Mark Victor Hansen - Caldo de pollo para el alma - Un libro de milagros

Llegará el día en que la Iglesia católica tendrá que reconocerlo. Pero desde la noche en que curó a mi madre, yo supe que fray Damián era un santo.

~Gisele Reis, entrevistada por Marie-Therese Miller

Nota de los editores: Fray Damián fue beatificado el 4 de junio de 1995 por el papa Juan Pablo II. El 1° de julio de 2009, el papa Benedicto XVI certificó el último milagro requerido para su santificación. Se le declaró santo el 11 de octubre de 2009.

Es un melanoma maligno —dijo el doctor—. Le quedan cinco semanas de vida.

Ella tenía treinta años, y dos hijos menores de cinco. ¿Cómo había podido ocurrir esto? ¡Había hecho tantos planes! Tras renunciar a su carrera para quedarse en casa y cuidar de sus hijos, esperaba con ansia cada día para dedicárselo, enseñándoles a leer, jugando con ellos y haciéndoles sus galletas favoritas.

Envió su palabra,

y curólos, y librólos

de su ruina.

~SALMOS 107, 20

Y ahora esto.

Todos sus planes tendrían un abrupto fin en sólo cinco semanas.

Mi mamá perdería la vida.

Luego de una visita al dentista, había usado dos espejos para examinar el trabajo realizado, y al hacerlo descubrió un punto negro en su paladar. Preocupada, hizo una cita con el médico, quien le anunció:

—Me temo que tengo malas noticias, pero quiero que otro doctor confirme mi diagnóstico.

La segunda consulta reveló lo peor. El médico se sentó a su lado, puso sus manos en las rodillas de ella y dijo:

—Es un melanoma maligno, y no es tratable a causa del lugar donde se encuentra. No podemos quitarlo todo ni hacer quimioterapia. Operaremos de inmediato para sacar el área dañada, con la esperanza de que no se haya extendido. El diagnóstico no es bueno, JoAnn. Le quedan cinco semanas de vida.

Mamá y papá salieron a cenar esa noche, y tuvieron que tocar el estrujante tema de cómo creceríamos mi hermano y yo sin ella. Luego empezaron a planear su entierro. Prepararon todo lo necesario para las cinco semanas siguientes.

Pero dejaron en segundo plano la importancia de rezar durante ese periodo. Mi mamá se había convertido al cristianismo apenas un año antes, y no entendía del todo lo importante que era la oración, o cómo operaba. Como dice ella misma: “Ésta es la parte en que Dios se hizo cargo de mí, cuando yo no sabía qué hacer”.

La mañana en que la operaron, y antes de salir para el hospital, mi mamá recibió una llamada de su amiga Neva, quien le leyó por teléfono Isaías 43, 5: “No temas, porque yo estoy contigo”. Mamá se aferró a este pasaje bíblico durante el trayecto al hospital, y por los pasillos hasta la sala de operaciones. Una vez ahí, recitó callada y repetidamente el salmo 23, porque era lo único que recordaba de su infancia: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar, me conduce junto a aguas tranquilas, y conforta mi alma. […] Aunque camine por un valle de sombras, nada temeré”… hasta que la anestesia hizo su efecto.

Cuando mamá salió de su cirugía, el doctor dijo que tendría muchas molestias y no podría comer sólidos en varios días. Milagrosamente, menos de una hora después ingirió una comida sólida completa. El médico se sorprendió, y no sería la última vez que lo haría.

Días más tarde, mi mamá se presentó en el consultorio para una revisión postoperatoria. El doctor, de modales ásperos en el hospital, entró silenciosamente a la sala, se sentó junto a ella y dijo:

—No puedo creer lo que voy a decirle. Hay sólo una respuesta para esto.

Señaló al cielo y volteó hacia ella con lágrimas en los ojos.

—Repetimos las pruebas y no hay el menor indicio de un tumor maligno, ni de que lo haya habido. JoAnn, su cáncer se ha esfumado. Antes yo no creía en milagros, pero ahora sí.

