La capacidad para distinguir la realidad detrás de las apariencias no es cuestión de estudios o intelecto: la gente puede poseer conocimientos librescos y estar repleta de información, pero no tener idea de lo que pasa a su alrededor. Es cuestión de carácter y valentía. Para decirlo llanamente, los realistas no temen ver las dificultades de la vida. Aguzan la vista para prestar extrema atención a los detalles, las intenciones de la gente, las realidades oscuras detrás de toda superficie glamurosa. A la manera en que se ejercita un músculo, desarrollan más intensamente su capacidad visual.
Todo está en que te decidas. En cualquier momento puedes convertirte al realismo, que no es en absoluto un sistema de creencias, sino un modo de ver el mundo. Esto quiere decir que cada circunstancia, cada individuo es diferente, y que tu labor es medir esa diferencia y actuar en consonancia. Fijar la vista en el mundo, no en ti ni en tu ego. Lo que ves debe determinar lo que piensas y cómo actúas. En cuanto das credibilidad a una vieja idea, que sostendrás por más que tus ojos y oídos te revelen otra cosa, dejas de ser realista.
Para ver este poder en acción, considera a Abraham Lincoln, quizá el mayor presidente de Estados Unidos. Lincoln recibió poca educación formal y creció en difíciles condiciones extremas. De joven le gustaba desarmar y rearmar máquinas. Era muy práctico. Como presidente tuvo que enfrentar la crisis más grave de la historia estadunidense. Sus ministros y asesores no tenían otro interés que promoverse, o impulsar la rígida ideología en que creían. Eran apasionados y exaltados; lo juzgaban débil. Lincoln parecía tardar mucho tiempo en tomar una decisión, a menudo contraria a la que ellos habían recomendado. Confiaba en generales como Ulysses S. Grant, alcohólico e inadaptado social. Colaboraba con personas a las que sus asesores tenían por enemigos políticos.
Lo que no percibieron entonces fue que Lincoln trataba cada circunstancia sin ideas preconcebidas. Se empeñaba en evaluarlo todo justo como era. Tomaba decisiones puramente pragmáticas. Era un observador agudo de la naturaleza humana, y no se deshizo de Grant porque lo creía el único general capaz de actuar con eficacia. Juzgaba a los demás por sus resultados, no por su amistad o valores políticos. Su prudente ponderación de personas y hechos no era una debilidad, sino el colmo de la fortaleza, una cualidad valerosa. Y operando de esta forma guió cautelosamente a su país por peligros incontables. Ésta no es la historia que suele leerse, dada la preferencia por el arrebato de las grandes ideas y los gestos dramáticos. Pero el genio de Lincoln estaba en su aptitud para concentrarse intensamente en la realidad y ver las cosas tal como eran. Él fue un testimonio vivo del poder del realismo.
Podría parecer que ver con tanta insistencia la realidad es deprimente, pero lo cierto es lo contrario. Tener claro adónde vas, qué persigue la gente y qué pasa a tu alrededor se traducirá en seguridad y poder, una sensación de ligereza. Te sentirás más en contacto con tu entorno, como una araña en su red. Cuando las cosas marchen mal, podrás hacer ajustes más rápido que otros, porque verás pronto lo que en verdad sucede y cómo explotar aun los peores momentos. Y una vez que pruebes este poder, concentrarte intensamente en la realidad te dará más satisfacción que cualquier fantasía.
Conoce al enemigo, conócete a ti mismo y tu victoria nunca se verá amenazada. Conoce el terreno, conoce las condiciones del ambiente y tu victoria será total.
–Sun Tzu
Estados Unidos era antes un país realista y pragmático. Esto resultó de la rudeza del entorno, los muchos peligros de la vida en condiciones extremas. Los estadunidenses debían estar muy atentos a lo que sucedía a su alrededor para sobrevivir. En el siglo XIX, esa manera de ver el mundo produjo innumerables inventos, acumulación de riqueza y el surgimiento de ese país como gran potencia. Pero con este poder creciente, el entorno dejó de ser violento para los estadunidenses, y su carácter empezó a cambiar.
