Michelle Gonzalez - Antología 10 - Planes divinos
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La comprensión del inmenso amor de Dios
Una noche de soledad, entre lágrimas y suplicas, hablando con Dios le dije: “Señor, dijiste que voy a tener un hijo y te creo, así como sé que abriste el mar Rojo para que tu pueblo pasara o que le diste a Abraham y a Sara descendencia. Pero ¿qué hay de mí, Señor? No tengo la fe de Abraham. Y si a él, que tenía fe grande, le diste una señal clara y tangible mencionándole la arena del mar y las estrellas del cielo, te pido por favor que me des algo visible y palpable que aliente mi fe”.
Dos semanas después, llegaron de visita hermanos de la iglesia de Evangelismo Internacional. Eran de Alemania e India, y hablaban en inglés. El hermano proveniente de la India indicó que tenía que decirme algo que Dios le había dicho para mí antes de regresar a Alemania.
Llamó al traductor y me dio un calendario, tipo almanaque, diciéndome que eso era lo que le había pedido a Dios. Cuando lo puso en mi mano, vi la cara de un bebé con ojos azules. Inmediatamente rompí en llanto, porque esa era mi señal palpable. Cuánto amor y qué inmenso privilegio ser amada y escuchada por el Padre.
Tiempo después, por el año 2016, asistí a un retiro muy especial. Allí, un pastor de otra provincia oró por mí, y me dijo: “Dios me dice que vas a gestar en el tiempo que las hojas caen”. Palabras cortas, pero alentaban y desafiaban mi fe.
Pasaba el tiempo y aquel calendario seguía guardado en mi billetera. Lo miraba para recordar la promesa. Y llegó el año 2017 y nada había sucedido aún. Comencé terapia por otras razones, que hicieron acomodar en mi interior situaciones de la infancia que perdonar. Recuerdo que el terapeuta, con mucha sabiduría, me dijo: “Un día vas a tener hijos. Si tu fe está débil te presto la mía por el tiempo que la necesites”. Me alentó a que fuera a la próxima cirugía.
Esos días, mi mamá me ayudó incansablemente con consejos y oraciones para encontrar un nuevo doctor. Mi hermana también había pasado por situaciones dolorosas con esa enfermedad, y logró ser mamá. Su hijo consolaba mi corazón y animaba mi esperanza. Y así también cada nuevo bebé nacido en la familia llenó mis vacíos con ternura y aliento para esperar.
Al tiempo vino un pastor de Buenos Aires. Me habló de parte de Dios claramente y me dijo: “El año próximo, por esta época, vas a estar abrazando a tu hijo”. ¿Cómo acomodar eso adentro y saber que era verdad, y no era emoción de alguien que ni me conocía? Sentía felicidad, incertidumbre, miedo y esperanza, todo a la vez.
Del llanto a la alegría
La cirugía fue el 14 de febrero del 2018. Firmé el consentimiento de que sacaran lo que estaba mal. Al despertar, el informe del doctor era que habían sacado “las trompas de Falopio, adherencias en los intestinos y pólipo del útero”. Meses después fui para que me realizaran un estudio nuevo y me prepararan para poder comenzar el último tratamiento in vitro, entendiendo que a mis 41 años era imposible lograrlo naturalmente.
El lunes posterior al “Día del Padre” de ese mismo año, fui a visitar al doctor que me operó porque tenía dolor en el útero y mucha hinchazón. Recuerdo que me acosté en la camilla y colocó el ecógrafo para ver si había un tumor o algo parecido. Entonces quedó en silencio, con una expresión de asombro en su rostro. Al momento exclamó: “¿Vos ves lo que yo veo?”. Contesté: “Sí, veo un círculo negro. ¿Qué es? ¿Un tumor, un quiste, o qué? ¡Dígamelo de una vez, por favor!”.
