Las palabras tienen poder para destruir y curar.Cuando son ciertas y bondadosas,pueden cambiar el mundo.
BUDA
1 El día que conocí a Norman Vincent Peale
¿Por qué nos está yendo tan mal? –preguntó Cindy, mi esposa, de 28 años de edad–. ¿Por qué las cosas tienen que ser tan difíciles? No supe qué responderle, porque yo pensaba exactamente lo mismo.
Cuatro cosas para el
éxito: trabajo, oración,
reflexión y fe.
NORMAN VINCENT PEALE
Estábamos en la sala de estar esa mañana, sorbiendo un café. Cindy acababa de sufrir un fuerte revés en su trabajo, de bienes raíces. Un compañero suyo había hecho algo inmoral, y esto la había dejado sin la comisión que le correspondía. Todo apuntaba a un pleito en los tribunales, con las tensiones consecuentes.
Yo, escritor de novelas de suspenso, enfrentaba por mi parte el mayor obstáculo de mi carrera: el salto a un nuevo mercado que era todo menos seguro.
Así que ambos guardamos silencio un rato, hasta que de mi boca salió lo siguiente:
–Tenemos que ser más pealesianos.
Hacía mucho que no aludía a Norman Vincent Peale, pero en ese momento pareció lo más indicado. Porque una vez, treinta años antes, las palabras de Peale me habían sacado de uno de los periodos más oscuros de mi vida.
En ese entonces me dedicaba a la actuación, vivía en Hollywood, trabajaba esporádicamente, iba a audiciones y andaba de un lado para otro. Si hay un oficio en el que abunden los fracasos, es la actuación. El rechazo es tu constante compañía, la duda tu parlanchina vecina de al lado.
Un deprimente día de verano de 1979 me encontraba en la esquina de Hollywood y Vine. Acababa de salir de una audición y regresaba a mi departamento. Al hacer alto en el crucero más famoso de Hollywood, el autobús que pasó junto a mí me lanzó una bocanada de humo negro. Una oleada de desesperación se apoderó de mi ser. ¿Qué caso tenía todo esto? Como en la vieja canción de Peggy Lee, me pregunté: “¿Eso es todo lo que hay?”.
Más que desesperado, me dirigí a la Librería Pickwick, en Hollywood Boulevard. Una vez ahí, busqué la sección de religión, quizá pensando que lo que necesitaba era recuperar mi fe.
Tiempo atrás, había ingresado a la universidad al terminar la preparatoria. Pronto estaba envuelto en muchas de las cosas que decían que pasaban en las “escuelas parranderas”. Los domingos no iba a la iglesia, sino a la playa a tomar cerveza. Ahora, tres años después de haberme graduado, esperaba que un libro me librara, aunque fuera en parte, de la oscuridad que abatía mi espíritu.
Mientras recorría los títulos, noté que destacaba el nombre de Norman Vincent Peale. Yo ya había visto One Man’s Way ( El camino de un hombre ), una película basada en su biografía. “Si hicieron una película sobre él”, pensé, “por algo será”.
Así que compré El poder del pensamiento positivo , volví a mi departamento y me puse a leer. Seguí los pasos que el doctor Peale propone al final de cada capítulo. Meses después me mudé a Nueva York, para estudiar actuación y trabajar en el teatro. Hallé alojamiento en una pensión en West 23rd Street, conseguí empleo como mecanógrafo eventual, me ofrecí como voluntario para mover la escenografía en un teatro fuera de Broadway y adopté en general los hábitos de la ciudad. Lo cual quiere decir mucha prisa y una buena dosis de ansiedad urbana.
En algún momento recordé que el doctor Peale había sido pastor en la Marble Collegiate Church de Nueva York. Me pregunté si aún viviría. (¡Era la época previa a la internet y Google!). Busqué la dirección de aquella iglesia en el directorio telefónico, y fui a preguntar por el doctor Peale. Me dijeron que no sólo vivía, sino que además predicaba todos los domingos, a sus casi 82 años de edad.
