Respiró hondo.
—Siga comiendo alimentos con alto contenido de proteínas, y duerma lo más posible este fin de semana. Dudo que su ojo cicatrice de aquí al lunes si no lo ha hecho hasta ahora. Pero venga a verme el lunes a las nueve, para revisarlo por última vez antes de la operación. Cuando una misma curación de retina necesita una segunda cirugía, a veces la visión se reduce de manera considerable, aun si todo marcha a la perfección.
Vi que los hombros de Louis se tensaban.
Camino a casa, mi esposo decidió llamar a los miembros del grupo de adultos de la escuela dominical que él dirigía, para pedirles que rezaran por que su ojo hubiera cicatrizado para el lunes.
Luego me dijo:
—¿Sabes qué? Por primera vez en mi vida me gustaría que me hicieran una imposición de manos, pero sé que nuestra iglesia y nuestro pastor no han participado nunca en una curación de fe.
—¡Pero el pastor te impondría las manos si se lo pidieras! —repuse.
—Sí —dijo él—. Es tan considerado que no se negaría a hacerlo, pero no me gustaría presionarlo.
Al llegar a casa, nos arrodillamos junto a la cama y pedimos fervientemente a Dios una curación milagrosa de ese ojo. Yo le pedí también que Louis pudiera dormir, pese a la incómoda posición que debía mantener para facilitar la curación.
—En cuanto me ponga la piyama, voy a llamarle al jefe de grupo de la escuela dominical para que corra la voz de las oraciones que necesitamos —me dijo Louis.
Pero antes de que pudiera hacer tal cosa, sonó el teléfono. Era Robbie, de la escuela dominical.
—Los de la compañía me dejaron anoche medio roast beef , y pensé que les podría servir a ustedes. Si es así, puedo llevárselo de una vez — explicó—. Es demasiado para mí sola.
¿Cómo sabía ella que Louis necesitaba proteínas?
Yo colgaba apenas el teléfono cuando sonó el timbre. Abrí la puerta, y ahí estaban Red y Lucy, también de la escuela dominical. “Pero si aún no le hemos llamado a nadie del grupo”, pensé.
Red dijo:
—Hacía mis maletas para un viaje de negocios y se me ocurrió venir a ver a Louis, así que se lo dije a Lucy y aquí estamos. ¿Cómo les ha ido?
Robbie llegó con el roast beef justo cuando el pastor y su esposa también arribaban a nuestra casa.
—Tuvimos una fuerte sensación de que Louis nos necesitaba —explicó el pastor.
Una vez que Louis y yo explicamos la situación a los recién llegados, el pastor dijo:
—Unamos nuestras manos en torno a la cabecera de la cama para rodear de amor a Louis, y pidamos que su herida cicatrice.
Todos cerramos los ojos. El pastor dirigió entonces una oración maravillosa, a la que cada uno contribuyó antes de que el pastor la finalizara. Yo estuve a punto de pedirle que impusiera sus manos sobre Louis, pero no quise contrariar la decisión de mi marido.
Mientras Robbie rebanaba y calentaba el roast beef para hacerle un sándwich a Louis, yo acompañé al pastor y su esposa a su coche. Le agradecí a él la fabulosa oración que había pronunciado, y le confesé que había estado a punto de pedirle una imposición de manos.
Él dio un salto y me miró, gratamente sorprendido.
—¡Increíble! —exclamó—. ¡Porque, en efecto, impuse las manos en el ojo de Louis! Sentí un intenso deseo de hacerlo, así que solté su mano y uní las mías sobre su ojo mientras orábamos. Fue una sensación magnífica.
Volví corriendo al lado de Louis. Lágrimas de felicidad brotaban de sus ojos cuando me dijo:
—¡El pastor hizo imposición de manos en mi ojo! Quiero que sepas que jamás me había sentido tan contento como ahora que he pedido por mi curación, se logre ésta o no.