“Es un bebé, Lily. No sé cómo llegó ahí, ¡no entiendo! Te operé en febrero y estamos en junio. No entiendo nada. Soy ateo, ¡pero esto no tiene otra explicación que un milagro!”. No podía creer en mi mente lo que había en mi cuerpo. Era tanta la felicidad y el shock que me olvidé de todo mi dolor y mis angustias pasadas. Me sentí bienaventurada como María, privilegiada como Elizabeth, amada y elegida como Ana…
Llamé a mi esposo y acudió a la clínica. Con lágrimas en los ojos pudimos entrar a la ecografía juntos. Estábamos ante la promesa cumplida. Veintitrés semanas y media de gestación. “¿Quieren saber el sexo?” dijo la doctora. “Es un varón, ¿qué nombre tienen pensado ponerle?” nos preguntó. “¡Samuel! -contesté inmediatamente-, porque el nombre lo espera a él hace dieciséis años.”
Algunos días después estaba en mi casa, y la radio anunciaba que empezaba el invierno. Instantáneamente recordé aquella palabra que recibí: Había estado gestando durante el otoño, desconociéndolo totalmente. ¡Otra promesa cumplida! Dios continuaba sorprendiéndonos.
Solo pasamos tres meses de embarazo y tuvimos a Samuel con nosotros. Sus hermosos ojos color azul del cielo son iguales a los del bebé del almanaque. Nació el 9 de octubre de 2018, y solo unos días después festejé mi primer “Día de la Madre”. No puedo poner en palabras lo especial y maravilloso que fueron esos días. Cada lágrima fue cambiada en alegría.
Hay un tiempo señalado para cada uno, y una promesa espera por delante. Tenemos un Dios que escucha y actúa a nuestro favor. Su fidelidad es asombrosa y sus planes divinos tienen fecha de cumplimiento. Te animo a que creas en este Dios poderoso que puede transformar tu historia de manera única y especial.
¡A Él sea la gloria para siempre! “Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.” (Salmos 139:16). “Él (Jesús) les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.” (Lucas 18:27).

Liliana Flores está casada con Javier Gustowski. Tienen un hijo, Samuel, que llena sus vidas de alegría. Sirven juntos en el ministerio de alabanza de la Iglesia Evangélica Congregacional de Alta Gracia (Córdoba, Argentina), en donde viven hace veinte años. Liliana es Orientadora Familiar y disfruta feliz de su reciente título de mamá.
Whatsapp: +54(3547)450-958
Facebook: Lily Flores
Instagram: María Liliana Flores
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Fútbol: Fama y soledad, o la gloria de Su presencia
El reconocimiento del mundo no se compara con los beneficios de una vida con Cristo. Visiones, crecimiento y milagros que restauraron mi vida.
Por el pastor Osvaldo Barrera
A la edad de diez años comencé a practicar un deporte muy popular, el cual no hace distinción de credo, raza o condición social: el fútbol. Mis padres se habían separado, y a pesar de las necesidades mi madre dio todo para que junto con mi hermano nos formemos como hombres de bien, y así poder salir adelante.
Con la ausencia paterna y la soledad como compañera, me refugié en el fútbol en el Club Independiente de Neuquén, el cual fue mi segundo hogar. Y no solo me formó en el área deportiva, también tuve profesores que orientaron mi vida con responsabilidad y conducta. Impartieron principios, los cuales me condujeron por caminos de rectitud y agradezco a Dios que me libró de senderos de oscuridad.
Buscando la verdad: Un encuentro con Jesucristo
Desde niño tuve eventos que me conectaban con la presencia de Dios. A través de sueños y visiones me mostraba que estaba destinado con un propósito. Esto me llevó a concurrir a distintos credos, como la iglesia católica y los Testigos de Jehová, donde me congregué por un tiempo.
La palabra de Dios me atraía sobremanera. Iba escudriñándola cada día más. Esto me llevó a apartarme de estos grupos, ya que las Escrituras se contradecían con sus prácticas y verdades. Tenía un vacío que solo lo podía llenar la presencia del Espíritu Santo, y aún no lo podía comprender.
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