Una ético-dogmática. Yo la designaría como “reserva moral-dogmática”. Lo motivado por el alma no debe contradecir las leyes éticas y la doctrina de fe de la Iglesia que rigen para todos. La conciencia tiene que dejarse normar. Y en este punto no se excluye conflictos de conciencia.
Una religiosa. Hoy esta labor resulta particularmente importante, en tiempos en los que se aprecia una variada influencia de pensamiento religioso de tinte irracional. Y es asimismo importante en relación con la imagen de Dios que se tiene. Una imagen de Dios signada por la angustia, por ejemplo, deformará la voz de Dios tanto como una imagen de Dios demasiado humana que no permita ningún desafío o exigencia de parte de Dios.
Y en cuarto lugar, una específicamente creyente. ¿Cuál es el punto donde puedo decir: “Esto puedo hacerlo, quiero hacerlo, me siento obligado a ello, me infunde alegría, me tranquiliza; si no lo hiciera me lo reprocharía después, por no haber obedecido a Dios, acatado su voz”? En medio de todo lo que aflora en el alma, incluso entre las diferentes voces ligadas a lo religioso, hay que escuchar la verdadera voz de Dios.
Se trata por último de un progresar en una relación más directa con Dios, en la que la acción de Dios en puntos particulares, realizada a través de causas segundas, es puesta al servicio de su comunicación directa.
Dios puede también quebrantar lo que para el alma y la religión sería “coherente” e imponer y decir cosas que me resulten difíciles, que provoquen rechazo en mí. Cosas a las que, a veces al cabo de un largo proceso, debo y puedo darles un “sí” de corazón; cosas que, de no hacerlas, yo acabaría por considerarlo una infidelidad de mi parte. E igualmente Dios puede quebrantar lo que no sea “coherente” para el alma.
Aquí se trata, una y otra vez, de delimitar lo que llamamos ideología. Se puede lisa y llanamente dejar pasar de largo al Dios que se anuncia en el alma, no abrirle la puerta, porque se lo interpreta de manera excesivamente psicológica, vale decir, se teme demasiado que eso sea sólo ideología.
Permanente purificación del corazón. Se necesita una “purificación del corazón” a lo largo de toda la vida, tal como lo plantea la tradición espiritual del cristianismo.
La fe como audacia en la interpretación. La fe pasa a ser audacia: Por último tengo que creer en mis interpretaciones, decidirme por ellas. La audacia de la fe es audacia de la interpretación. Esa fe es decisión, “salto”, expresión de la voluntad. Pero no es algo unilateralmente irracional. Es suprarracional, se implanta en la totalidad irracional-racional del ser humano, y surge de esa totalidad. Aquí hay que utilizar las categorías de libertad, de lo existencial y de lo histórico-concreto.
Detrás de las interpretaciones del creyente está Dios que alivia al hombre, que puede integrar a su “plan” incluso interpretaciones erróneas, y escribir así derecho por renglones torcidos. Lamentablemente esto no siempre es fácilmente reconocible.
El encuentro del hombre con Dios en la eternidad consistirá, no por último, en repasar los caminos de Dios en nuestra historia y comprender su sentido.
7. Aprender a percibir la voz de Dios y diferenciarla de otras voces. Esto significa
“Aprender a diferenciar espíritu humano de espíritu divino; palabra humana de palabra divina.”14 La tradición y también el P. Kentenich mencionan al diablo como tercer factor.
Comunicación directa de Dios. En la experiencia de Dios, Dios me habla por último directamente. Que Dios me hable muy directamente es algo que acontece en el campo de la piedad personal. Al hecho de que Dios se haya hecho presente, que Dios me tenga en cuenta, respondo con gratitud, súplica, alabanza, alegría.
