Reflexionar. Es importante que reflexione y no me deje lisa y llanamente arrastrar por la espontaneidad. La reflexión genera un cierto “enfriamiento”, apaciguamiento y relativización. Al reflexionar comparo situaciones internas concretas con otras ya vividas y de las que he cosechado experiencias.
Hablar con otra persona. Particularmente provechoso es la conversación con otra persona. Desahogarse, exponer a otro las propias mociones interiores significa ponerlas delante de mí y contemplarlas con mayor objetividad. En realidad la tarea del interlocutor estriba sólo en escuchar. Descubriré entonces, por mí mismo y con la seguridad necesaria, qué es lo que hay que hacer.
Crisis. Tentación. A veces basta con tener presente categorías como crisis y “tentación”. Vale decir, que algo puede ser sencillamente una especie de prueba, un mal momento que hay que sobrellevar sin extraer consecuencias de él.
Criterio de realidad. Naturalmente un importante punto de vista es la realidad en la que vivo. Una tal realidad es, por ejemplo, la vocación o trabajo que se tiene. O simplemente mis obligaciones. Realidades son también los superiores, la familia, los hijos, el cónyuge, la madre enferma… Cuando se trataba de averiguar lo que Dios quería, para el P. Kentenich la máxima fue siempre: “Dios habla a través de las circunstancias”. Eventualmente el alma tendrá que volver a adaptarse a sus propias circunstancias. Porque no siempre le agrada la realidad que vive. De ahí que no se debe dar curso a esas voces de “liberación” que se escuchen en el alma. Aun cuando la realidad suscite una dolorosa resistencia en nosotros, esa realidad lleva en sí algo que aquieta, libera, algo que ordena al alma.
Reserva ética. Todo lo que dice el alma tiene que pasar, por decirlo así, por el tamiz de la ética que nos obliga a todos en general. La ética me dice lo que rige para todas las personas, y por lo tanto rige para mí también. En un determinado momento se lo puede olvidar. Entonces es bueno que desde afuera se le diga al alma “lo que es objetivamente correcto”. Aun cuando la adaptación al mandato ético resulte doloroso, el hombre ha de contar con que finalmente eso hace bien al alma, es congruente con ella. Las exigencias de la ley están ya “inscritas en nuestros corazones”.15
Examinarse ante Dios. Si reflexiono sobre una moción concreta del alma desde el punto de vista de que yo quiero cumplir la voluntad de Dios, entonces entra a tallar una instancia que examina al alma en cuanto a su pureza, generosidad y espíritu de sacrificio, exhortándola a dar lo mejor de sí, o en todo caso a no ser mezquina.
Escuchar la conciencia. La conciencia me dice lo que la ética exige y me advierte cuando no lo acato. Y me dice especialmente si tengo que pasar por encima de la aplicación normal de la ética haciéndome cargo de una aplicación personalísima, o cómo decidirme adecuadamente en un conflicto en torno de normas. Puede plantearse algo ine-ludible, inexorable, y la doctrina tradicional ha considerado siempre que en tales situaciones está operante la voz de Dios.
Mociones de la gracia. Los maestros de espiritualidad del pasado señalan que en el alma existen mociones que ciertamente pueden ser interpretadas psicológicamente pero que no pueden ser reducidas únicamente al plano psicológico. Porque proceden de manera particular de Dios, son mociones de su gracia, son mociones del alma operadas por el Espíritu. Lo que el P. Kentenich llama “voces del alma” es, en lo más hondo, idéntico a lo que en la tradición se conoce como “mociones de la gracia”. Tal moción de la gracia es de manera especial una iluminación del Espíritu Santo. Por último sólo es accesible para la fe. Más aún, para ello se necesita un peculiar “instinto de fe”, tal como lo formula el P. Kentenich con frecuencia.
