1 ...6 7 8 10 11 12 ...19 Poco menos de un mes después del accidente estaba de regreso dando clases en la universidad. Fue difícil y sentía dolor, pero iba mucho mejor en el proceso de curación de lo que los doctores esperaban. De hecho, después de la operación, los médicos le dijeron a mi madre que no sería posible de ninguna manera que regresara a trabajar tan pronto. Sin embargo, ahí estaba, lista, deseosa y capaz de hacerlo. Aún no iba al dentista, por lo que di clases varias semanas con huecos en la dentadura, hasta que pudieran colocarme una prótesis. No iba a permitir que el accidente se interpusiera en mi camino.
Siempre que voy a revisión con el cirujano que me operó de las muñecas, me dice que soy la paciente ideal en cuanto a actitud y cómo ésta afecta el proceso de curación. Dice que recibe a muchos pacientes con el meñique roto que maldicen la vida y se quejan de no poder hacer nada, mientras que yo soy feliz con las muñecas pulverizadas y la cara reconstruida con metal. El doctor está plenamente convencido de que sané de forma tan milagrosa gracias a mi actitud positiva.
Sin embargo, no piensen que la actitud positiva llega sola. La lección más grande que aprendí de todo esto tiene que ver con la actitud. Soy afortunada de contar con una familia que dejó todo para ir en mi rescate. También tengo muchos amigos que me apoyaron y siguen demostrando su apoyo mientras el proceso de curación continúa. Me imagino que debe ser difícil mantener una actitud positiva si uno se siente solo.
Tampoco permití que los pequeños detalles me arruinaran el día, como no poder servirme leche en un tazón. No podía abrocharme el sostén y tampoco podía usar la secadora de cabello, por ejemplo. En lugar de sentir lástima de mí misma, encontré formas de superar estos obstáculos cotidianos. Mi madre servía la leche en envases más pequeños para que pudiera levantarlos. Compré sostenes que se abrochaban por el frente y también una secadora de cabello más ligera. Seguir siendo lo más normal posible evitó que me sintiera derrotada y me ayudó a permanecer positiva.
En última instancia me doy cuenta de que no soy víctima de las circunstancias. Me veo como una superviviente en lugar de una víctima. Un tranvía de 150 toneladas que iba a 30 kilómetros por hora me atropelló y sobreviví. Creo que eso me convierte en superhéroe.
CATHERINE MATTICE
Florece donde sea que te siembren
Me encantó desde el primer momento que vi el adorable condominio con sala en desnivel y las maravillosas puertas estilo francés que se abrían hacia un patio de losa. Convencí a mi esposo Joe de que el “vivieron felices para siempre” nos aguardaba al otro lado de la puerta; una puerta elegante flanqueada por ventanales de piso a techo de cristal biselado. Era la casa situada en 6823 Crooked Lane.
Las cosas salen bien para
las personas que sacan el
mejor partido posible de lo
que les sucede.
ART LINKLETTER
De inmediato pusimos la casa en venta y en menos de una semana una persona nos hizo una oferta. Lo tomé como una señal del cielo y mentalmente comencé a fantasear con nuestro nido en Crooked Lane. El día que aceptamos la oferta del comprador hicimos el depósito de la casa de nuestros sueños. ¡Comenzamos a empacar!
Mientras llenaba cada caja, me imaginaba cocinando cenas suntuosas en esa hermosa y amplísima cocina, o sumergida en el lujoso jacuzzi después de un largo día de trabajo. Sí, la buena vida iba a comenzar en cuanto nos instaláramos en nuestro nuevo hogar y estaba impaciente por mudarme. Joe, por otra parte, tenía su propia fantasía de las actividades (o ausencia de ellas) con la que se entretenía. La sola idea de que le quitaran de encima la responsabilidad de cortar el pasto o quitar la nieve con una pala lo hacía sentirse inmensamente feliz.
