José Miguel Cejas - Cara y cruz

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¿Fue la vida de Josemaría Escrivá una vida de éxito o de fracaso? Desde esa clave paradójica, José Miguel Cejas, escritor y periodista, analiza la existencia y el mensaje de este sacerdote canonizado por san Juan Pablo II en 2002, conocido en los cinco continentes por ser el fundador del Opus Dei, por sus libros de espiritualidad y por las numerosas iniciativas que impulsó. El resultado es una semblanza amena y documentada, apoyada en numerosos testimonios, recuerdos, fuentes directas y experiencias personales tanto del autor como de otras personas, que muestra la cara y la cruz de san Josemaría, analiza sus virtudes y sus defectos y se detiene en sus respuestas al drama de la pobreza que sufren millones de personas en todo el mundo. El libro se completa con una historia del Opus Dei tras el fallecimiento de su fundador, algunos escritos suyos y un artículo sobre la Prelatura del Opus Dei.

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Todas las ambiciones son eso; no vale la pena nada. Es curioso, no se me ha olvidado aquello. Me quedé muy serio, y pensé: Josemaría, está hablando el Espíritu Santo.

Esto lo hizo la sabiduría de Dios, para enseñarme que todo lo de la tierra era eso: bien poca cosa 16.

Adecentó la iglesia de la Asunción –el altar y el sagrario se encontraban en un estado lamentable– y se dispuso a conocer a las familias de la parroquia. Eran unas doscientas y se dedicaban, por lo general, a las faenas del campo: gente franca y sencilla, con una formación humana y religiosa elemental, como en la mayoría de los pueblos del país. Los hombres aparecían por la iglesia de Pascuas a Ramos , con motivo de un bautizo, una boda o un funeral.

No solía haber una actitud negativa hacia los sacerdotes –de hecho varios vecinos intentaron que les dijera la dirección de su familia en Zaragoza para enviarles algunos alimentos–, pero pervivía, al igual que en muchos otros pueblos, una antigua tradición de burlas al cura , y más cuando se trataba de un sacerdote recién ordenado. Hasta allí llegó alguno de los motes que le habían puesto en el Seminario: un día oyó que un vecino le llamaba «el místico» 17.

Comenzó a dar clases de catecismo a los niños y adultos, visitó a todas las familias del lugar y atendió de modo especial a los enfermos. Dejó un buen recuerdo 18, aunque estuvo allí poco más de mes y medio. Aquella breve experiencia le sirvió para conocer la realidad del mundo rural, con sus luces y sombras; y las precarias condiciones de vida de los sacerdotes que atendían esas parroquias en circunstancias materiales difíciles, sufriendo con frecuencia el zarpazo de la soledad.

Del 18 de mayo de 1925 al 8 de abril de 1927. Tiempo de espera

El 18 de mayo regresó a Zaragoza. Para su sorpresa, en la curia no le dieron ningún encargo pastoral. Todo daba a entender que su tío Carlos pretendía forzar su marcha de la ciudad. Dijo que estaba dispuesto a ir donde le indicaran, pero no obtuvo respuesta.

Su madre fue a hablar con su hermano Carlos, acompañada por el pequeño Santiago. Quería pedirle que no destinaran a Josemaría fuera de Zaragoza. El arcediano –recuerda Santiago– la recibió con hosquedad y acabó echándolos a empujones y de mala manera de su casa 19.

Para Domingo Fumanal, un compañero suyo, «debió de ser muy duro para él –sobre todo por el gran corazón que tenía– encontrarse con que sus tíos no le ayudaron, ni acompañaron a su madre en los momentos tan difíciles y dolorosos por los que tuvieron que pasar. Sin embargo nunca murmuró de nadie» 20.

Consiguió, tras muchas dificultades, ser capellán, adjunto y eventual, en la iglesia de San Pedro Nolasco, regida por los jesuitas. Y siguió dando clases particulares, porque con lo que obtenía por ese trabajo pastoral no podía mantener a su familia. Años después denominaría ese periodo como un tiempo de «providenciales injusticias» 21, al considerarlas parte del plan de Dios para purificarle, fortalecerle y prepararle para una misión que aún desconocía.

Con lo que Josemaría obtenía por las clases particulares y la pequeña pensión que abonaban dos sobrinos, los Camo Albás, a los que hospedaban en casa, los Escrivá no lograban mantenerse económicamente, hasta que llegó un momento en el que la situación se volvió insostenible. Josemaría intentaba acabar lo antes posible sus estudios de Derecho para poder remediar aquellas penurias, pero las necesidades económicas le obligaban a dar más clases particulares, con lo que le quedaba menos tiempo para estudiar y asistir a la Facultad.

