1 ...8 9 10 12 13 14 ...19 Le di las gracias, partí y pensé: “¡El siguiente!”
La ayuda llegó con el décimo doctor. Me enteré de él por un amigo de la familia a quien le diagnosticaron cáncer de estómago y le dieron dos meses de vida. Después de atenderse con este médico, vivió otros diez años. El doctor Gerald Epstein era gordito y sonriente como Santa. Me saludó y me estrechó la mano entre las suyas. Lo sentí gentil y protector, y eso me agradó. Me mostró su libro: Healing Visualizations: Creating Health Through Imagery , y luego me preguntó qué quería hacer. Le conté que me gustaba trabajar como artista comercial, pero que lo que me fascinaba en realidad era pintar. Entonces él me dijo:
—Quiero que pintes un hígado perfectamente sano y cuelgues la pintura junto a tu cama para mirarla cada mañana cuando despiertes y también antes de dormir. Imagina que tu hígado es tan perfecto como el de la pintura.
Escéptica, le expresé mis dudas y confesé mi miedo de morir con un dolor crónico provocado por la cirrosis.
—Cuarenta por ciento de las personas que tienen hepatitis C viven sin síntomas y mueren de edad avanzada. Sólo tienes que ser parte de ese cuarenta por ciento.
Lo dijo con tal naturalidad que sonó como cuando Abraham Lincoln dijo: “La gente es tan feliz como se lo propone”.
Pedí prestada una enciclopedia médica ilustrada y estudié un hígado sano mientras lo copiaba con pintura acrílica sobre papel de acuarela. Me tomó dos horas, pero quedó perfecto. Compré un marco y colgué la pintura en la pared de mi habitación, y luego medité al respecto como si fuera una copia exacta de mi hígado.
El doctor Epstein también me dijo que me hiciera análisis de sangre cada año para revisar las enzimas hepáticas, además de que comiera sanamente y me abstuviera de ingerir toxinas: drogas, alcohol, cigarrillos y alimentos procesados. Eso fue hace veinticinco años. He seguido todos sus consejos y ahora tengo cincuenta. Las enzimas de mi hígado se encuentran en un nivel tan bajo como cuando me diagnosticaron. Sólo están ligeramente elevadas; lo suficiente para mostrar que el virus sigue en mi organismo, pero se encuentra inactivo. Me acabo de realizar un estudio de ultrasonido que mostró que el órgano tiene perfecto color y tamaño, justo como el de mi pintura. Esto es lo que me ha dado el pensamiento positivo.
DORRI OLDS
Volver a unir
Cuando desperté, tenía los ojos vendados. Podía abrir el ojo izquierdo dentro del vendaje, pero todo estaba oscuro. La cabeza me palpitaba como si estuviera dentro de una mezcladora de cemento y el dolor comenzaba a sentirse en la piel adormilada del lado izquierdo de la cara y la frente. El cirujano había introducido una banda de silicona alrededor de mi ojo izquierdo para mantener la retina contra la pared trasera; éste era su segundo intento por volver a unirla. La primera operación mantuvo unida la retina durante un mes. Esta operación era mucho más invasiva. “Hasta la cocina”, así la describió el médico. Además, me advirtió que sería necesario realizar otros procedimientos con láser para adherirla de forma más limpia. Entonces, si todo salía bien, dos operaciones más repararían el daño causado por las cirugías de reinserción. Mi vida había cambiado para siempre.
El hombre no puede
rehacerse sin sufrimiento,
ya que es tanto el mármol
como el escultor.
DR. ALEXIS CARREL
—¿Está despierto? —preguntó una voz de mujer—. ¿Cómo se siente?
