50 Cent - La ley 50

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Más cercano a Maquiavelo que a Dale Carnegie, este libro inteligente, que equipara la política del trabajo diario con la vida callejera, presenta enseñanzas útiles sobre cómo escapar de las expectativas de la sociedad y de los obstáculos que nuestros miedos nos siembran en el camino.
Larry Getlen,
The New York PostEscrito primordialmente como una guía para desarrollar prácticas exitosas de negocios, este libro también consigue conservar la esencia del habla y el espíritu callejeros.
Library Journal

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Como parte de esa estrategia se negó a tener en su celda los entretenimientos usuales: televisión, radio, revistas pornográficas. Sabía que terminaría dependiendo de esos cómodos placeres, y que esto daría a los guardianes algo que quitarle. Asimismo, que esas diversiones eran meros intentos de matar el tiempo. Se volvió en cambio un lector voraz de libros que le ayudaran a fortalecer su temple. Escribió una autobiografía que ganó simpatía para su causa. Aprendió leyes, decidido a encargarse de la anulación de su condena. Transmitía a otros presos las ideas que adquiría en sus lecturas. De esta forma reclamó para sus propósitos el tiempo muerto de la prisión.

Cuando al fin se le puso en libertad, se negó a demandar al Estado; esto sería reconocer que se le había encarcelado y necesitaba compensación. No necesitaba nada. Era ya un hombre libre con las habilidades indispensables para tener poder en el mundo. Al salir de la cárcel se volvió un exitoso defensor de los derechos de los presos y recibió varios grados honorarios en derecho.

Velo así: la dependencia es un hábito muy fácil de adoptar. Vives en una cultura que te ofrece muletas de todo tipo: expertos por consultar, medicinas para calmar cualquier inquietud psicológica, placeres dulces para pasar o matar el tiempo, empleos para mantenerte a flote. Es difícil que te resistas. Pero una vez que cedes, es como si entraras a una cárcel de la que nunca podrás salir. Buscarás ayuda externa sin cesar, y esto limitará severamente tus opciones y capacidad de maniobra. Cuando llegue el inevitable momento en que debas tomar una decisión importante, no tendrás dentro de ti nada en qué apoyarte.

Antes de que sea demasiado tarde, sigue la dirección opuesta. Tu necesaria fortaleza interior no puede proceder de libros, un gurú o pastillas de ninguna clase. Sólo puede provenir de ti. Para conseguirla, practica a diario esta especie de ejercicio: líbrate de dependencias, escucha menos la voz de los demás y más la tuya, cultiva nuevas habilidades. Tal como le ocurrió a Carter y Fifty, descubrirás que la independencia se te vuelve hábito, y que todo lo que huele a depender de los demás termina por horrorizarte.

Claves para la valentía

Soy dueño de mi fuerza cuando sé que soy único.

–Max Stirner

De niños todos enfrentamos un dilema parecido. Iniciamos la vida como seres testarudos aún por domesticar. Queríamos y exigíamos cosas, y sabíamos cómo obtenerlas de los adultos que nos rodeaban. Pero al mismo tiempo dependíamos por completo de nuestros padres para conseguir muchas cosas importantes: consuelo, protección, amor, orientación. Así, en el fondo desarrollamos una ambivalencia. Queríamos libertad y poder para movernos por nuestra cuenta, pero también ansiábamos el consuelo y la seguridad que sólo otros podían darnos.

En la adolescencia nos rebelamos contra la parte dependiente de nuestro carácter. Queríamos diferenciarnos de nuestros padres y demostrar que podíamos valernos por nosotros mismos. Nos empeñamos en formar nuestra identidad, y en dejar de ajustarnos simplemente a los valores de nuestros padres. Pero cuando crecemos, esa ambivalencia de la niñez tiende a volver a la superficie. Frente a las dificultades y competencia del mundo de los adultos, una parte de nosotros anhela retornar a esa situación infantil de dependencia. Mantenemos un aspecto adulto y seguimos pugnando por obtener poder, pero en el fondo querríamos que nuestra pareja, compañeros, amigos o jefes cuidaran de nosotros y resolvieran nuestros problemas.

Debemos librar una batalla feroz contra esa arraigada ambivalencia, mediante una comprensión clara de lo que está en juego. Nuestra tarea como adultos es tomar plena posesión de la autonomía e individualidad con que nacimos. Superar por fin la fase dependiente de la infancia y sostenernos nosotros solos. Debemos considerar peligroso y regresivo el deseo de volver a esa fase. Surge del miedo a asumir la responsabilidad de nuestros éxitos y fracasos, a tener que actuar y tomar decisiones difíciles. Con frecuencia nos hacemos creer lo contrario: que trabajando para otros, siendo diligentes, adaptándonos, o subordinando al grupo nuestra individualidad somos buenas personas. Pero es nuestro miedo el que habla, y nos engaña. Si cedemos a él, nos pasaremos la vida buscando la salvación fuera de nosotros, sin encontrarla jamás. Pasaremos simplemente de una dependencia a otra.

