Juan Carlos Herrera Hermosilla - El mundo escindido

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La Guerra Fría, objeto de estudio de esta monografía, es una expresión que se utiliza para designar el conjunto de relaciones internacionales entre Estados Unidos y la URSS, marcadas por la tensión ideológica, política y militar, que tuvieron lugar entre la inmediata posguerra de la Segunda Guerra Mundial y el final de la década de los 80 y el principio de los 90 del siglo XX.
Sin embargo, los antecedentes de la guerra de ideologías entre el régimen comunista soviético y los países capitalistas se sitúan en el mismo momento en el que los bolcheviques tomaron el poder el 26 de octubre de 1917, puesto que el miedo en el bloque capitalista a la intención bolchevique de extender su revolución por todo el mundo empujó a los países aliados (Gran Bretaña y Estados Unidos fundamentalmente) a intervenir en el conflicto intestino ruso. La Guerra Fría se caracterizó por el establecimiento de un nuevo equilibrio de poder, distinto al de los años previos a la Segunda Guerra Mundial, estructurado en un sistema internacional bipolar liderado por las dos superpotencias surgidas tras el conflicto mundial. Aunque Estados Unidos y la Unión Soviética no llegaran a un conflicto directo entre ellas durante toda la Guerra Fría, sino que las guerras y conflictos se desplazaron a la periferia de Estados Unidos y de Europa. Cuatro son los conflictos-tipo que se dieron en este periodo de la historia: la guerra de Corea (25 de junio de 1950-27 de julio de 1954), la crisis de los misiles de Cuba (14 de octubre-28 de octubre de 1962), la guerra de Vietnam (1 de noviembre de 1965-30 de abril de 1975) y la guerra de Afganistán (24 de diciembre de 1979-15 de febrero de 1989).

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Sin embargo, la política oficial de Estados Unidos con respecto a la Rusia Soviética era la de no reconocimiento diplomático, debido a la ya mencionada intención de la III Internacional comunista o Komintern de extender su revolución por todo el mundo. Por el contrario, donde la política frenaba las relaciones bilatelares, la economía sirvió como nexo de unión entre ambos bloques, a partir de la Nueva Política Económica, también llamada capitalismo de Estado, propuesta por Vladimir Lenin y decretada el 21 de marzo de 1921. No obstante, fue un terrible acontecimiento que asoló el territorio ruso el que contribuyó al acercamiento del mundo occidental a la Rusia Soviética: la hambruna de 1921. Al llamamiento del gobierno soviético y de destacados intelectuales como el escritor Máximo Gorki, Occidente acudió en ayuda del pueblo ruso, encabezado por el Comité Internacional de la Cruz Roja, y por el alto comisionado de la Sociedad de Naciones, el noruego Fridtjof Nansen, cuyo comportamiento solidario en este desastre humanitario le proporcionaría la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1922. Estados Unidos ante el llamamiento de ayuda respondió con una campaña de apoyo dirigida por el futuro presidente Herbert Hoover, en esos momentos director de la Administración de Ayuda Americana (ARA, en sus siglas originales correspondientes a American Relief Administration ). Los llamados “chicos de Hoover”, es decir, los cooperantes estadounidenses que desembarcaron de los primeros barcos de ayuda en la ciudad rusa de Petrogrado, fueron de los primeros extranjeros en romper el aislamiento internacional de la Rusia soviética.

