¿En el mundo ha encontrado más racismo, clasismo o sexismo?
Todo eso. Toda mi vida he sido muy consciente de la intolerancia y los prejuicios.
¿Sus hijos no los han vivido?
En parte sí y en parte no. Los humanos estamos más programados para defendernos que para mezclarnos. Podría decir que hoy hay menos sexismo: soy una mujer que da clase en Princeton. Lo mismo sucede con los estudiantes. Hace dos generaciones eran todos blancos. El mundo, mi mundo, parece haber cambiado. Pero en algunos aspectos nada ha cambiado y los cambios no van a mejor. La política lo refleja. Solo la ciencia me da esperanza en el mundo.
¿Cómo educar sin optimismo?
Todo cambia. Si no aceptas ese principio básico, estás eligiendo una vida de infelicidad continua. Si no miramos hacia fuera para tratar de entender y elegimos obsesionarnos con nuestro pequeño mundo, al final lo que hacemos es construir miedos.
¿La visión del mundo que describe no precisa cierta posición económica? ¿Cualquiera puede permitirse esa apertura mental?
Hay millones de personas con todo el dinero del mundo y con cero apertura mental. Quiero creer que la apertura mental no depende del dinero. Depende de la lucidez más que de las oportunidades. La razón por la que creo que uno puede abrir su mente sin dinero es porque creo en la literatura. Cualquiera que tiene acceso a una biblioteca puede abrir su mente.
¿Qué libro abrió su mente?
Leer. Ningún libro en concreto.
En sus libros hay miedo a la tecnología.
Los teléfonos inteligentes nos hacen estúpidos. Han acaparado nuestra atención.
Ha escrito sobre cómo en el mundo animal para convertirse en mariposa debe desaparecer el gusano.
En el mundo humano, incluso si alguien se cambia de sexo, no puede dejar atrás todo su pasado. Cargamos con lo que hemos sido. Podemos alterar, pero no deshacer. ¿Cuál es entonces la realidad? Eso es lo que me fascina y aterroriza a la vez: lo que nos hacemos a nosotros mismos para dejar de ver lo que tenemos delante.
Jhumpa Lahiri, instalada en el Trastévere
De vivir pendiente de lo que esperan sus padres a beberse la vida hasta el final del vaso. El viaje de Jhumpa Lahiri por la vida va mucho más allá de la distancia que recorrió su mudanza de Londres a Rhode Island o de la que salvaron sus padres, que llegaron a Londres desde Calcuta. De las cerca de doscientas entrevistas que he publicado en El País Semanal, solo he hecho dos en italiano —hablar italiano es un recuerdo, también una advertencia, de mi idealismo y mi falta de pragmatismo juvenil—. Una fue a una italiana, Barbara Jatta, primera directora de los Museos Vaticanos. La otra, a esta mujer que, nacida en Londres de padres bengalíes y criada en Rhode Island, quiso salir de su barullo identitario y construirse una nacionalidad propia. La Jhumpa Lahiri independiente decidió expresarse en italiano. Y vaya si lo hizo: tras conseguir el Pulitzer, estudió diez años y pasó a publicar en esta lengua. La entrevista fue en el piso que tiene alquilado, desde hace más de una década, en el Trastévere. Le conté que había vivido en ese barrio durante un año, hacía entonces veintiuno, y que allí había conocido a mi marido. Como me estaba tratando con quimioterapia un segundo cáncer de pecho, mi marido me acompañó a Roma. Me esperó en el bar Calisto, que seguía como la propia ciudad: a prueba del paso del tiempo y, claro, fue un viaje doble. Jhumpa no preguntó por mi pañuelo en la cabeza en pleno mes de julio. Pero al terminar la entrevista lo señaló. Y me deseó suerte. «Por costoso que sea, y lo es, se decide una vez si uno quiere ser libre o no. El resto son matices». Esta frase suya me la he quedado para siempre.

Patti Smith
«Hay que dar muchos pasos para conseguir ser libre».
