Michelle Gonzalez - Antología 10 - Planes divinos
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Me refugié en el fútbol, deporte en el cual alcancé una notoria fama a nivel local en mi provincia. Todos los fines de semana mi nombre aparecía en periódicos, revistas y programas deportivos, tanto de radio como de televisión.
A los veintiocho años y con una dilatada carrera futbolística, tuve una lesión importante: rotura de ligamentos. Esto me alejó de las canchas por varios meses, y entré en una depresión que invadió mi vida por no poder hacer lo que más me gustaba.
Esto quedó plasmado en un cuadro que todavía cuelga en mi hogar, y que escribí tiempo después de mi operación, donde dice: “Señor, déjame correr tras mis sueños porque entre esta pelota y yo hay un romance que es tan eterno como tu amor”. Realmente aún no había experimentado conocerle, y como declara el libro de Job, “solo de oídas te conocía”.
Una noche en mi habitación tuve una visión totalmente real. Jesucristo se presentó a los pies de mi cama. No podía mirarlo, ya que el resplandor de sus ojos era como llamas de fuego y sus vestiduras eran blancas y luminosas. Solo atiné a poner mi brazo cubriendo mis ojos, aunque no tuve temor alguno.
Escuché su voz como un estruendo pronunciar por única vez: “Ahora me tienes que servir a mí”. Fueron las únicas palabras que escuché, pero llenaron mi vida y resuenan hasta el día de hoy en mi alma. Esa noche, un fuego llenó mi vida y fue la presencia del Espíritu Santo. No paraba de llorar.
A la mañana siguiente, un compañero de trabajo llegó a visitarme y, ¡oh, casualidad!, además era pastor. Le conté lo vivido esa noche y me orientó en la experiencia que tuve, haciéndome aceptar al Señor. Inmediatamente comencé a congregarme.
El Espíritu Santo era notorio en mi vida. En cada reunión mi ser se llenaba más de Él. Recuerdo que un día viajamos a una localidad pequeña para visitar una iglesia humilde con unos pastores ancianos. Llegamos a las seis de la mañana. Esa iglesia tenía el piso de tierra, pero eso no impidió que nos arrodilláramos seis hermanos y los pastores.
Fue tanta la gloria de Dios que, si tuviese que elegir un estadio de fútbol lleno vitoreando mi nombre o la presencia de Su gloria en mi vida, elegiría lo segundo. Es infinitamente más hermoso experimentar eso en nuestro interior que lo que te pueda regalar este mundo y su deseo.
Caminar por el desierto
Los dos primeros años fueron de gloria en gloria. Estudié la Palabra, me capacité, prediqué en campañas, fui conductor por dos años de un programa de radio que se llamaba “Adoremos”. En la congregación conocí a mi primera esposa. Juntos tuvimos tres hijos que fueron presentados al Señor.
En determinado momento, entre ocupaciones y responsabilidades con la familia, el amor al Señor comenzó a dividirse. Dejé de ponerlo en primer lugar y comencé a deslizarme, dejando de congregarme “como algunos tienen por costumbre”, como dice la Palabra. Ese tizón encendido se fue apagando.
Separado y expuesto a este mundo, fuera de la cobertura del Señor, el enemigo destruyó todo lo que Dios había edificado en mí, culminando después de muchos años con mi matrimonio. Nuevamente reinaron la soledad y la tristeza sin Su presencia. Estos sentimientos me impulsaron a alzar mis ojos al cielo.
Volví al Señor ya con todo devastado, como Israel después del exilio, cuando cayó en esclavitud en manos de Babilonia. Pude levantarme y renacer, porque Dios es misericordioso y perdonador. Como un padre, me tomó en sus brazos nuevamente, restaurando mi vida. Entonces, comencé un nuevo camino.
Un nuevo tiempo de restauración
Volviendo al redil, en el año 2019 comencé a activar todos los dones que Dios me había entregado. Totalmente decidido a servir al Señor, a finales de ese año fui ungido como maestro en la Palabra. Conocí a mi nueva esposa, Ingrid. Ella, como mujer idónea, con su amor y compañía me impulsó a escribir la historia que pude vivir en este último tiempo, la cual es sobrenatural.