Vocación. Algo similar se nos presente cuando se trata de seguir una vocación personal o camino personal. No se hace referencia aquí sólo a las grandes decisiones de la vida, sino a las “pequeñas” vocaciones o llamamientos que tienen lugar una y otra vez en el camino que una vez se emprendió.
Orar. Es importante también orar pidiendo iluminación. Y escuchar con atención lo que aflore en tal oración.
Audacia de la decisión. Tanto en grandes como en pequeñas cosas todo acatamiento de la voz divina en el alma supone una audacia. Es el precio de toda toma de conciencia y de los interrogantes concomitantes. He de asumir riesgos con audacia, ya que no tengo la plena seguridad. También en este punto la hondura del alma me confirmará que mi acción fue la correcta. Pero esto no excluye que a la vez existan algunas dudas.
Esta vez fue correcto; la próxima puedo volver a examinar el asunto. Si creo que Dios opera en mi vida - el Dios de la historia y de la vida -, puedo esperar entonces que una acción concreta que no me parezca correcta o se compruebe que es equivocada, tenga sin embargo un lugar en los planes de Dios. De tal modo que en esa oportunidad haber procedido así fue correcto, y en otra oportunidad puedo o debo hacer las cosas de otra manera.
Resultante creadora. La certeza de que una interpretación y acción fue la correcta se obtiene a menudo recién al cabo de cierto tiempo. Sobre todo en el caso de cuestiones importantes. En este contexto el P. Kentenich emplea el término “resultante creadora”.
Fruto del Espíritu. Desde el punto de vista bíblico, un criterio importante es el “fruto del Espíritu”. “El fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia” (Gal 5, 22).
Toda vida es única. Si bien se trata siempre de adecuarse a lo ya dado objetivamente y cumplir con los criterios correspondientes, no debe olvidarse que se está enfocando mi vida personal, personalísima. Por último ninguna persona ajena puede juzgarla. Incluso yo mismo debo dejar en manos de Dios la cuestión de si algo es o fue correcto. Sin embargo el camino del P. Kentenich nos alienta a creer en la rectitud de la propia vida y nos anima a ser personales y subjetivos. Se me permite no “delegarme” - por decirlo así - en nadie. Todo ser humano es la realización de un pensamiento muy original de Dios, es amado infinitamente por Dios, es objeto de la alegría de Dios.
Esto vale para mí mismo y también para los demás. También para mis colaboradores. Todos los criterios de reconocimiento de lo correcto enumerados en esta aportación se hallan bajo esta premisa.
A lo largo de toda la vida podemos y debemos no sólo aplicar una y otra vez los criterios mencionados, sino depurarlos de escorias, igualmente a lo largo de toda la vida. Escorias que nos dificultan o bien imposibilitan una cabal aplicación, porque arrastramos mucha falta de libertad, miedos, neurosis, rutinas, insuficiencias de nuestra educación y también, una y otra vez, el pecado. Hay que liberar el alma a lo largo de toda la vida para que se halle a sí misma. Anímate pues a ser tú mismo y serlo cada vez más. Pero eso no es posible sin audacia. Cada ser humano es, en lo más profundo, el único responsable de sí mismo.
“Fe práctica en la Divina Providencia sobria”. Cuando se trata de tomar decisiones no debo consultar a Dios como se consultaría, por decirlo así, un oráculo. Más bien se apunta a reflexionar con toda seriedad y abordar el asunto con sobriedad y practicidad. En el P. Kentenich aparece con extraordinaria frecuencia el término “sobrio” como atributo: Fe sobria y práctica en la Divina Providencia.
Sin embargo no siempre se trata de decisiones y resoluciones de gran envergadura. En tales casos puedo ser más generoso y espontáneo en cuanto a suponer que Dios se comunica conmigo, me saluda, me hace señas, me habla. Esto le infunde al todo un maravilloso aroma y despierta una gran alegría en la fe, hace a la religión interesante y viva. Por eso en caso de duda y en el caso normal, es mejor “exceso en lo bueno” que exceso de dudas atormentadoras.
Читать дальше