Reina Roffé - Voces íntimas

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Este es un libro de acuerdos y disensos; es decir, de diálogos. Porque los escritores aquí convocados –Jorge Luis Borges, Manuel Mujica Lainez, Adolfo Bioy Casares, Álvaro Mutis, Griselda Gambaro, Antonio Benítez Rojo, Manuel Puig, Elena Poniatowska, Sergio Pitol, Fernando del Paso, Alfredo Bryce Echenique, Ricardo Piglia, Cristina Peri Rossi y Alberto Ruy Sánchez– parecen dialogar entre sí, ya sea exponiendo puntos de contacto o divergencias, actualizando discusiones y planteando posturas estéticas.Cada entrevistado, único en la forma de reflejar su propio mundo y sus singularidades creativas, tiene algo en común con los otros; esto se manifiesta y va conformando una especie de correlato, incluso entre aquellos que son o pueden sentirse lejanos y disímiles. En principio, casi sin excepción, todos comparten vivencias propias de su actividad y los une el hecho de escribir en las distintas modalidades de una misma lengua: el castellano.Este correlato añade otro aspecto importante a lo que ofrecen a través de su historia personal y su mirada crítica: el espíritu de conjunto, la visión de una época y su proyección en el presente, no solo en cuanto a los movimientos de una escritura y las teorías en boga, sino también con respecto a las encrucijadas políticas, sociales, económicas y éticas que problematizaron el siglo pasado y se extienden hasta nuestros días.Reina Roffé, a través de estas conversaciones íntimas, nos muestra el perfil más humano de los entrevistados, al tiempo que conforma un relato de la literatura latinoamericana del siglo xx. «Hay entrevistas diversas. Algunas se realizan con la finalidad de obtener noticias, pero están las que sirven para hacer perfiles literarios, para retratar personajes a través de sus respuestas y también a través de narrar su entorno. Captar la esencia de una voz y la verdad más íntima de un personaje, ya sea público o anónimo, es hacer literatura más que periodismo». Elena Poniatowska «La entrevista es el género que con mayor precisión capta la experiencia fragmentada de la modernidad. Una forma abierta que recuerda la tradición del diario personal y que ha sido definida por Norman Mailer como el periodismo privado del escritor». Ricardo Piglia

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¿Eso le ha creado remordimientos?

No, porque nunca tuve la impresión de haber hecho voluntariamente nada que pudiera lastimar.

Tal vez su familia lo justifique por ser, precisamente, un artista.

Ojalá sea así.

¿Qué representa para usted escribir?

Un alivio que tiene maravillosos instantes de exaltación.

¿Cómo se siente cuando termina de escribir un libro?

Como despojado. El vacío lo supero cuando surge una nueva idea, otra historia, otros personajes a los que sospecho les dedicaré la siguiente novela.

Viajar por los días

Adolfo Bioy Casares

Esta entrevista es la versión completa de una conversación

mantenida con el autor argentino en el mes de julio de 1977,

en su casa de la calle Posadas, en Buenos Aires.

Adolfo Bioy Casares (argentina, 1914-1999)

Detrás del seudónimo H. Bustos Domecq, autor hipotético de memorables obras policiales, estaban dos grandes amigos y escritores, Borges y Adolfo Bioy Casares, cuyas vidas transitaron por caminos bastante paralelos. En principio, ambos compartían el gusto por la literatura fantástica. La invención de Morel (1940), novela que afianza de manera independiente el nombre de Bioy Casares, da prueba de esta predilección y de una voz propia para explorar el mundo real y las relaciones interpersonales más allá de lo visible y obvio. Por eso, se la considera hoy como un clásico de las letras latinoamericanas. Entre sus otras novelas, destacan El sueño de los héroes (1954), Diario de la guerra del cerdo (1969), Dormir al sol (1973) y La aventura de un fotógrafo en La Plata (1985). La prosa conversada que caracteriza las narraciones de este autor cobra aún mayor fluidez estilística en sus libros de cuentos La trama celeste (1948), Historia prodigiosa (1956), Guirnalda con amores (1959) y El héroe de las mujeres (1978).

Se admira a la gente por prodigios no logrados,porque los libros están llenos de defectos, aunque uno intente siempre escribir obras maestras.

Adolfo Bioy Casares

Se dice de usted que ha sido precoz como escritor y como amante.

En cierto sentido, sí, porque empecé a escribir desde chico. Cuando aprendí las primeras letras, ya quise hacer un cuento. Lo primero que escribí (tenía yo, por entonces, unos diez años) fue para despertar la admiración de mis primas y, sobre todo, para conquistar a una de ellas. Recuerdo que plagié a uno de sus autores favoritos: Gyp, seudónimo de Sibylle-Marie-Antoinette de Riquetti de Mirabeau; pero, de todos modos, logré una narración muy mala. Tenía el nombre de dos mujeres como título, ahora no lo recuerdo.

Es un comienzo que tiene la resonancia de unos versos de Francisco López Merino, ese poeta de La Plata que tuvo una muerte trágica, se suicidó a los 24 años, en 1928.

Usted se refiere al poema «Mis primas, los domingos», ¿verdad?

