagrario humano de Jesús, Espiritualidad del trato fraterno, 2006, p. 31).
Agradezco al autor la invitación a prologar “Una Iglesia renovada, una nueva humanidad”. Pocas veces he aceptado hacerlo. Al tratarse de hablar de la Iglesia que yo también he vivido en la segunda mitad del siglo XX y principios de este, me sentí motivado a escribir estos párrafos. Se trata de presentar una experiencia de la “maternidad” de la Iglesia. Solo así se la entiende cabalmente. Una Iglesia nacida del seno de la Trinidad, y a la vez una realidad bella y misteriosa que crece en los corazones lavados con la sangre de Cristo y animados por su Espíritu.
Que este libro sea una invitación a soñar con una Iglesia pobre para los pobres. Que nos invite a la esperanza y a la alegría de vivir la comunión con Dios y los hermanos. Textos como los que leerás en adelante, querido lector, querida lectora, nos invitan a soñar y a esperar, y decir con Alexis Valdés:
Y todo será un milagro.
Y todo será un legado.
Y se respetará la vida,
la vida que hemos ganado.
Cuando la tormenta pase
te pido Dios, apenado,
que nos devuelvas mejores,
como nos habías soñado.
+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes
Quilmes, noviembre de 2021
Introducción
El año 2020 nos sorprendió como humanidad con la experiencia inédita de una pandemia que afectó a todos los pueblos de la tierra. En el mes de mayo de ese año, al verme impedido de desarrollar normalmente mi tarea profesional de abogado debido al cierre de los tribunales, me encontré con una disponibilidad de tiempo inusual, como le ocurrió a la gran mayoría de las personas.
Esta circunstancia me impulsó a orar con mayor frecuencia. Cada día, en mi encuentro de oración personal con Dios, le expresaba mi sentir interior signado por la incertidumbre. Mi pregunta recurrente era: ¿qué quieres de mí, Señor? Participar semanalmente de una comunidad de fe me ayudó a discernir la voluntad de Dios Padre para mi vida en esa circunstancia. Poco a poco, tomó forma el impulso de transmitir mi experiencia de camino en la Iglesia y el anhelo de la construcción de la civilización del Amor, tal como lo expresa San Pablo VI. Así, se plasmó la iniciativa de escribir estas líneas.
Cuando hablamos de un Iglesia renovada nos referimos a una Iglesia que vuelve a nutrirse de las fuentes de su nacimiento. Es la presencia del Espíritu Santo, derramado en Pentecostés en la primera comunidad cristiana congregada por María, la madre de Jesús, hace más de 2000 años, la que lo hace.
Es la fuerza de lo alto que fluye del Espíritu Santo y se expresa hoy en toda la Iglesia y en toda la humanidad, con el mismo poder que resucitó a Jesús. Así, somos transformados en hombres y mujeres nuevos, constructores del Reino de Dios en este momento de la historia.
El Espíritu Santo no deja de soplar e irrumpe en aquellos que quieren recibirlo. Su manifestación se encarna en obras y en semillas de vida, en medio de tantos síntomas de muerte en la realidad personal, social y eclesial.
Vivimos un vertiginoso cambio de época en que la humanidad se hace profundos replanteos de toda índole en diferentes ámbitos: político, económico, laboral, filosófico, existencial, entre tantos otros. Somos testigos que el Espíritu Santo, encarnado en hombres y mujeres contemporáneos, ofrece respuestas a una realidad que muchas veces pareciera carecer de rumbo.
Un signo de la presencia de este Espíritu se revela en nuestro Papa Francisco, quien hace oír su voz en medio del desierto del mundo. Nuestro Pastor nos invita a un fuerte proceso de conversión cultural. Este camino claramente no se agota en un camino espiritual y de interioridad personal, sino que se expresa en propuestas de vida social muy concretas.
Entre los documentos que así lo manifiestan, encontramos Evangelii gaudium y Laudato si´, cuyos aportes resultan muy valiosos para la vida social, el diálogo como instancia clave de unidad en la diversidad, el cuidado de la Creación como parte de una ecología integral y el acento puesto en los pobres, excluidos y marginados del mundo.
Otro signo de la presencia del Espíritu Santo para transitar este proceso de conversión e integrar la fe a la vida de todos los días, son los Movimientos eclesiales y Nuevas comunidades. Así lo expresó el Papa San Juan Pablo II en su alocución en la Plaza de San Pedro en el Pentecostés de 1998.
El Espíritu Santo no deja de soplar. Impulsa el crecimiento de la semilla de una nueva civilización que tiene como cimiento los valores del Evangelio, plasmados en la Enseñanza Social de nuestra Iglesia. Son tiempos de asumir desafíos, de generar nuevas propuestas, de ofrecerse como odres nuevos para un vino nuevo (cf. Mt 9,1).
A lo largo de su historia, la Iglesia ha ofrecido distintas respuestas al acontecer social. Entre ellas, la necesidad de atención que suscitaban las viudas y huérfanos en las primeras comunidades. Más tarde recibimos los aportes de los Padres de la Iglesia y del Magisterio Social hasta la publicación del documento Rerum novarum en 1891, donde León XIII sistematizó esa enseñanza. Estas respuestas se sustentan con el valor del testimonio de tantos sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas de vida discipular de Jesús, quienes expresan con sus vidas que el Reino de Dios ya está entre nosotros.
En medio de un mundo que por momentos parece desmoronarse, con estructuras fundadas en el individualismo, el consumismo superficial, la indiferencia y la exclusión, este trabajo intenta ser una luz de esperanza.
Читать дальше