Eso hizo que un catedrático le suspendiera en Historia de España, por no haber asistido a sus clases, aunque Escrivá no estaba obligado a ello por ser alumno libre. Le escribió una carta pidiéndole que le diese garantías de que podía aprobar en la convocatoria siguiente. Al ver lo sucedido, el catedrático reconoció su error y le dijo que ya estaba aprobado: bastaba con que se presentara al examen.

Hizo amistad con muchos compañeros: Manuel Romeo, los hermanos Jiménez Arnau, David Mainar, Juan Antonio Iranzo, Domingo Fumanal, Arturo Landa, Luis Palos... Entre ellos había creyentes y no creyentes, como Pascual Galbe. Todos subrayan su simpatía y «extraordinario don de gentes» 22y le recuerdan ayudándoles espiritualmente y «haciendo además que entre nosotros nos conociésemos más y nos tratáramos y nos ayudáramos en lo que podíamos: estudios, apuntes, etc.» 23.

Era de esperar que un joven sacerdote recién ordenado al que no dan ningún encargo pastoral en su diócesis, tras pedirlo reiteradamente –las cosas hubieran sucedido de otro modo si viviera el cardenal Soldevila– se encontrara irritado, frustrado o, al menos, entristecido por las circunstancias. De las contradicciones puede obtenerse el fruto envenenado de la mala experiencia , el resentimiento y la amargura, o la experiencia liberadora que sabe sacar la mejor lección de cada suceso y aprende a relativizar los hechos, dándole a cada contrariedad la importancia que tiene.

Los testimonios de los que le conocieron confirman que a Escrivá le sucedió lo segundo y se comportó de igual manera que su padre en los momentos de dificultad. «Era muy alegre –escribe Iranzo– y tenía un gran sentido del humor. Aguantaba con sencillez las intemperancias –palabras malsonantes, chistes subidos de tono– de los compañeros, y sabía salir airoso de situaciones que para otros habrían sido comprometidas» 24. Luis Palos subraya su afán por «ayudar a todos en todos los aspectos, también por supuesto en el espiritual» 25.

Arturo Landa recuerda que logró hacerse amigo de los universitarios más alejados de la fe, porque sabía «respetar las ideas que los demás pudiesen tener y abría su amistad a todos» 26. Y a pesar de su falta de tiempo, los domingos por la tarde acompañaba a un grupo de estudiantes que daban catequesis a los niños de los arrabales de Zaragoza.

A partir de octubre de 1926 comenzó a dar dos o tres clases por semana, de siete a ocho de la tarde, de Derecho Canónico, Derecho Romano y otras disciplinas en un centro académico –el Instituto Amado 27– que acababa de abrir en la ciudad el capitán Santiago Amado Lóriga. Se ignora por medio de quién estableció contacto con el capitán Amado; quizá gracias al comandante Manuel Romeo Aparicio, padre de Manuel y José Romeo Rivera, con los que tenía amistad.

En aquella Academia se podían estudiar numerosas materias de bachillerato y preparar el ingreso en las escuelas de ingenieros o en las academias militares, así como los cursos preparatorios de algunas facultades 28. Cuando terminaban las clases, al igual que hacía en la Facultad de Derecho, Escrivá «solía quedarse un rato con los alumnos de tertulia. En esas conversaciones se veía su deseo de ayudar a todos, tanto en cuestiones académicas como en el terreno espiritual» 29.

Sorteando dificultades, más mal que bien, logró mantener a su familia, hasta que en enero de 1927 terminó la carrera y obtuvo la licenciatura en Derecho.

Seguía buscando una salida para remediar aquella situación de penuria permanente: «No sé cómo podremos vivir... –escribía–. Realmente –ya lo contaré a su tiempo– vivimos así, desde que yo tenía catorce años, aunque se agudizó la situación a raíz de morir papá» 30.

A comienzos de marzo un amigo claretiano, Prudencio Cáncer, le comentó que los redentoristas que atendían la iglesia de San Miguel de Madrid buscaban con urgencia un sacerdote que pudiese celebrar la Misa de seis menos diez de la mañana 31. Escrivá empezó a considerar la posibilidad de trasladarse a la capital, porque llevaba dos años ordenado y en la diócesis seguían sin darle un encargo pastoral. Lo habló con su amigo y maestro Pou de Foxá, que le aconsejó ese traslado. Tal como estaban las cosas –le dijo– en Zaragoza no tenía nada que hacer 32.

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