Michelle Gonzalez - Antología 10 - Planes divinos
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Comenzamos a conocernos y a hablar del amor de Dios, y cómo sus caminos habían sido tan tristes y duros sin Él. Eran historias mezcladas de dolor y de delincuencia, de abandono y de drogas. De secuestros, de entradas y salidas de la cárcel. Yo me preguntaba: ¿Que querrás hacer Dios en mí? ¿A quién estarás rehabilitando Señor? ¿A ella, a mí o a ambas?
Compartimos tantas cosas bellas: charlas bajo la sombra de hermosos árboles, tardes de Proverbios, mañanas de limpieza del lugar, mediodías de alabanza, ¡y verla crecer! Verla adorar a Dios, verla servir. ¡Cuán grande es Él! Pasábamos mucho tiempo juntas, yendo a las fiscalías y a los juzgados, lugares donde debía firmar su buen comportamiento.
Pasados unos largos meses, de repente entró un llamado a mi teléfono: “Ely, ¿te podrías acercar a hablar con Valeria? Hemos intentado convencerla, pero se quiere ir del hogar. Está sentada del lado de afuera en la calle, tal vez la puedas convencer.”
Hice esas cuadras cuesta arriba, en mi bicicleta; iba corriendo desesperada, pensando qué decirle, cómo retenerla, cómo pedirle que no lo haga, que vuelva a los brazos de Papá. ¿Qué podría hacer yo, una simple mortal, para que ella no volviera a esa vieja vida? Finalmente fue en vano, y me fui con tristeza, sin el resultado esperado tanto para mí, como para mi amado Dios.
¿Habré fallado? ¿Dije las palabras correctas? ¿Me esforcé lo suficiente? ¿Qué parte dependía de mí? ¿Qué dependía de ella? ¿Por qué tantas preguntas en mi monólogo interior? Mientras seguía mi camino en bicicleta, llegué hasta el semáforo, y allí vi cómo ella subía al colectivo con su bolsito. Allí la esperaba su antigua vida, ¡cuánta juventud desperdiciada! ¡Qué dolor inmenso me produjo en el corazón!
Llegué a mi casa, y allí derramé mi corazón delante de Dios. ¿Por qué dolía tanto? ¿Me sentía frustrada por ella, o por mí? ¿O por ambas? No paraba de llorar, ¿cómo podía doler tanto en el corazón? ¿Cómo podría entender mi familia lo que estaba sucediendo?
Durante varios días esperé con anhelo que ingresara para verla de nuevo, pero no sucedió así. Aunque debo decir que su vida marcó un antes y un después en la mía, en este caminar con Cristo. A través de esta experiencia, me enseñó el amor por el perdido, y por su familia.
Pasado un tiempo, me encontraba yo en la oficina pastoral redactando unas cartas, cuando de pronto entró un joven de rehabilitación, y le pidió al pastor que lo atara, que no lo dejara ir, que tenía muchas ganas de volver a consumir drogas. Ese clamor de dolor me impactó, y nunca lo olvidé. Desde allí entendí que había algo más para mi vida, que empezaba a descubrir el llamado de Dios para mí.
Transcurrieron los meses, y nuevamente me entró un llamado desde el centro de rehabilitación: “Elizabeth, tu hermano se fue del programa”. ¡No podía ser! Inmediatamente Dios me dijo: “Tú también necesitas restauración”. Tomé el teléfono y llamé a los pastores, y les dije que necesitaba de Dios en mi vida, que ya no quería el frío en el corazón.
Continuando en los procesos de Dios
Así siguieron los días de este proceso en el Señor: conociéndole, adorándole y obedeciéndole. Él transformaba lo que yo no había podido por mi propia cuenta, ni con mis propias fuerzas. Pude conocer mucho más sobre el amor por el perdido, por las familias, por todas esas personas que venían a rehabilitarse. Y nuevamente llegaba la reflexión: era a ellos que Dios restauraba, pero podía ver que Él también lo hacía conmigo. ¡Qué maravillosa experiencia! Pude entender que, aunque yo jamás me había drogado, mis pecados eran como si lo hubiera hecho. Estas familias me estaban entrenando a mí, sin ellos saberlo.