La realidad terminó por verse como algo por eludir. Secreta y lentamente, los estadunidenses desarrollaron el gusto por la evasión: de sus problemas, el trabajo, la severidad de la vida. Su cultura dio en inventar un sinfín de fantasías para su consumo. Y alimentados de esas ilusiones, se volvieron más fáciles de engañar, en ausencia de un termómetro para distinguir la realidad de la ficción.
Esta dinámica se ha repetido a lo largo de la historia. La antigua Roma comenzó siendo una pequeña ciudad-Estado. Sus habitantes eran fuertes y estoicos. Se hicieron famosos por su pragmatismo. Pero cuando Roma pasó de república a imperio y su poder se extendió, todo cambió. La mente de sus habitantes ansiaba formas cada vez más nuevas de escapismo. Perdieron todo sentido de la pro porción; batallas políticas triviales consumían su atención, no los peligros mayores a las afueras del imperio. Éste cayó mucho antes de la invasión de los bárbaros. Se desplomó debido a la complacencia colectiva de sus habitantes, que volvieron la espalda a la realidad.
Entiende: como individuo no puedes impedir que fantasía y escapismo impregnen la cultura. Pero puedes ser un baluarte contra esta tendencia y generar poder para ti. Naciste con el arma más grandiosa de la naturaleza: la mente consciente y racional. Ella puede ampliar en alto grado tu visión, y darte la capacidad excepcional de distinguir patrones en los hechos, aprender del pasado, vislumbrar el futuro y ver más allá de las apariencias. Las circunstancias conspiran para embotar e inutilizar esa arma haciendo que te abstraigas y temas a la realidad.
Considéralo una guerra. Combate lo más posible esa tendencia y sigue la dirección contraria. Debes salir de ti y convertirte en un observador agudo de lo que te rodea. Librarás así una batalla contra las fantasías que se te dirigen. Ajustarás tu contacto con el entorno. Necesitas claridad, no confusión y escapismo. Seguir esta dirección te dará poder instantáneo entre tantos soñadores.
Ve lo que sigue como ejercicios para tu mente, a fin de que sea menos rígida, más penetrante y expansiva, un indicador más preciso de la realidad. Practícalos tanto como puedas.
REDESCUBRE LA CURIOSIDAD: APERTURA
Sócrates, el filósofo griego, se enteró un día de que el oráculo de Delfos lo había proclamado el hombre más sabio del mundo. Esto lo desconcertó; no se creía digno de tal epíteto. Se sintió incómodo. Decidió recorrer Atenas en busca de alguien más sabio que él; eso sería fácil, y desmentiría al oráculo.
Sostuvo así numerosas conversaciones con políticos, poetas, artesanos y filósofos. Y se dio cuenta de que el oráculo tenía razón. Todas las personas con las que habló estaban muy seguras de lo que decían, y aventuraban firmes opiniones sobre temas que desconocían; se daban muchos aires. Pero si se les cuestionaba, no podían defender sus opiniones, que parecían basadas en algo que habían resuelto años atrás. Sócrates comprendió que su superioridad era saber que no sabía nada. Esto abría su mente a las cosas tal como eran, origen de todo conocimiento.
Esta actitud de ignorancia básica fue la que tuviste de niño. Tenías necesidad y sed de conocimiento para remediar esa falta, así que observabas el mundo de cerca y asimilabas gran cantidad de información. Todo era motivo de asombro para ti. Sin embargo, con el tiempo nuestra mente tiende a cerrarse. En algún momento creemos saber todo lo que necesitamos; nuestras opiniones se vuelven firmes y seguras. Pero actuamos así por miedo. No nos gusta que se cuestionen nuestras suposiciones sobre la vida. Llevado al extremo, esto puede volvernos demasiado defensivos, y empujarnos a encubrir nuestros temores actuando con excesiva seguridad y aplomo.
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