50 Cent - La ley 50

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Más cercano a Maquiavelo que a Dale Carnegie, este libro inteligente, que equipara la política del trabajo diario con la vida callejera, presenta enseñanzas útiles sobre cómo escapar de las expectativas de la sociedad y de los obstáculos que nuestros miedos nos siembran en el camino.
Larry Getlen,
The New York PostEscrito primordialmente como una guía para desarrollar prácticas exitosas de negocios, este libro también consigue conservar la esencia del habla y el espíritu callejeros.
Library Journal

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Fifty empezó a merodear por las calles a temprana edad, y fue imposible que no sintiera miedo. Se topaba con violencia y agresión todos los días. Y al ver tan rutinariamente el miedo en acción, comprendió que podía ser una emoción extenuante y destructiva. En las calles, la gente pierde el respeto por quien exhibe miedo. Y puede acabar relegado y con más posibilidades de sufrir violencia por su deseo de evitarla. No había de otra: para tener poder como “conecte” (traficante de drogas) había que vencer ese sentimiento. Nadie debía verlo con otros ojos. Para Fifty, esto implicó ponerse a menudo en situaciones incitadoras de ansiedad. La primera vez que estuvo frente a un hombre armado, se asustó. La segunda, un poco menos. La tercera, nada.

Probar y demostrar así su valor le dio una sensación de gran poder. Pronto supo de la importancia del arrojo: podía mantener a raya a los demás sintiendo suprema seguridad en él. Pero por duros y bravucones que sean, los conectes suelen afrontar un obstáculo inmenso: el miedo a dejar las calles que tan bien conocen y que les han enseñado todas sus habilidades. Se vuelven adictos a ese estilo de vida; y aunque es probable que terminen en la cárcel o mueran prematuramente, no pueden dejar de andar de acá para allá.

No obstante, Fifty ambicionaba algo más que tener éxito como conecte, así que se obligó a enfrentar y vencer ese miedo enorme. A los veinte años de edad y en su mejor momento como traficante, decidió cortar lazos con ese medio e irrumpir en el ámbito musical, sin relaciones ni red de protección. Y como no tenía un plan B, porque triunfaba en la música o se hundía, desplegó una energía tan frenética y atrevida que pronto se hizo notar en el mundo del rap.

Pese a que era muy joven, ya había afrontado algunos de los peores miedos que pueden aquejar a un ser humano –abandono, violencia, cambio radical–, de los que había salido más fuerte. Pero a los veinticuatro años, en vísperas del lanzamiento de su primer disco, chocó cara a cara con el que muchos consideramos el mayor temor: el miedo a la muerte. En mayo de 2000, en un auto frente a su casa a plena luz del día, un asesino a sueldo le vació nueve balas, una de las cuales le atravesó la mandíbula y estuvo a punto de quitarle la vida.

A raíz de esta ejecución frustrada, Columbia Records lo sacó de su catálogo y canceló el lanzamiento de su primer álbum. Se le hizo el vacío en la industria; los ejecutivos temblaban por tener que involucrarse con él y la violencia con que se le asociaba. Muchos amigos le volvieron la espalda, quizá al verlo débil. Se había quedado sin dinero; no podía regresar a las calles tras haber desairado al gremio, y su carrera musical parecía terminada. Fue uno de esos momentos que revelan el poder de la actitud personal ante la adversidad. Fue como si estuviera ante los intransitables Alpes.

Hizo entonces lo mismo que Frederick Douglass: decidió acrecentar su furia, energía e intrepidez. Habiendo estado tan cerca de la muerte, comprendió que la vida puede ser muy corta. No perdería un segundo. Rechazaría el acostumbrado camino al éxito: operar en la industria discográfica, aprovechar la primera oferta jugosa que se presentara y difundir sólo las canciones con potencial de ventas para los ejecutivos. Haría las cosas a su modo: lanzaría un caset y lo vendería o regalaría en las calles. Afinaría así los sonidos crudos y pesados que creía naturales en él. Y hablaría el idioma del barrio sin tener que suavizarlo en lo más mínimo.