Acompañaba a las jóvenes en restauración, a las iglesias que nos invitaban, y a través de sus experiencias podía ver el mover de Dios. Comencé a ver cómo muchos de ellos eran restaurados por el poder del Señor en sus vidas. El solo verlos caminar era un regalo de Dios cada día, ellos eran el milagro caminando delante de mis ojos. ¡Qué experiencia divina! Descubrir que yo comenzaba a ser un canal de bendición para otros, ¿qué más querría hacer Dios en mí?
Venía a mí esa palabra de Efesios 1, donde Dios me recordaba que soy escogida, predestinada, aceptada, redimida, heredera, y sellada. ¡Qué maravillosa selección hacía Dios con alguien tan imperfecta!
A medida que pasaba el tiempo, fui descubriendo que las familias tenían otras problemáticas, entre ellas abuso, violencia, suicidio, y otras terribles circunstancias. Entonces, comencé a darme cuenta de que oraba por y con ellos, pero me faltaban herramientas.
Un día el Señor, en oración, me dijo: “Te voy a capacitar”. Yo pensé, “si ya llevaba trabajando 10 años con adicciones, ¿qué más podría aprender?” ¡Pero por Dios, cuánto me faltaba! Fue allí donde el Espíritu de Dios me fue guiando. Comencé a estudiar, a tomar herramientas; y una vez abierto el panorama, comencé a ingresar con la Palabra de Dios, reconociendo que solo en Él hay sanidad y liberación.
Creciendo en el servicio al Señor
Junto a otros hermanos, formamos un grupo guiado por Dios, y descubrimos que teníamos el mismo llamado: trabajar por y con las familias todos estos temas, y con Dios en nuestro corazón.
Un día, recibí el llamado de mi pastor, que me dijo: “Ustedes se van a encargar de todos estos delicados temas de familia”, y así nació “Prevención y Valores”. Participamos en marchas a favor de la vida, hemos conocido grandes ministerios que trabajaban desde mucho antes que nosotros, y fueron grandes referentes. Así, fuimos creciendo en el favor y la gracia de nuestro amado Dios. Y el Señor puso más estrategias: comenzamos a visitar los merenderos de la zona, donde actualmente seguimos yendo junto a los talleres de prevención.
Vimos cómo el Señor comenzó a hacer libres a muchas mujeres, que aprendieron a seguir a Dios, y solo a Él. Al recibir a Jesús en su corazón, ellas comenzaron a descubrir que sus vidas tienen valor, que son preciosas para Dios, que traen un don y un talento que Él ya les puso de antemano. Y así, todo esto pasó a ser una gran herramienta de evangelización, de contención, de sanidad y de liberación.
Hoy puedo comprender que nada fue casualidad. Que todo el caos que viví en el pasado, hizo sobreabundar la gracia de Dios en mi vida. Puedo entender que en los tiempos que estamos viviendo, nuestros niños son los que están siendo afectados; y cuando llegan a las consultas, el Señor llega primero. Todo lo que manifiestan en los consultorios, es el resultado de lo vivido en sus hogares.
Este año, a través de la experiencia en cuarentena, comenzamos a dar cursos por internet. Y para sorpresa nuestra, muchos pastores y líderes han decidido capacitarse para ser esos primeros auxilios, esos “preventores” en sus iglesias, para hablar y prevenir en todas las congregaciones sobre abusos, violencia y suicidio. Pudiendo así acompañar a muchas familias a sanar, como lo hacía el Señor Jesús.
Y el texto situado en Lucas 4:18 (LBLA) fue de confirmación a mi corazón: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor”.
Esta Palabra es mi bandera… ya sin frío en el corazón.

Elizabeth Celina Cabrera vive en Benavidez, Buenos Aires, Argentina. Está casada con Antonio Vera y tienen 4 hijos: Leonardo, Tatiana, Mariano y Camila. Hace 17 años que sirve a Dios en diferentes ministerios. Es psicóloga social y acompañante terapéutica, además de docente del IBPEN. Ha fundado el Ministerio Prevención y Valores, y trabaja intensamente en todo lo relacionado a la prevención de violencia familiar. Es integrante de la mesa Aciera Niñez, Adolescencia y Familia. En 2018, el Señor la guio para formar un equipo interdisciplinario, con profesionales cristianos. Y a su vez, en plena pandemia, pudo comenzar una serie de talleres vinculados al tema familiar, que están respaldados por el IBPEN.
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