Para la mayoría, el terreno decisivo en esta guerra es el trabajo. Casi todos empezamos nuestra vida adulta con grandes ambiciones de poner en marcha nuestros proyectos, pero la rudeza de la vida nos agota. Nos establecemos entonces en un empleo y cedemos, poco a poco, a la ilusión de que nuestro jefe se interesa en nosotros y nuestro futuro, de que dedica tiempo a pensar en nuestro bienestar. Olvidamos la verdad esencial de que a todos nos gobierna el interés propio. Nuestro jefe nos conserva por necesidad, no por gusto. Se deshará de nosotros en cuanto esa necesidad disminuya o él encuentre alguien más joven y menos caro con quien remplazarnos. Si sucumbimos a la ilusión y comodidad de un salario, no reforzaremos nuestras habilidades de independencia; sólo aplazaremos el día en que nos veamos obligados a valernos por nosotros mismos.

Tu vida debe ser una evolución hacia la apropiación, primero mental de tu independencia y luego física de tu trabajo, para adueñarte de lo que produces. Concibe los pasos siguientes como una especie de plan en esa dirección.

PASO UNO: RECLAMA EL TIEMPO MUERTO

Cuando Cornelius Vanderbilt (1794-1877) tenía doce años, se le forzó a trabajar para su padre en la pequeña empresa naviera de éste. Era un trabajo esclavizante, y lo aborrecía. Pero Cornelius era un muchacho obstinado y ambicioso, así que en su mente decidió iniciar en un par de años su propia empresa naviera. Esta simple decisión lo cambió todo. Su trabajo se volvió un aprendizaje apremiante. Debía tener los ojos bien abiertos y aprender todo lo posible del negocio de su padre, lo que incluía cómo hacer mejor las cosas. Un trabajo tedioso se convirtió en un emocionante desafío.

A los dieciséis años Vanderbilt pidió prestados cien dólares a su madre. Con ese dinero compró una lancha y empezó a transportar pasajeros entre Manhattan y Staten Island. Un año después pagó el préstamo. A los veintiuno ya había hecho una pequeña fortuna e iba en camino de ser el hombre más rico de la época. Con base en esta experiencia estableció su lema de toda la vida: “Jamás subordinado, siempre dueño”.

El tiempo es el factor crucial de nuestra existencia, nuestro recurso más preciado. El problema cuando trabajamos para otros es que gran parte del tiempo es tiempo muerto, que queremos que pase lo más rápido posible, que no nos pertenece. Casi todos tenemos que empezar nuestra carrera trabajando para otros, pero en nuestro poder está transformar ese tiempo muerto en vivo. Si decidimos lo mismo que Vanderbilt –ser dueños, no subordinados–, ese tiempo nos servirá para examinar mejor lo que ocurre a nuestro alrededor: la politiquería, los detalles de un proyecto particular, la situación general del mundo de los negocios, cómo hacer mejor las cosas. Debemos poner atención y asimilar toda la información posible. Esto nos ayudará a soportar un trabajo que parece poco gratificante. Nos apropiaremos así de nuestro tiempo e ideas antes de adueñarnos de nuestro proyecto.

Recuerda: tu jefe prefiere mantenerte en situación de dependencia. Le interesa que no seas independiente, y tenderá por tanto a retener información. Oponte a eso en secreto y consigue la información por ti mismo.

PASO DOS: CREA PEQUEÑOS IMPERIOS

Al seguir trabajando para otros, en algún momento tu meta debe ser conseguir áreas reducidas que puedas operar por tu cuenta, para cultivar tus habilidades como emprendedor. Esto podría significar ofrecer hacerte cargo de proyectos que otros han dejado sin terminar o proponer la aplicación de una nueva idea tuya, aunque no demasiado impactante para provocar desconfianza. Cultivarás así el gusto por hacer cosas tú solo: tomar decisiones, aprender de tus errores. Si tu jefe no te permite hacer algo semejante, estás en el lugar equivocado. Si fracasas en tal proyecto, al menos habrás adquirido conocimientos valiosos. Pero, en general, emprender algo por iniciativa propia te obligará a trabajar más y mejor. Te sentirás más creativo y motivado, porque es más lo que está en juego; aceptarás el reto.

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