Mientras empacábamos, comenzó el papeleo y las citas habituales. Nos aprobaron la nueva hipoteca sin problemas y nuestra casa en Spring Mill Avenue pasó todas las inspecciones de rutina. No preveíamos ningún problema. Se aproximaba el día que cerraríamos la venta y con ello aumentó el entusiasmo por iniciar nuestra nueva vida utópica. Contábamos los días y nunca contamos con que podía haber problemas. Sin embargo, los problemas esperaban a la vuelta de la esquina.
Miré la silla vacía al otro lado de la mesa en el preciso instante en que el reloj de pared, que se hallaba en la esquina de la oficina del agente de bienes raíces, dio las campanadas de las tres de la tarde. El comprador de la casa tenía un retraso oficial de treinta minutos. Esto parecía extraño, ya que él mismo era agente de bienes raíces.
Nuestro agente de bienes raíces llamó con insistencia a la oficina y al móvil del comprador. Cuando llevábamos una hora esperando, mi esposo se levantó.
—Ya basta —exclamó—. Nos vamos y a menos que pueda probar que el comprador sufrió algún daño físico que le impidió comunicarse a esta oficina, la venta queda cancelada —nos pusimos de pie y salimos de ahí.
Volvimos a casa en estado de shock. Bueno, yo estaba en shock. Joe estaba más allá de la conmoción, en un estado iracundo. Durante toda la cena estoy segura de que le salía humo de los oídos. Ninguno de los dos podía aceptar que el proceso de venta de la casa hubiera llegado al día de cierre del trato, sin que nuestro agente de bienes raíces confirmara la legitimidad del comprador. Nunca hicimos preguntas porque no teníamos experiencia en ventas de inmuebles y cuando el agente nos aseguró que todo estaba bien, creímos que en verdad lo estaba. ¡Qué tontos fuimos!
Cerca de las siete de la noche nuestro agente llamó para decir que al fin había hablado con el comprador, que confesó que tenía muchos problemas en ese momento y se le estaba dificultando conseguir una hipoteca. Por supuesto que nuestro agente, George, nos aseguró que si le dábamos una prórroga de unas semanas al comprador, todo saldría bien.
Joe silenció el teléfono y preguntó:
—¿Qué opinas, Annie?
Ahí estaba yo entre las pilas de cajas, deseosa de mudarme a la casa en Crooked Lane, a punto de decir “Démosle otra oportunidad”. La expresión de mi esposo, que era muy prudente con las finanzas, lo decía todo. Respiré profundamente.
—De ninguna manera, Joe —respondí—. Tuvo su oportunidad y no creo que debamos confiar más en sus promesas. Hay algo muy raro aquí y no confío en este sujeto.
Joe soltó un suspiro de alivio, le informó nuestra decisión a George y colgó el teléfono.
—Es oficial, Annie. Quedó cancelada la venta de la casa.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunté, mientras esperaba que Joe tuviera un as bajo la manga, aunque en el fondo sabía que no era así.
—Esto —respondió mientras marcaba el teléfono del agente del condominio en Crooked Lane.
Tuve que salir de la habitación. El sólo pensar en tener que hacer dos pagos de hipoteca hasta que la casa se vendiera me hacía sudar en lugares donde ni siquiera sabía que tenía glándulas. Estaba segura de que Joe jamás aceptaría un financiamiento puente o alguna otra solución rápida en la que nos cobraran una tasa de interés muy alta, y yo estaba de acuerdo. En ese momento las probabilidades ya no estaban a nuestro favor. Aunque no estuviera en el cuarto, sabía que Joe explicaría nuestra situación y pediría que se nos liberara del compromiso de comprar la casa de Crooked Lane.
Cuando Joe colgó el teléfono, entró en la sala y se dejó caer en el sillón junto a mí.
—Qué desastre, Annie. Qué desastre tan increíblemente grande y agotador.
El propietario de Crooked Lane aceptó liberarnos del contrato siempre que nuestro agente de bienes raíces enviara una carta explicando lo que había ocurrido. Estaban molestos, pero mostraron actitud de cooperación. Aunque nuestro agente prefería convencernos de darle otra oportunidad al comprador, accedió a enviar la carta.
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