Esa espléndida serie de bendiciones misteriosas iniciadas con la lla mada telefónica de Robbie no pararon ahí. El resto del fin de semana Louis “cayó en un sueño profundo”, como dice la Biblia varias veces, pese a la incómoda posición que tenía que guardar. Del mediodía del viernes a la mañana del lunes sólo despertó cuando yo le llevaba de comer. En cuanto yo atravesaba el umbral de la recámara, él despertaba y se incorporaba. Usaba la toallita caliente que yo le llevaba, tomaba el plato rico en proteínas, comía y se volvía a dormir de inmediato.
El lunes en la mañana, nuestro maravilloso doctor dijo:
—Bueno, es imposible que la herida haya cicatrizado el fin de semana, pero no puedo menos que revisarla, así que veamos.
Inclinó la cabeza sobre Louis para examinar su ojo.
De pronto se enderezó, volvió a mirar y gritó a su enfermera, en el cuarto de al lado:
—¡Cancele la operación! ¡Esto es un milagro! ¡La curación cicatrizó por completo!
~Jeanne Hill
El cuarto vacío
Un viernes de julio por la mañana, llegamos inesperadamente a casa de mi papá, en Browerville, Minnesota. Yo le conté que Vaughn, mi hijo, de dieciocho años de edad, había decidido quedarse en casa con sus amigos y trabajar en vez de asistir a nuestra reunión familiar.
Sonó el teléfono.
Expliqué entonces por qué habíamos llegado a casa de mi papá en lugar de cumplir nuestro plan original. En el viaje desde Fort Collins, Colorado, nuestra casa rodante, de ocho y medio metros de largo, comenzó a y sobrecalentarse cada vez que manejábamos a más de ochenta kilómetros por hora. Se apagaba y no volvía a arrancar hasta enfriarse. Dejamos a mi anciana suegra en una ciudad cercana, en casa de su hermano. Cuando llegamos con nuestros anfitriones, no estaban en casa, así que vinimos con mi papá.
Y en la fe de su
nombre, a éste
que vosotros veis
conocéis, ha
confirmado su nombre;
y la fe que por él es
ha dado a éste esta
completa sanidad en
presencia de todos
vosotros
~HECHOS 3, 16
El teléfono sonó otra vez.
Contestó mi padre:
—Es un milagro que los hayas encontrado aquí. No los esperaba el día de hoy.
Me pasó el teléfono.
Mi hija, estudiante de la University of Northern Colorado, en Greeley, estaba llorando.
—¡Acaban de hablarme del hospital, mamá! ¡Vaughn tuvo un accidente en su motocicleta! Lo están operando de emergencia, y los de la compañía de seguros dicen que debo tener tu autorización para firmar todos los papeles. ¡Y él va a necesitar más operaciones!
Me desplomé en la silla más cercana.
—Espera un momento. ¿Qué accidente? ¿Qué operaciones?
—Vaughn fue a desayunar a Estes Park en su moto. De regreso tomó un camino de grava y derrapó en un puente. Lo están operando de emergencia, y va necesitar muchas operaciones más.
No lo pensamos dos veces cuando Vaughn nos pidió quedarse en casa. Después de todo, era un estudiante responsable del último año de preparatoria.
—Todo está muy mal aquí. ¡Tienes que volver! —me rogó mi hija.
—Vamos para allá.
Colgué temblando. Me enjugué las lágrimas mientras transmitía el mensaje al padre de mi hija, y me puse a rezar.
La mente de reloj de Gordon señaló de inmediato todo lo que teníamos que hacer: llamar al hospital, empacar, recoger a mamá… ¡RÁPIDO!
Pero ni mamá ni su hermano salieron a la puerta. Nunca sabré cómo dimos al primer intento con el restaurante indicado y los encontramos.
Gracias a que hicimos de noche la mayor parte del trayecto, evitamos que el coche casa se sobrecalentara. Yo llamé al hospital cada vez que nos detuvimos a cargar gasolina.
—Sigue en cirugía.
Más tarde me dijeron:
—Está registrado en estado crítico.
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