No contesté. Estaba tan furioso e iracundo que no quise hablar. Quería seguir aislado en esta cueva oscura. Incluso si esta vez la retina se quedaba en su lugar, quedaría discapacitado de la vista para siempre: visión doble, falta de vista periférica, percepción deficiente de la profundidad, rodeado de imágenes borrosas y distorsionadas que no eran corregibles con lentes. Tenía un gran cirujano, pero era imposible alinear la retina exactamente en su lugar original y el desgarre retiniano y las suturas láser me distorsionarían la vista. Por supuesto, sin cirugía habría perdido la vista por completo y tendrían que quitarme el ojo.
—¿Cómo se siente? —preguntó la enfermera en voz más alta.
Yo no quería que arrancara el vendaje que me cubría el ojo sano; no quería ver el mundo como un hombre discapacitado. No quería comenzar una vida en la que nunca más podría hacer nada que pudiera desprender la retina de cualquiera de los ojos, ya que el ojo sano estaba en riesgo también. Nada de saltos, correr, softbol, tenis o esfuerzos prolongados. Nada de pisar el cohete de plástico con los nietos.
Después de la primera operación, me costaba trabajo calcular profundidades y a menudo pisaba mal en los escalones y los bordes de las aceras. Con la visión periférica disminuida, chocaba con la gente en el supermercado. Una vez atravesé una puerta de mosquitero, lo cual resultó cómico y perturbador. Estas vergüenzas me forzaron a caminar como en cámara lenta. Toda mi vida empezó a girar en torno a ser precavido y tener cuidado. Como tenía visión doble, a menudo trataba de agarrar la perilla fantasma en lugar de la verdadera o picaba el plato con el tenedor sin atinar a la comida. Después de la segunda operación, la visión se redujo aún más. Los milagros de la tecnología moderna no podían transportarme por arte de magia a como era antes. No sabía ya quién era y no quería salir de la oscuridad para exponer a esta persona extraña ante el mundo. No quería que la gente viera a esta persona como si fuera yo. No quería ser esta persona.
—¿Cómo se siente?
¿Cómo me sentía? Esto es lo que quería contestarle a la enfermera:
A. Esto no debía pasarme a mí. La mayoría de los desprendimientos de retina son defectos genéticos que se transmiten en una familia o son provocados por impactos como con un guante de box, un accidente automovilístico o una explosión. En mi familia no había antecedentes de problemas de retina y nunca me había visto envuelto en una pelea de cantina. Este problema pertenecía a alguien más. El mensajero de FedEx debería venir a reclamarlo para llevarlo a otra dirección.
B. Tengo cosas que hacer, tengo muchos planes pendientes antes de volverme débil o incapacitado. Sólo permítanme terminar un par de cosas en los siguientes cinco o seis años antes de que me suceda algo como esto. Un día durante un agradable paseo, ¡puf!, se me desprendió la retina. Al día siguiente, había personas rebanándome el ojo, extrayendo el gel natural para colocar una banda fijadora alrededor y llenándome el ojo de aceite. Me pudieron haber advertido al respecto.
C. Mi vida terminó. Bueno, seguiré respirando; sin embargo, ¿qué caso tiene vivir una vida mermada? No soy suficientemente fuerte o noble como para vivir discapacitado.
No dije nada de esto en voz alta, pero así es como me sentía. Estoy tirado como una piedra en una cama de hospital. Entonces mi esposa me tocó la palma. Deslizó los dedos por la sonda intravenosa y me acarició los dedos. Sus caricias suavizaron mi temperamento. En la mente le decía: “Quiero vivir de nuevo. No quiero ser esto para ti”. Carol no dijo nada en alto, pero siguió acariciándome la mano. La podía oír diciéndome:
A. No tiene por qué haber una razón para que haya sucedido esto. Simplemente sucedió. Eso es un hecho. A todo el mundo le ocurre algo. No podemos escoger qué nos va a suceder ni cuándo. Tienes suerte, esposo, mucha suerte de que algo serio no te haya pasado antes. Quizá ahora puedas apreciar más lo que tenías. Ésta es tu vida. Nada de ella pertenece a alguien más.
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