La economía: primer nexo de unión

Los líderes bolcheviques, con Lenin a la cabeza, impulsaron como ya hemos mencionado su Nueva Política Económica. Con ella redujeron el control de la economía por parte del estado, lo que permitió una mayor liberalización del mercado y la coexistencia del sector público y del sector privado, en una suerte de “economía mixta”, y alentó el uso de las concesiones económicas con firmas extranjeras. Los acuerdos económicos soviéticos y estadounidenses no entraron en conflicto pese a la falta de relaciones diplomáticas entre las dos naciones. La Nueva Política Económica sería abandonada a raíz de la entrada en vigor del primer plan quinquenal (1928-1932), bajo el liderazgo de Jósif Stalin, con el propósito de industrializar rápidamente a la URSS, de la que aquél era su secretario general desde el 3 de abril de 1922. A pesar de que los más recalcitrantes bolcheviques criticaron la Nueva Política Económica, por considerarla un paso atrás en la marcha imparable del comunismo, para poner en marcha los planes quinquenales no dudaron en pedir ayuda y esfuerzo económico al buque insignia del capitalismo estadounidense, que no era otro que Henry Ford. El magnate de la industria automovilística aceptó de buen grado la invitación de Stalin el 31 de mayo de 1929 para montar una planta de automóviles, la NAZ, hoy llamada GAZ o Gorkovsky Avtomobilny Zavod , ‘Planta Automovilística de Gorky’, en dicha ciudad rusa, hoy Bajo Nóvgorod, donde envió Ford a sus ingenieros y técnicos para ponerla en funcionamiento. También se establecieron relaciones comerciales entre la URSS y la Radio Corporation of America , la RCA, para que la empresa estadounidense proveyera a la patria del comunismo de equipos de radio con el fin de construir redes de emisoras para el gobierno soviético. Esto hizo que las visitas a la URSS de los técnicos e ingenieros de la empresa estadounidense se multiplicaran.

Esta tímida apertura al capitalismo de la URSS fue vista por los políticos estadounidenses como su primer paso para alejarse del comunismo. Sin embargo, el crack de la Bolsa de 1929 que inició la Gran Depresión en Estados Unidos se consideró en la URSS como el comienzo del fin del capitalismo, ya que la crisis económica de Occidente era el primer paso de su última fase. Parecía que el determinismo histórico que caracterizaba a ambas ideologías era una doctrina acertada a la luz de los acontecimientos. El presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, que juró su cargo el 4 de marzo de 1933, propuso para salir de la crisis el denominado New Deal o ‘Nuevo Trato’. Con él se desarrollaba una política económica intervencionista del Estado y el desarrollo de una importante política social de asistencia a las capas más desfavorecidas de la población, que se habían incrementado exponencialmente debido al gran desempleo.

La URSS había abandonado por un tiempo sus ambiciones de la revolución global, para centrarse en el desarrollo de su industria pesada, con el fin de salir de una economía puramente agrícola. Ante la crisis del capitalismo, muchos inversores y hombres de negocios estadounidenses promovieron el reconocimiento diplomático de la URSS, ya que era una nación que les ofrecía vastas posibilidades económicas y comerciales a dichos financieros, frente a la recesión imperante en Estados Unidos. Razones económicas y políticas llevaron al presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt y al comisario del pueblo para Asuntos Exteriores soviético, Máximo Litvinov, a establecer relaciones diplomáticas el 16 de noviembre de 1933.

El ascenso de los fascismos

El miedo a la extensión del comunismo y la situación económica derivada de la Gran Depresión en la economía europea tuvieron una serie de consecuencias en Europa que cambiaron la historia del mundo. El ascenso de los regímenes totalitarios, en Italia el conducido por Benito Mussolini, un socialista renegado, y en Alemania el liderado por Adolf Hitler, un antiguo y oscuro cabo en la Primera Guerra Mundial, fueron las muestras palpables de la crisis del liberalismo en la Europa en los años posteriores a la Gran Guerra. La crisis económica que aquejó a Italia y a Alemania, como al resto de países europeos beligerantes en la Primera Guerra Mundial, afectó a toda la población, que vio cómo el sistema político de las democracias liberales era incapaz de solucionarla. Las clases medias y medias bajas abrazaron los ideales totalitarios de los líderes fascistas, que se presentaban como anticomunistas, antiliberales, nacionalistas y defensores de la patria. Este apoyo de los pequeño-burgueses al fascismo se debió a dos factores fundamentalmente. En primer lugar, a su temor al poder cada vez mayor de las clases obreras, que reclamaban una revolución como la bolchevique en la antigua Rusia zarista; en segundo lugar, al descontento de dichas clases tras la Primera Guerra Mundial, que no se habían visto recompensadas en el caso italiano al salir victoriosas, y que, en el caso de Alemania, se habían sentido defraudadas tras la derrota que para ellos había sido totalmente deshonrosa, pues sus ideales de heroísmo y nacionalismo habían sido pisoteados.