Sí. Creo que dice: «Mis primas, los domingos, vienen a cortar rosas / y a pedirme algún libro de versos en francés. / Caminan sobre el césped del jardín, cortan flores / y se van de la mano de Musset o Samain».

Tiene razón, algo parecido hay entre lo que sugiere este poema y los motivos que me llevaron a escribir, ahora recuerdo, esa mala novela de amor que llamé Iris y Margarita, tratando de imitar Petit Bob de Gyp.

López Merino también escribió un poema, llamado «Estampa», que parece un anticipo, por su similitud, del «Poema 15» de Pablo Neruda. Es curioso, pero «Estampa» comienza así: «Siempre estás como ausente de la tarde ¿qué lago / invisible y lejano recogerá tu imagen?».

Yo ya no recordaba esos versos de «Estampa». Recuerdo, sin embargo, que Borges le dedicó un poema a López Merino.

Un poema que concluye: «...es ligera tu muerte, / como los versos en que siempre están esperándonos, / entonces no profanarán tu tiniebla / estas amistades que invocan». Me estoy poniendo muy poética. Creo que es mejor retomar el tema de sus inicios, ¿qué pasó después de aquel relato fallido que escribió para una de sus primas?

Cuatro años después, como a los 14 o 15, escribí un cuento fantástico y de corte policial.

¿Fantástico o de corte policial?

Bueno, yo pienso que hay una relación estrecha entre lo fantástico y lo policial. Ambos géneros presentan situaciones, digamos, bastante inverosímiles. Además, tanto el uno como el otro requieren de un argumento muy preciso que se atenga a una estructura también muy precisa. Son géneros, el fantástico como el policial, que se ajustan a las reglas clásicas de la narración y, por lo tanto, enseñan mucho a desarrollar las aptitudes de un escritor joven, porque le sirven de aprendizaje para abordar, más tarde, otras iniciativas.

¿Y llevó a buen término el cuento fantástico y policial?

Más o menos. Mi intención era castigarme, porque pensaba que yo era muy presumido. Por eso, escribí ese cuento, que titulé «Vanidad o una aventura terrorífica» y en el que hacía una especie de autocrítica por mi comportamiento.

Hay, en su estudio, libros que no solo desbordan las estanterías de la biblioteca, sino que están sobre las sillas, las mesas, incluso sobre el sofá. También hay un gran número de fotografías y de objetos curiosos, que dan lugar a imaginar que provienen de sitios lejanos y exóticos.

Muchos de estos libros pertenecían a mis padres. Eran grandes lectores. Me dejaron una extraordinaria colección de libros franceses.

¿Cómo eran ellos? Empecemos por su madre, Marta Casares.

Mi madre murió con la duda de si yo había elegido bien mi vocación. Cuando dejé la carrera de Derecho, supongo que se llevó un disgusto. Claro que, después, entré en la Facultad de Filosofía y Letras, pero también abandoné pronto esos estudios, porque quería dedicarme nada más que a escribir. Escribir, en aquella época como en la actual, no garantiza nada. Por otra parte, mi madre siempre me decía que me cuidara de las mujeres. Temía que me devoraran. Benjamín Constant, el autor de Adolfo, (yo me llamo Adolfo), había padecido terriblemente su relación amorosa con Madame de Staël. Creo que mi madre relacionaba la historia de Constant con ciertos aspectos de la mía, y quería evitarme todo dolor. La idea que ella tenía de la vida era que debía ser como una obra de arte hermosa. Sin embargo, había leído a Marco Aurelio, y su concepción de la vida estaba basada en la filosofía estoica. Siempre ponía como ejemplo a su hermano, es decir, a mi tío. Una vez, mi tío se había quemado la mano con un enchufe, produciéndose una quemadura de segundo grado. Como en la casa había gente, él disimuló el dolor. La gente que estaba reunida le pidió que tocara el piano; luego, el órgano. Y así lo hizo, incansablemente, con su mano quemada. Había que sobreponerse a todo. Ese era un poco el lema. Por eso, cuando estoy mal, pienso en mi madre y me repongo.

¿Y su padre?

Mi padre recitaba versos, lo hacía muy bien. Recitaba el Martín Fierro, El ombú de Luis Domínguez, el Fausto de Estanislao del Campo y a muchos otros autores criollos. Gracias a él tengo el oído acostumbrado a la musicalidad de la poesía y puedo reconocer de inmediato su métrica. Él siempre quiso ser escritor, pero fue abogado. Escribió dos libros de memorias, Antes del Novecientos y Años de Mocedad, y tenía un tercero que no pudo acabar antes de morir.

¿Cuáles fueron sus lecturas?

He leído un poco de todo. La Biblia, El Quijote, a los dramaturgos españoles del Siglo de Oro, La Divina Comedia. He leído, desde luego, la obra de Shakespeare, de Giovanni Papini, de Apollinaire, de Montaigne, de Pascal y de Descartes. También a Proust, a Wells, a Conrad, a Chesterton, a Shaw, a Kipling. Y, por consejo de mi madre, a Epicteto, a Marco Aurelio y a Séneca. Pero dicho así, parecen solo nombres. En realidad, cada período de mi vida está marcado por obras y escritores diversos. Kafka, en un momento, ocupó muchas de mis horas de lectura, igual que Joyce.

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