El domingo siguiente fui a verlo. Era el 9 de marzo de 1980. Desde un palco lo oí dar el sermón titulado “You Can Win Over All Defeats” (“Ustedes pueden superar todos los fracasos”). Recuerdo que me impresionó lo grave, resonante y expresivo de su voz. En especial cuando dijo: “Hay una invulnerabilidad que procede de la fe. Me gusta esta palabra. ¡Invulnerabilidad! ¡E invencibles! ¡Así son ustedes! ¿Creen que los elevo demasiado? Lo hago con base en la Biblia, que dice: ‘Ésta es la victoria que sometió al mundo’, lo cual significa a todo el mundo”.
Compré el sermón en audiocaset. Todavía lo tengo. Garabateé con tinta en la etiqueta: “El día que lo conocí”.
Después de la ceremonia me presenté en la oficina de Peale, con la esperanza de poder estrechar su mano. Una amable secretaria me pidió aguardar un momento. Desde donde yo estaba, oí retumbar la dinámica voz del pastor mientras hablaba con alguien por teléfono.
El doctor Peale salió de pronto, sonriente, y su secretaria lo condujo hasta mí. Me presenté y él me dio un fuerte apretón de manos. “¡Encantado de conocerlo!”, me dijo.
Conversamos unos minutos. Me preguntó en qué trabajaba y sobre mis intereses. Él me pareció la prueba viviente del valor de su filosofía. Poseía la energía y entusiasmo de un hombre de la mitad de su edad. Hablaba mirándome a los ojos, lo que me hizo sentirme tratado como la persona más importante del mundo.
La vida siguió su curso. Me casé, volví a Los Angeles, ingresé a la escuela de derecho, empecé a formar una familia. También comencé a escribir. A lo largo de esos años releí ocasionalmente los libros de Peale, y recordaba con gusto su voz tronando desde el púlpito.
Cindy y yo pasábamos ahora por un largo periodo de retos. En esos meses, nos recordamos sin cesar uno a otro que debíamos “ser pealesianos”. No siempre era fácil mostrar una actitud positiva, pero ser pealesianos nos permitió sobrellevar muchos malos días.
Entonces nuestras plegarias fueron atendidas.
Tras muchas semanas de incertidumbre, el pleito de Cindy se arregló con una simple teleconferencia. Ella recibió una compensación justa y se libró de la amenaza de un largo litigio.
Mi espera duró meses y más meses. La industria editorial pasaba por un mal momento. Nadie sabía en qué pararía todo.
Durante ese periodo tuve que recordarme muchas veces que debía ser pealesiano.
La buena noticia llegó al fin. Mi agente me llamó para decirme que ya tenía en su poder el contrato que esperábamos, por varios libros, y que era tal como yo lo había deseado.
Cindy y yo celebramos con un baile en la sala de estar, y más tarde me di cuenta de lo importante que había sido aquel día en que entré a la Librería Pickwick y encontré el libro del doctor Peale. Y también el día en que lo conocí y lo oí hablar.
Siempre que las necesito, sus palabras están ahí, esperándome: “¡Invulnerabilidad! ¡E invencibles! ¡Así son ustedes!”.
JAMES SCOTT BELL
2 Bailando bajo la lluvia
Mi esposo y yo acabábamos de cenar en un restaurante y paseábamos plácidamente por las tiendas del centro comercial vecino. Entramos a una tienda que vendía productos artesanales, con la esperanza de hallar algunos regalos de navidad de último minuto. El aroma de jabones e inciensos de factura casera incitó nuestra nariz al cruzar la puerta.
Quien diga que el sol
trae felicidad, nunca ha
bailado bajo la lluvia.
ANÓNIMO
Había mucho que ver. Cada estante y pared estaba repleto de manualidades diversas. Mientras recorría la tienda, vi una placa de madera que colgaba sin mayor ceremonia de un muro. Me volví para mirarla otra vez, y recuerdo haber asentido con la cabeza aprobando el mensaje grabado en ella. Seguí viendo otros artículos, pero la placa no cesaba de atraerme.
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