Dios extendió mi vida en el relato final que les voy a contar. Es solo el principio de un ministerio grande y poderoso que realizará el Señor para engrandecer Su nombre y ser parte del último avivamiento de la iglesia de Jesucristo.
Crónica de una muerte anunciada
En el mes de enero Dios mostró una visión a los pastores de la iglesia central para abrir un anexo en un sector populoso. En el mes de marzo comenzamos con cultos en el garaje de nuestro hogar, y en abril alquilamos un salón donde ya constituimos el templo.
Fuimos enviados como encargados de obra y comenzamos las reuniones. La primera semana de mayo, como una suerte de anticipo, llevé a la iglesia central un estudio: “La muerte, y qué hay más allá”. Como algo paradójico, la palabra era para mi vida.
El día 15 de mayo comencé con algunos síntomas compatibles con Covid-19, con fuertes dolores de cabeza y cuerpo. El 24 del mismo mes por la tarde, me llevaron de urgencia a la guardia del hospital con un 50% de oxígeno en mis pulmones. El coronavirus avanzaba con rapidez, llevándome a un estado de pérdida del conocimiento. No recuerdo ningún evento de lo ocurrido desde que ingresé a la guardia del hospital.
Testimonios vivos irrefutables de los médicos
Una vez recuperado en mi habitación, el personal médico que se encontraba de guardia ese día me relataba que solo un milagro de Dios salvó mi vida, considerando el estado y las condiciones en las que llegué al hospital. Un médico que estaba de guardia se encargó de llamar a mi esposa e hijos para anunciarles que ya era poco lo que se podía hacer, que mis horas estaban contadas y que se fueran despidiendo de mí.
Por otro lado, otro médico (cristiano) que estaba dando clases a estudiantes de medicina comenzó a asistirme manualmente con oxígeno. Luego, se fueron turnando y estuvieron más de cuatro horas hasta que llegó el respirador con el cual fui entubado por quince días. Entre ese evento y recuperar mi conciencia en la habitación viví una experiencia sobrenatural con el ángel de Jehová, y quiero compartirla.
Aunque ande en valle de sombra, no temeré mal alguno
Me encontraba en una cueva y podía ver un álbum de fotos que se abría de a una página por vez, comenzando a mostrarme imágenes. Las mismas revivían etapas de mi vida: infancia, adolescencia, mis hijos; era como un resumen de memorias de todo mi caminar en este mundo.
Cuando llegó a la última página, podía verse un ataúd con mi cuerpo dentro. De pronto escuché voces que venían hacia la cueva, como alaridos y gritos. Interpreté en el espíritu que eran potestades de muerte que venían a buscar mi alma y llevarme al mundo de los muertos.
Cuando estaban por acercarse a mí, repentinamente la cueva se llenó de resplandor. Entonces vi la presencia del ángel de Jehová sobre mis lomos, y escuché una voz que dijo: “No toquen ese cuerpo, porque es mío y es santificado”. En ese momento, los demonios salieron huyendo despavoridos. Luego desperté en la habitación.
Este acontecimiento no fue un mero sueño. Fue tan real como mi existencia en el estado que ingresé al hospital. Después de despertar, me vi en esa cama. No podía moverme. Mi cuerpo estuvo así, inerte, por una semana. También estaba desorientado, perdido en tiempo y espacio, quizás por efecto de los medicamentos. Los médicos informaron que tenía un cuadro severo de polineuropatía.
Como nuestro Señor hace los milagros completos, el 15 de junio comencé a recuperar la movilidad de mis brazos y piernas. El 22 comenzaron a suministrarme alimentación vía oral. Mi voz era casi inaudible, y solo repetía “quiero agua”.
Desde ese momento hasta el día 2 de julio, que fue el alta para irme a casa, los médicos no podían creer lo rápido de mi recuperación. Hoy tengo aún secuelas del proceso, como disfonía y un poco de tos, pero la recuperación es de un 90% del total de mi salud.
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