Anatxu Zabalbeascoa - Gente que cuenta

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Gente que cuenta reúne a algunas de las personalidades más relevantes de nuestro tiempo con una trayectoria detrás en muchas disciplinas: literatura, diseño, música o deporte. La autora consigue a través de sus entrevistas una aproximación a lo que nunca cuentan, historias personales que retratan al ser humano detrás del personaje.Patty Smith, Ian McEwan, Zaha Hadid, Isabel Coixet, Delphine de Vigan o Miguel Milá, entre otros, quedan retratados en su vulnerabilidad y en su grandeza. Un caleidoscopio de veintisiete nombres destacados que se lee como una novela para contar esa
Gente que cuenta que, en realidad, somos todos.

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Dediqué tres años a una novela y era terrible. Ahora trabajo en algo, no sé si ensayo o memoria, sobre tener la edad que tengo. El otro día le dije a mi hijo: «Quiero morir acompañada de la señora de la limpieza». Pagué por los últimos meses de mis padres, los cuidé y no fueron felices. No quiero hacerle eso a mi hijo. Prefiero que mi hijo y mi nuera estén por ahí haciendo algo fabuloso.

Mary Karr, en su apartamento con reclinatorio

Mary Karr ha impactado a miles de lectores contando con crudeza, humor y amor su infancia en El club de los mentirosos: los amigos de su padre, reunidos siempre en un bar. Ese triple punto de vista (el de la escritora, el de la niña que fue y el de la mujer adulta) la ha convertido en un referente sin igual en la escritura autobiográfica. Y en este punto tengo que insistir en que lo del amor no es un calificativo más. Es el tema. Uno puede necesitar cumplir años para darse cuenta de que es más esencial que la crudeza o el humor, no ya en una entrevista, en la vida.

El amor lo es todo. Y de él sabemos que se consigue a ratos y no se puede pagar. Pero también averiguamos que sí se puede contagiar. Mary Karr no hace otra cosa. Da amor sin almíbar y con carcajadas. Habla de sí misma sin egocentrismo. Por eso ilumina desde su oscuridad. Cuando, gracias a mi añorado cuñado Julián, leí Iluminada, sus memorias de madurez, supe que tenía que buscarla. Parecía la entrevistada perfecta porque quiere hablar, tiene muchísimo que contar, es extremadamente valiente y se ríe de sí misma sin perder la inocencia.

Divertida, vitalista y dispuesta a contar su dolor con humor, me recibió en su piso alquilado en el Upper East Side. En el salón, blanco impoluto con algún detalle osado como un perro de porcelana de tamaño real, había un reclinatorio para rezar. Reza a diario desde que se convirtió en una irreverente católica. La conversación fue divertida y distendida desde el primer momento. Naturalmente no corrió el vino: «Cuando alquilé el piso, había una botella de bienvenida en la nevera. La abrí y la vacié en el fregadero». Nunca había hecho una entrevista como quien se sienta en la terraza de un bar. No miré las preguntas ni una vez. Ni una. Hablamos durante dos horas y media. Al final le dije que parecía una niña. Me contestó, en su línea, que tenía un buen cirujano plástico. Cuando llegué a casa de la amiga que me aloja en Nueva York, Elena, me riñó porque no le había pedido la dirección del cirujano.

Jhumpa Lahiri Me moría por integrarme porque odiaba sentirme diferente Tras - фото 5

Jhumpa Lahiri

«Me moría por integrarme porque odiaba sentirme diferente».

Tras cosechar un éxito fulminante, ganó el Pulitzer con su primera colección de relatos, esta escritora estadounidense de origen bengalí se sentía como un cantante al que en todos los conciertos le piden la misma canción. Decidió cambiar de música. Hoy solo escribe en italiano.

Hace un lustro la exitosa escritora Jhumpa Lahiri (Londres, 1967) decidió convertir un año sabático en Roma en una transformación vital. Se quedó tres años con su marido y sus dos hijos y pasó a escribir en italiano. Hoy no quiere volver a hablar de los bengalíes que protagonizan El intérprete del dolor, Tierra desacostumbrada o La hondonada, publicados en España por Salamandra. La suya es la historia de una renuncia al éxito, al dinero y a la lengua en un esfuerzo por mantener las riendas de su vida.