De repente sintió una libertad inmensa: podía crear un modelo de negocios propio, ser tan poco convencional como quisiera. Sintió que no tenía nada que perder, como si los últimos rescoldos de temor que le quedaban se le hubieran escurrido en el auto ese día del 2000. La promoción de su caset le dio fama en las calles y llamó la atención de Eminem, quien lo contrató de inmediato para su sello discográfico que compartía con Dr. Dre, lo que sentó las bases de su meteórico ascenso al pináculo del mundo musical en el 2003 y la creación del emporio que ha forjado desde entonces.

Vivimos momentos extraños, revolucionarios. El antiguo orden se desmorona ante nuestros ojos en muchos ámbitos. Pero pese a que esta etapa es tan turbulenta, los líderes de los negocios y la política se aferran al pasado y las viejas maneras de hacer las cosas. Temen al cambio y toda suerte de desorden.

Los nuevos valientes representados por Fifty siguen la dirección opuesta. Ven que el caos del día se ajusta a su temperamento. Crecieron sin miedo a experimentar, merodear por las calles y probar nuevas formas de operar. Aceptan los adelantos tecnológicos que, en secreto, ponen nerviosos a otros. Se libran del pasado y crean su propio modelo de negocios. No ceden al espíritu conservador que ronda a las compañías estadunidenses en estos tiempos de radicalismo. Y en el centro de su éxito está una premisa, una ley del poder que todos los espíritus valientes del pasado han conocido y usado, fundamento de cualquier género de éxito en el mundo.

La Ley 50

Lo que la gente teme más es ser ella misma. Quiere ser 50 Cent u otra persona. Hace lo mismo que los otros aun si no va con ella y su situación. Pero así no llega a ningún lado; desgasta su energía, y no llama la atención de nadie. Huye de lo único que tiene: lo que la vuelve diferente. Yo perdí ese miedo. Y en cuanto sentí el poder que obtenía de mostrar al mundo mi poco interés en ser como los demás, ya no pude retroceder.

—50 Cent

La Ley 50 se basa en esta premisa: los seres humanos tenemos escaso control sobre nuestras circunstancias. Los demás cruzan nuestro camino, nos hacen cosas en forma directa o indirecta y nosotros nos pasamos la vida reaccionando a lo que nos ocasionan. A las cosas buenas les siguen malas. Hacemos todo lo posible por adquirir cierto control, porque no poder hacer nada frente a lo que sucede nos vuelve infelices. Y a veces lo adquirimos, pero nuestro margen de control sobre los demás y nuestras circunstancias es lastimosamente limitado.

Sin embargo, la Ley 50 establece que hay algo que sí podemos controlar: la mentalidad con que reaccionamos a lo que ocurre a nuestro alrededor. Y si somos capaces de vencer nuestra ansiedad y forjar una actitud valiente ante la vida, puede pasar algo extraño y notable: que ese margen de control de las circunstancias se amplíe. En un caso extremo, podríamos crear, incluso, las circunstancias mismas, fuente del inmenso poder de los valientes a lo largo de la historia. Todos los que ponen en práctica la Ley 50 comparten ciertas cualidades – osadía suprema, originalidad, soltura y sensación de apremio –, origen de esa aptitud excepcional para determinar sus circunstancias.

Un acto audaz requiere un alto grado de seguridad en uno mismo. Quienes constituyen el blanco de un acto así o lo presencian, no pueden sino creer que esa seguridad es real y justificada. Su reacción instintiva es respaldar, quitarse de en medio o seguir a la persona segura de sí. Un acto audaz puede mantener a raya a la gente y eliminar obstáculos. Es de esta forma como produce circunstancias favorables.

Somos seres sociales, así que es natural que queramos ajustarnos a quienes nos rodean y a las normas grupales. Pero esto esconde un profundo temor a destacar, a seguir nuestro camino sin que nos importe lo que la gente piense de nosotros. Los valientes son capaces de vencer este miedo. Lo lejos que pueden llegar con su originalidad nos fascina. Y nos hace admirarlos y respetarlos en secreto; nos gustaría poder actuar así. Normalmente nos cuesta trabajo concentrarnos; nuestro interés pasa de un espectáculo a otro. Pero quienes expresan valientemente su diferencia llaman nuestra atención en un nivel más hondo y por más tiempo, lo que se traduce en poder y control.

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