Narradora, poeta y cantante underground, su historia viaja de la América rural al Nueva York de los años setenta. Sus libros, como su vida, están escritos con recuerdos de Robert Mapplethorpe —Éramos unos niños, que ganó el National Book Award, cuenta su relación antes de que el fotógrafo hiciera pública su homosexualidad— o Sam Shepard, dos de sus grandes amores. También Janis Joplin, Andy Warhol, Bob Dylan, Bruce Springsteen, con quien compuso Because the night, o William Burroughs, que le enseñó el secreto del arte: mantener un nombre limpio y no fingir.
Escritora, cantante, artista de la performance y pintora, si a Patti Smith (Chicago, setenta y tres años) se le pregunta cuántas Pattis coexisten, contesta con palabras de Walt Whitman: «Contenemos multitudes». Testigo de una Nueva York de alquileres baratos y «drogas que acabaron con mucha gente», entró en el mundo beat y el entorno warholiano cuando la fábrica de bicicletas de Nueva Jersey en la que trabajaba cerró y, con diecinueve años, se mudó al bajo Manhattan. Corría 1971 cuando el fotógrafo Robert Mapplethorpe la empujó a cantar sus poemas. Él, que terminaría convirtiéndose en un icono gay, fue uno de sus grandes amores. El dramaturgo Sam Shepard fue otro. Y por su marido, el guitarrista Fred Sonic Smith, abandonaría ese mundo para retirarse a criar a sus hijos en Detroit. Pero Sonic murió y «para alimentarlos» Smith regresó a los escenarios. Tenía cuarenta y cuatro años. Con cincuenta y cinco comenzó a publicar sus memorias. Éramos unos niños (Lumen) narra con ternura y crudeza —explica que Mapplethorpe hacía de chapero para pagar el alquiler— la historia de amor entre ambos que, en su lecho de muerte, el fotógrafo le rogó que escribiera. Consiguió hacerlo en 2010, veintiún años después de que él muriera de sida. Vestida con ropa de hombre, representa la independencia y la sabiduría de saber vivir con poco.
La conversación es telefónica. Habla desde su piso de Nueva York. En un recuento agónico, Joe Biden se ha confirmado como el nuevo presidente de su país. Le pregunto si tiene al lado un café, su «único vicio» aparece continuamente en sus libros y la marca Lavazza la ha nombrado embajadora cultural 175. Contesta que sí: «Negro, sin azúcar y con un poco de canela».
Salió a la calle a cantar para animar a la gente a votar. En 2016 escribió que quienes callaron habían ganado las elecciones. ¿Quién ha ganado estas?
La gente ha hablado. Nunca había votado tanta. Que la gente se movilice es el triunfo. Somos una sociedad que a veces tiene que despertar.
El amor a sus parejas, a su perro o a la memoria de sus padres define su escritura. ¿Necesitó subirse a un escenario y dar patadas para compensar tanto amor?
Uno difícilmente puede mostrar su amor si no muestra su enfado. El enfado suele ser fruto de la búsqueda de la verdad, por eso la gente protesta en la calle. La música que hacemos comunica esas emociones.
Entre sus amores pone a la misma altura a su perro Bambi y al dramaturgo Sam Shepard.
Son dos de mis favoritos. Bambi se dejó atropellar cuando íbamos a darlo en adopción porque mi hermana pequeña era alérgica. Cogí comida y salí con él. Durante un día recorrimos todos los lugares donde habíamos sido felices. Luego se puso delante del camión de quien lo iba a adoptar. Sam y yo fuimos una pareja salvaje. Siempre pude contar con él. Al final, cuando tenía ELA, fui a ayudarlo. Estábamos en la cocina. Bebíamos café. Le hice un bocadillo y él dijo: «Patti Lee, nos hemos convertido en una obra de Beckett». Siempre me llamaba con mi segundo nombre. Solo lo hacían mi madre, Johnny Depp y él.
Es inclasificable, pero no ha sido cuestionada como artista.
Como me aconsejó William Burroughs, he tratado de proteger mi nombre y no he mentido.
Читать дальше