Algunos estudiosos han querido parangonar la Guerra Fría del siglo XX con algunos periodos anteriores de la Historia. Unos han querido ver un paralelismo entre el enfrentamiento de la Unión Soviética y Estados Unidos con la lucha entre Roma y Cartago; otros lo han comparado con la Guerra Anglo-española en tiempos de Felipe II e Isabel I; incluso se ha llegado a equipar a la propia reconquista del territorio de Al-Andalus, es decir, la larguísima y nunca continua contienda entre los reinos cristianos y los musulmanes. Sin embargo, las propias características de la Guerra Fría diferencian estos enfrentamientos del pasado con el periodo de oposición entre las dos superpotencias del siglo XX. La distinción capital entre estas etapas históricas radica en que mientras que las rivalidades entre las potencias anteriores al siglo XX mencionadas anteriormente terminaron en todos los casos con el conflicto bélico directo entre ambas, en la Guerra Fría, las dos superpotencias nunca llegaron a la guerra entre ellas. Esto se debió a que, al estar tanto la URSS como Estados Unidos equipados con armas nucleares, se desarrolló el denominado equilibrio del terror de la destrucción mutua asegurada.
La Guerra Fría se caracterizó por el establecimiento de un nuevo equilibrio de poder, distinto al de los años previos a la Segunda Guerra Mundial, estructurado en un sistema internacional bipolar liderado por las dos superpotencias surgidas tras el conflicto mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética.
Entre los rasgos más relevantes de este periodo destaca, como acabamos de ver, la reducción de los principales actores de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, a dos, debido al desgaste británico, a los problemas que le ocasionó su proceso de descolonización, lo que le condujo a delegar en cierta manera sus responsabilidades internacionales en la nueva potencia estadounidense. Este rígido sistema bipolar no permitía posiciones intermedias, sino que los países debían alinearse en un bloque u otro, dividiendo así a las restantes naciones entre aliados y enemigos forzosos, sin la posibilidad de declaración de neutralidad al margen del beneplácito de ambos colosos.
Esta tensión permanente entre los dos polos condujo a una política de riesgos calculados. A pesar de que en ningún momento hubo un enfrentamiento bélico directo y declarado entre ambas naciones, la Guerra Fría se caracterizó por que las guerras y conflictos se desplazaron a la periferia de Estados Unidos y de Europa. Cuatro son los conflictos-tipo que se dieron en este periodo de la historia: la guerra de Corea (25 de junio de 1950-27 de julio de 1954), la crisis de los misiles de Cuba (14 de octubre-28 de octubre de 1962), la guerra de Vietnam (1 de noviembre de 1965-30 de abril de 1975) y la guerra de Afganistán (24 de diciembre de 1979-15 de febrero de 1989).
Otro de los rasgos fundamentales de la Guerra Fría fue la escalada del armamento nuclear por parte de las dos superpotencias, lo que sumió al mundo en un terror global ante la posibilidad de un Apocalipsis atómico al que llevaría sin remedio una Tercera Guerra Mundial.
Asimismo, la Organización de Naciones Unidas a menudo fue un organismo ninguneado por la actitud de las superpotencias En más de una ocasión se manifestó como un árbitro incapaz y débil ante la defensa de la paz y de los derechos humanos en el mundo Sin embargo, fue el más importante foro de discusión entre los bloques, puesto que era el último recurso ante las crisis a las que estaban abocados las potencias mundiales.
La Guerra Fría sirvió como una verdadera legitimación de ambos bloques, ya que de una manera totalmente maniquea cada una de las potencias veía a su contraria como la encarnación de todos los males que aquejaban al mundo. Mientras Estados Unidos consideraba a la Unión Soviética como un país que defendía el totalitarismo y la falta de libertades individuales, la Unión Soviética veía a Estados Unidos como un país de tendencia imperialista y antidemocrática, que no permitía a los países que no comulgan con su ideología seguir libremente su camino lejos de la égida estadounidense.
Una de los rasgos que caracterizó el periodo de la Guerra Fría fue la utilización por parte de ambas potencias de la desinformación y la propaganda. En realidad, se produjo una guerra cultural entre ambos polos que intentaba influir ideológicamente en la población que vivía bajo el dominio del bloque contrario.
Pero si hubo una verdadera “guerra caliente” entre los dos bloques antagónicos, fue la guerra del espionaje. La utilización de agentes encubiertos para disponer de la información necesaria sobre el enemigo fue una constante durante todo el periodo de la Guerra Fría, desde sus inicios, nada más terminar la Segunda Guerra Mundial. La lucha de los espías llegó a ser una verdadera obsesión en ambos polos ideológicos que llevó a una verdadera paranoia donde parecía que todos espiaban a todos.
En fin, entender la Guerra Fría no solo es necesario para poder comprender la política mundial de la segunda mitad del siglo XX, sino que es fundamental para entender los acontecimientos políticos que acaecen y que sucederán a lo largo del siglo XXI.
Capítulo 1
Los antecedentes de la Guerra Fría
Aunque es habitual situar los orígenes de la Guerra Fría en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que los antecedentes de la guerra de ideologías entre el régimen comunista soviético y los países capitalistas se sitúan en el mismo momento en el que los bolcheviques, con su líder Vladimir Ivanovich Lenin al frente, tomaron el poder el 26 de octubre de 1917. El nacimiento del régimen que cambiaría el rumbo de la historia tuvo como primera consecuencia la Guerra Civil rusa entre el Ejército Rojo de los bolcheviques y el Ejército Blanco, compuesto por los opositores al bolchevismo. El miedo en el bloque capitalista a la intención bolchevique de extender su revolución por todo el mundo empujó a los países aliados, en un principio, a los ejércitos británico y francés, a intervenir en el conflicto intestino ruso, en apoyo del denominado Ejército Blanco. Asimismo, durante la Primera Guerra Mundial, la firma del Tratado de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, entre la República Socialista Federativa Soviética de Rusia y Alemania, que finalizó la contienda en el Frente Oriental, fue el otro desencadenante de la intervención aliada en Rusia, ya que el ejército alemán podía fijar todos sus esfuerzos operativos en el Frente Occidental.
La intervención aliada en la Guerra Civil rusa
Las tropas enviadas por los aliados eran muy parcas y limitadas, ya que esperaban que la oposición rusa pudiera acabar por sí misma con el gobierno bolchevique. La fuerza contraria al bolchevismo más importante era la Legión Checoslovaca, formada por prisioneros de guerra de las tropas austrohúngaras, de origen checo y eslovaco. A pesar de este apoyo, los británicos y franceses pidieron al presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, que enviara tropas para dicha intervención. El contingente estadounidense se dividió entre los soldados de la “Expedición Oso Polar” destinados a la ciudad rusa de Arjángelsk y los combatientes que fueron dirigidos hacia Vladivostok. A pesar de toda esta fuerza multinacional (otras naciones que enviaron tropas fueron Japón, Italia, Rumania, Grecia, Polonia, Serbia…), la intervención aliada en Rusia y el Ejército Blanco no consiguieron sus objetivos principales, es decir, derrocar al gobierno bolchevique y acabar con la propagación del comunismo por el territorio ruso. Antes bien, el gobierno de Lenin salió fortalecido de esta guerra, totalmente impopular porque el pueblo ruso la consideró una agresión de las potencias extranjeras, una verdadera invasión, y porque veía en el gobierno bolchevique el único con fuerza suficiente para mantener unida a Rusia, lo que le proveyó del apoyo mayoritario del ejército ruso y de su oficialía.
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