La grandiosidad de la vista desde su ático en lo alto del Gianicolo, contrasta con la sencillez con la que está amueblado el piso, como si lo importante quedara a los pies de la casa. Habla un italiano perfecto. «Ciao, amore» saluda a su marido, el periodista neoyorquino de origen guatemalteco, Alberto Vourvoulias. Y ofrece cerezas y agua con gas. Dulce, menuda, firme y con una fortaleza de junco, relata la historia del éxito que amenazó con devorarla. Y explica cómo le plantó cara.

La entrevista es en la terraza, como si no pudiera separarse de las vistas al Aventino romano. Cuenta que Jhumpa, su nombre, no remite a nada, «no es como el de mi padre, Amar, que significa inmortal». Se lo puso su madre, como los oficiales Nilanjana Sudeshna, «los eligió confundida en el hospital de Londres. Tuvo que decidir en un momento lo que en India uno tiene más tiempo para pensar y lo piensa hasta que el carácter del bebé termina por decidirlo».

Empezó sin prisas pero imparable. Con treinta y cuatro años logró el Pulitzer con su primer libro de cuentos, El intérprete del dolor. Luego siguieron ventas astronómicas y una película a partir de su primera novela… ¿Necesitó huir de tanto éxito?

Tengo una relación difícil con esa identidad, la del éxito.

No es la primera vez que está incómoda en su piel.

Mi primera incomodidad nació de mi relación con América. Pero el problema siempre ha sido el mismo: que mi identidad esté en manos de otras personas. He necesitado levantar barreras para construirme a mí misma.

Hace una década decidió estudiar italiano obsesivamente. Hoy ha abandonado el inglés y ha publicado dos pequeños ensayos en italiano. ¿Otra lengua consolidará su identidad?

El italiano ha sido una pasión, una fuga y también una cura. Es lo que me ha permitido poco a poco llegar a ser otra.

¿Por qué necesitaba ser otra? ¿Por qué arriesgarse a escribir en un idioma que no controla cuando se gana la vida escribiendo?

Uno debe correr riesgos. Incluso en inglés escribir era para mí un juego peligroso. Era ir contra las expectativas de mi familia.

Creí que su padre era bibliotecario.

Pero eso tiene poco que ver con ser artista. Asumieron, y yo casi también, que tras el doctorado me convertiría en catedrática. Querían para mí la seguridad de la vida americana que ellos habían logrado. Irónicamente, ahora doy clase en Princeton, pero he llegado por otro camino: porque soy escritora, no por mis estudios. Y eso es lo que quiero ser.

Una escritora en perpetua transformación. Aunque Beckett, Nabokov o Agota Kristof cambiaran de idioma, sorprende que escriba ahora en italiano.

Para mí es una esquina más. Ya me pasó cuando decidí que quería escribir. Tenía mucho miedo, pero por costoso que sea, y lo es, se decide una vez si uno quiere ser libre o no. El resto son matices.

¿De dónde sacó el valor para intentar ser quien quería ser?

Me volví loca de amor por la persona con la que supe que tenía que estar. Eso da fuerza. Mi vida parecía hecha, iba directa hacia una carrera académica. Pero tenía un secreto, escribía. Sentirme amada abrió ese secreto cerrado con llave.

Su marido la apoyó.

Mi suegra era escultora. Alberto venía de un mundo en el que uno podía plantearse la vida ampliamente. En el momento oportuno, al borde de los treinta, por fin encontré un buen hombre.

¿Conoció a muchos malos?

Los suficientes para valorar al bueno.

Su primera decisión libre fue convertirse en escritora, la segunda hacer del italiano su lengua, ¿cada cuánto va a necesitar cambiar las cosas para sentirse dueña de su vida?

¿Quién sabe? Pero creo que este último cambio bastará. Cambiar de lengua con cuarenta y cinco años es bastante serio.

Particularmente si involucra a su familia. ¿Es posible reinventarse como persona sin sacrificarlo todo?

Cualquier cambio requiere no solo sacrificio, también traición. (Cita en italiano: Ogni cambiamento richiere un tradimento). Creo que es cierto incluso biológicamente. Para que mi hija sea quien es ha tenido que perderse la que fue hace tres años. Uno gana y pierde. Coge y suelta. Así nos alimentamos: tomamos y dejamos, de lo contrario no funcionaría. Creo que la identidad es eso.

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