Las democracias europeas también tuvieron movimientos de apoyo a estos ideales, como fue el caso de la Unión Británica de Fascistas, el partido político liderado por sir Oswald Mosley en Gran Bretaña, que incluso gozó del apoyo durante un tiempo de rotativos como el Daily Mail .

Las democracias occidentales tuvieron una actitud de cierta laxitud ante la política que adoptó la Alemania hitleriana. El primer ministro británico Neville Chamberlain y el francés Édouard Daladier adoptaron una política de apaciguamiento con los regímenes totalitarios surgidos en Alemania y en Italia. Conscientes del agotamiento económico y moral que habían sufrido sus respectivas sociedades por el horror de la Primera Guerra Mundial, ambos dirigentes intentaron mantener la paz con la Alemania del III Reich y con la Italia de los fascistas. Para ello, permitieron todas las violaciones que realizó Hitler al Tratado de Versalles, que se había hecho efectivo a partir del 10 de enero de 1920. Así, Hitler remilitarizó Renania, una zona fronteriza con Francia, cuando ordenó a sus tropas ocupar dicha zona el 7 de marzo de 1936. Ante el golpe de Estado del general Franco y otros militares en España en julio de 1936, Alemania e Italia dieron apoyo militar a las tropas sublevadas. En octubre de ese mismo año, Italia y Alemania firmaban el Eje Roma-Berlín. Un mes después, el 25 de noviembre, el gobierno Imperial de Japón y el gobierno alemán firmaron el Pacto Antikomintern, para frenar la Internacional Comunista soviética; de esta manera, Hitler se había asegurado la adhesión, de manera separada, de los dos regímenes totalitarios más poderosos después del suyo. Posteriormente, el régimen nazi se anexionó Austria, el 12 de marzo de 1938, lo que supuso el principio de la Gran Alemania; a través de esta política de anexiones o Anschluss , Hitler pretendía conseguir el ‘espacio vital’ o Lebensraum que había preconizado en su obra Mi lucha , libro programático de la política nazi. El siguiente paso del régimen nacionalsocialista fue reclamar la región checoslovaca de los Sudetes, territorio con población germanoparlante. Siguiendo con su política de apaciguamiento, Chamberlain y Daladier firmaron el 30 de septiembre de 1938 los Acuerdos de Múnich, ante el Führer alemán, Adolf Hitler, y el Duce italiano, Benito Mussolini, con la ausencia del entonces presidente de Checoslovaquia, Edvard Beneš. En esta conferencia se reconoció la aspiración alemana de anexionarse los Sudetes. a cambio de no dominar ninguna otra zona de Checoslovaquia. Sin embargo, Hitler no cumplió con los acuerdos y el 15 de marzo de 1939 las tropas alemanas entraban en Bohemia-Moravia, que pasaron a ser un protectorado alemán. En una maniobra política y diplomática sorprendente, el gobierno alemán, representado por su ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop, firmó el 23 agosto de 1939 un pacto de no agresión mutua con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, representada por su ministro homólogo, Viacheslav Mólotov. Con este pacto, la suerte de Polonia estaba echada, pues habían establecido entre ambas potencias el reparto de dicha república. El 1 de septiembre de 1939 las tropas alemanas invadían el territorio polaco. Había comenzado la Segunda Guerra Mundial.

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