Víctor San Juan - Piratas de todos los tiempos

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Todo el mundo ha oído hablar de Morgan o de Drake, incluso de Long John Silver o de Jack Sparrow -que nunca existieron-, pero pocos conocen hechos singulares como que Venecia actuó como estado pirata saqueando Constantinopla en 1204; que un rey de Aragón, Alfonso el Magnánimo, disponía de flota propia, y que llegaba al extremo de atacar enclaves de su propio reino para someterlos; que Colón pudo ser pirata, y que, de hecho, colaboró y contó con ellos para realizar el Descubrimiento… En realidad, la piratería, tan familiar y hasta entrañable en nuestro inconsciente colectivo, es una completa desconocida.
De los asaltos vikingos y las invasiones normandas, al asesinato del número uno de la navegación a vela, sir Peter Blake, por piratas del Amazonas; de los reyes piratas medievales aragoneses, al secuestro de modernos transatlánticos por filibusteros con motivos políticos; de los corsarios alemanes de la Primera y Segunda Guerra Mundial, a la epopeya marítima de Cristóbal Colón en unos mares dominados por los piratas; de los terribles corsarios berberiscos y argelinos -Barbarroja, Dragut, Aydin, Euldj Alí y Murad, los cuales, a pesar de holocausto de Lepanto, aún representan el horror de pasadas generaciones- hasta los legendarios piratas del siglo XVIII, Barbanegra, Calico Jack, Thomas Tew, Henry Every y el desventurado capitán Kidd; de los piratas de tiempos de paz que asolaron el incipiente Imperio americano (Drake, Hawkins, Cavendish y Frobisher), a los de los tiempos de las guerras de Flandes, que constituyeron el brazo armado marítimo de Holanda (Piet Heyn, Oliver Van Noort, Van Spielbergen, Cornelius Jol Pata de Palo, y Balduino Enrique), incluyendo a los protagonistas de la época dorada de la piratería, el siglo XVII (Edward Mansvelt, Jean David Nau El Olonés, Henry Morgan, Laurent De Graaf Lorencillo y Granmont), todo, en suma, conforma una larguísima crónica de piratas tan extensa como la de la propia humanidad.

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La piratería como arma política: Evolución de la piratería mediterránea y atlántica. El renacimiento: Colón ¿pirata?

Hemos visto cómo repúblicas comerciales –Venecia–, almirantes –Roger de Lauria– e incluso reinos enteros –Aragón– podían convertirse en piratas de la Antigüedad. Castilla no les iría a la zaga, abriéndose finalmente a los horizontes marítimos, y no precisamente en la época de los Reyes Católicos, como se suele creer, sino mucho antes, con un rey que comenzó a serlo de niño, Alfonso XI, al inicio de cuyo reinado la situación del reino era la siguiente:

“Todos los ricos-omes et los caballeros vivían de robos et de tomas que facían en la tierra, et los tutores consentíanselo por los aver cada uno de ellos en su ayuda. Et en ninguna parte del regno non se facía justicia con derecho; et llegaron la tierra a tal estado, que non osaban andar los omes por los caminos sinon armados et muchos en una compaña (…) et los logares que eran cercados manteníanse los más dellos de los robos et furtos que facían”.

En esta situación, cabe suponer razonablemente que aquel monarca de quince años tuviera una idea muy clara acerca de los ladrones y saqueadores; lo que había que hacer con ellos lo puso de manifiesto muy pronto, al tomar el castillo de Valdenebro, refugio de hidalgos bandidos asaltadores de caminos, a los que hizo ejecutar al completo. Alfonso fue un rey de carácter y sin escrúpulos, no se habría llevado mal con Roger de Lauria. Durante su reinado se enfrentó a Portugal (el rey portugués era su suegro), con Navarra, y con todo bicho viviente, pero mantuvo una tácita solidaridad con Aragón para combatir el peligro común, es decir, el islámico, que iba llegando de África con las sucesivas invasiones magrebíes. Castilla tenía ya salida a la mar a través de Santander y Sevilla; pronto adquiriría una tercera puerta al Mediterráneo, Cartagena, lo que le permitiría mantener diferentes escuadras en pie de guerra. A partir de entonces, Aragón se vería obligada a tener presente este hecho, optando por una política de conciliación con su vecina para mantener un firme dominio del estrecho.

Aun así, los comienzos fueron difíciles. El primer pacto entre Castilla y Aragón se verifica en 1339, por Alfonso XI y Pedro IV respectivamente, remitiendo al estrecho doce galeras al mando de Gilabert de Cruilles para evitar el paso de la horda de benimerines al mando del príncipe Abdelmalic, con la pretensión de instalar en Granada una nueva dinastía merinida marroquí. La flota castellana del prior Alfonso Ortiz Calderón es deshecha por una tempestad, Cruilles pierde la vida en el desembarco, y el sustituto, Jofre Tenorio, es derrotado en Gibraltar. Alfonso XI se ve obligado a pedir socorro al dux de Génova, Simón de Bocanera, que remite quince galeras comandadas por su hermano Egidio, y toma personalmente el mando de la tropa para frenar la invasión. La batalla se da el 30 de octubre, no lejos del río Salado; la hueste de Alfonso, aliado con los portugueses, embiste al contingente marroquí, que es, a la vez, acometido de revés por la guarnición de Tarifa. Los benimerines son completamente derrotados, y se logra un fabuloso botín. Explotando al máximo su victoria, Alfonso conquistará Algeciras en 1344, pero, tan sólo seis años después, fallecerá de peste en campaña. El ascenso al trono de Pedro I, llamado El Cruel, desencadenará en Castilla una terrible guerra civil con el bastardo Enrique de Trastámara, que acabará venciendo más por los excesos y errores de Pedro que por méritos propios.