Comunicación indirecta de Dios. En relación con la vida (pastoral) cotidiana, no pensaré enseguida que Dios me haya hablado directamente en cosas concretas que hay que discernir. Más bien me detendré el mayor tiempo posible en el análisis de las causas segundas. Dios no es una causa mundana entre otras que me exima de la reflexión personal. Esto es algo que justamente acentúa la espiritualidad de Schoenstatt.
Y esto significa también ser fiel a mis propias opiniones, convicciones y decisiones, sin forzar demasiado a Dios. Vale decir, hablar en mi propio nombre y no en nombre de Dios. Para mis adentros puedo confiar ciertamente en que Dios así lo quiere y fundarme en esa fe. Pero tengo que esperar la confirmación de que realmente es así. Hasta que eso ocurra, estaré pendiente, atento. El 18 de octubre de 1914 José Kentenich estaba convencido de que Dios le había hablado. Pero dice “es como si Dios dijese”. Y actuó en consonancia con esa fe. Pero no habló de ello porque primero quiso obtener la correspondiente seguridad. Al cabo de cinco años le resultó claro que había sido así. Habló entonces de “resultante creadora”, concepto que el P. Kentenich siempre formulaba como ley particular, junto con la ley de la puerta abierta. No todas las decisiones son de tal envergadura. Y por eso eventualmente necesitan de menos confirmaciones. Pero la apertura radical a una confirmación posterior de lo que en un primer momento se hubo aceptado hipotéticamente, permite mayor margen de juego que en el caso de introducir la palabra “Dios” con excesiva rapidez. Porque entonces todo se hace demasiado absoluto. El peligro de confundir la opinión personal con la de Dios es demasiado grande. Aquí hay que tener muy presente el concepto de “sobriedad, austeridad” que el P. Kentenich adjunta al de “fe práctica en la Divina Providencia”.
Discernimiento. ¿Cuándo está Dios directamente en juego? ¿Cuáles son los criterios de discernimiento? Para el hombre realmente religioso Dios está detrás de todo. Pero… ¿cuándo acontece esto de modo directo y no sólo indirecto?
Por último se trata siempre de lo que tiene lugar en el fuero íntimo del ser humano. Más allá de la importancia que revistan los acontecimientos y hechos exteriores, en definitiva compete a la libertad y necesidad del hombre interpretarlos adecuadamente. Y en este punto cobra vigencia un elemento decididamente subjetivo. Porque por último la pregunta que se plantea es la siguiente: ¿Cómo diferencio en mi alma lo que es moción de Dios de lo que proviene de mí mismo? Puntos de vista tradicionales mencionaban al diablo como tercera fuerza. Vale decir, eventualmente en mi alma pueda hacerse perceptible la influencia de un espíritu maligno que puede presentarse incluso bajo el ropaje de lo bueno.
Criterios. Paso a mencionar brevemente algunos criterios importantes a la hora de juzgar si las “voces del alma” (tal el término empleado por el P. Kentenich) son correctas, verdaderas, si son queridas por Dios. En este sentido suele hablarse de “discernimiento de los espíritus”, por el cual se investiga de qué espíritu procede una u otra moción del alma.
Fidelidad a sí mismo, autenticidad, consonancia consigo mismo. Una voz, una moción del alma es correcta, es querida por Dios, cuando al escuchar con atención al alma experimento que dicha voz es coherente, se adecua a mí, está a mi altura, es “mía”, sencillamente estoy seguro de que es correcto que sea así; y si al pensar en la posibilidad de no acatar esa voz siento que acabaría avergonzándome o reprochándome algo.
Continuidad con la vida que se está llevando hasta el momento. Otro criterio es la fidelidad a las decisiones y realizaciones llevadas a cabo hasta ese momento. Si estoy casado, el hecho de enamorarme de otra persona no avala la posibilidad de contraer un nuevo matrimonio.
Escuchar el centro y hondura personales. Siempre es importante discernir entre mi yo superficial y sus diferentes planos y profundidades. En tales casos el P. Kentenich habla de las “finas ramificaciones del alma”. Éstas son los ideales personales escritos en el alma.
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