¡Y toda mi familia también!

Esto ocurrió hace más de treinta años, durante los cuales hemos leído muchos libros, jugado mucho y comido incontables galletas. Y en estos treinta años, mamá ha terminado por comprender el poder de la oración, y la realidad de los milagros.

~Heidi J. Krumenauer

Las pruebas indican que usted tiene un soplo en el corazón. ¿Alguna vez se le había diagnosticado esto?”

—No, doctor. No sé qué es.

—Se trata básicamente de un latido irregular. Veo en su expediente que está recuperándose de la drogadicción. ¿Cuánto tiempo lleva limpia?

—Dos semanas.

—Bueno. Sé que puede ser difícil. ¿Y con qué se drogaba?

—Con mariguana y cocaína.

Hizo una pausa mientras bajaba las cejas y apretaba los labios.

—Se sabe que inhalar grandes cantidades de cocaína puede causar un latido irregular. ¿Está tomando algún medicamento?

Sáname, oh, Jehová,

y seré sano; sálvame

y seré salvo; porque tú

eres mi alabanza.

~JEREMÍAS 17, 14

—Sí: antidepresivos, analgésicos para el dolor de cabeza, pastillas para dormir y una medicina para la presión arterial.

—Es bastante. No hay nada que yo pueda recetarle, de todas maneras. Lo único que haremos será monitorear esto. Antes de irse, haga una cita para el mes próximo.

Al salir del consultorio, pensé en las consecuencias que habría tenido que enfrentar si hubiera seguido abusando de las drogas. Alejarme de ellas en las últimas semanas me había costado como casi ninguna otra cosa en la vida. Pero estaba satisfecha de haber llegado tan lejos. Mi anterior intento de dejar las drogas había durado seis días, así que catorce eran toda una hazaña.

Llevaba algún tiempo asistiendo a reuniones de Narcóticos Anónimos (NA), y hacía todo lo posible por cumplir la sugerencia de mi asesora de noventa reuniones en noventa días. Cuando le llamé, ella me dijo que esa noche asistiría a una reunión cristiana de recuperación.

—¿Te gustaría acompañarme? Dan de cenar, y puedes llevar tu Biblia.

—Me encantará ir contigo.

Yo tenía muchas ganas de una cosa así, porque en las reuniones de NA usaban el término Poder Superior para hablar de Dios. Yo quería hablar libremente de Dios como mi Poder Superior sin sentir que ofendía a alguien.

Nos vimos frente a un edificio a espaldas de la iglesia donde se celebraría la junta. Biblia en mano, conocí a quienes esperaban afuera con gran expectación. Todos parecían amables, y me dieron una bienvenida cordial. Había gente por todas partes, poniéndose al día con amigos y cargando platillos para compartir con el grupo. Todos llevaban impresa en el rostro su historia. Quizá parecían abatidos y destrozados por fuera, pero desde dentro de cada uno de ellos irradiaba una luz. Yo quería esa luz.

Luego de presentarme y hacer partícipes a todos de cuántos días llevaba libre de drogas, me senté y escuché. Sentados en círculo, los asistentes se turnaron para explicar cómo los había ayudado Dios en los momentos más difíciles de su recuperación. Me sentí muy a gusto, en mi elemento. Y aunque esa noche no hablé, estaba segura de que volvería.

Por un tiempo seguí asistiendo a las reuniones de NA tanto como a las cristianas, pero me sentía dividida entre la necesidad de recibir mis llaveros por asistir a NA y la de declarar el nombre de Dios en voz alta. Al final llegué a la conclusión de que no tenía nada de malo que continuara asistiendo a ambas. Cada vez conocía mejor la palabra de Dios, y preguntaba cuando no entendía. Sabía que necesitaba esa palabra para mantenerme lejos de la hierba. Y con cada reunión en la iglesia, ahondaba más en la palabra de Dios.