Por su parte, el Reino de Aragón había firmado, en 1302, la paz de Caltabellota, que significó el fin de la guerra por conquistar Sicilia. El temible ejército pirata mercenario de los almogávares quedaba sin trabajo; aunque pronto les saldría un nuevo encargo. Reclamados por el basileus de Constantinopla, Andrónico II Paleólogo, se forma un nutrido grupo de aventureros conocidos con el nombre de La Compañía, bajo el mando de un halconero de Federico II Hohenstauffen, llamado Roger de Flor, y Berenguer de Entenza. En 1303, ya estaban en el Cuerno de Oro los 6.500 almogávares embarcados en Mesina para iniciar una serie ininterrumpida de victorias, que llevaron a los propios bizantinos a traicionar y asesinar a Roger, lo que provocó la ira de los temibles almogávares en el episodio conocido como la venganza catalana. Con el duque de Atenas como jefe, los almogávares finalmente fundarían un país en suelo griego, al que llamaron Neopatria, al sur de Tesalia, y que mantendrían durante setenta años.

La paz no significó el fin de la piratería aragonesa en el Mediterráneo occidental; durante la primera mitad del siglo XIV arrecia la ofensiva pirática, a pesar de los esfuerzos de los reyes Jaime II y Pedro III y sus diplomáticos para aplacar la indignación de los tunecinos. Sin guerras que librar, los catalanes, valencianos y mallorquines, con sus saetas y leños, se convirtieron en el azote de Tremecén y Túnez, la tierra que, a la vuelta de los siglos, acabaría siendo Berbería. Son asaltados Xaual, Bujía, Sfax (en Túnez), y, ya en el colmo de la osadía, el mismo puerto de La Goleta, el legendario puerto de Cartago. ¿Cómo era posible que los piratas aragoneses llegaran tan lejos? Inevitablemente, tenía que haber una base en el canal de Sicilia desde la que se desplegaran sus naves. La consiguiente investigación concluyó que era en la perdida isla de Djerba donde se guarecían los catalanes. Y ¿quién estaba al mando de esta guarida? Pues ni más ni menos que el hijo de Roger de Lauria. En 1310, Aragón envía al futuro cronista Ramón Muntaner para expugnar dicha isla, pero no lo consiguió; todo lo más, los piratas escapaban, esperando a que se retiraran sus perseguidores para regresar al refugio. Los nombres de los piratas de esta época son Pere Ribalta, Jaume Castelló, Guerau de Canyelles, Ferrán Assolit, Jaume de Tortosa, e incluso un noble, el vizconde de Castellnou.

Se sospecha que al final hubo un pacto entre los piratas y los monarcas de Aragón y Túnez, pues, de 1336 en adelante, cesan los ataques contra este sultanato, y arrecian en Argel y Marruecos, lo que a los reyes de Aragón les parecía una forma excelente de debilitar a este último reino para evitar nuevas invasiones de la Península a través del estrecho. El acuerdo con Túnez revitalizó el Can Tunis barcelonés, que se recicló para el detestable comercio de esclavos; el rey Pedro el Ceremonioso fomentó el liderazgo catalán en el comercio de esclavos, convirtiendo la ladera del Montjüich en centro europeo de la distribución de esclavos en 1340. Esta preponderancia llevaría a Aragón a topar con la república marítima emergente de la época, Génova.

Génova había sellado su destino abierto al Mediterráneo occidental aniquilando a su rival Pisa en la batalla de Meloria (1284); esta victoria la rubricó uno de los mejores piratas de la época, Benedetto Zaccaría, mandando la flota genovesa. La escuadra aragonesa bajo el mando del heredero de Roger de Lauria, Bernat Cabrera, debe luchar contra las flotas genovesas por la supremacía. En 1352, las galeras catalanas, venecianas y bizantinas derrotan a las genovesas en las lejanas aguas del Bósforo; pero Cabrera sufre su primer tropiezo al año siguiente, en Alguer, cuando es derrotado por los genoveses en este puerto de Cerdeña entregado a los catalanes. No obstante, el aragonés se reivindicará finalmente culminando la completa conquista de esta isla.

En 1359, el descaminado Pedro I el Cruel, rey de Castilla, intenta apoderarse del Can Tunis barcelonés para hecerse con sus riquezas humanas, esto es, los esclavos. El plan es citar de nuevo al genovés Egidio Bocanera, tal como hizo su padre, pero por motivos bien distintos, pues la de Pedro es una expedición inequívocamente pirata. Pero Montjüich se defendió con coraje, hundiendo varios barcos de los genoveses y castellanos a base de artillería, lo que produjo la retirada de sus enemigos.

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