El desarrollo del turismo en España obedece, pues, a una serie de complejas circunstancias. Se ha señalado en numerosas ocasiones que dichas circunstancias son tanto de naturaleza exógena como de naturaleza endógena. Entre los factores externos más importantes que impulsaron el despegue del turismo, se puede indicar los siguientes:
a) el crecimiento de las economías de los países más desarrollados de Europa occidental, con el consiguiente incremento del nivel de rentas y de la capacidad de consumo y el estímulo al consumo privado de bienes materiales y servicios;
b) la generalización de las vacaciones pagadas entre las clases trabajadoras;
c) la mejora de los medios de transporte y el abaratamiento del transporte aéreo; y
d) la relativa estabilidad política y social de las democracias europeas.
Después del despegue (fase inicial y fase de crecimiento) aparecen otros factores y un conjunto de circunstancias en el marco europeo y mundial. Así, después del periodo 1950-1980, el modelo de producción fordista entró en crisis y se inició la etapa actual de capitalismo global y revolución tecnológica, destacando como novedad la internacionalización a escala global de los flujos vinculados al turismo, no solo de usuarios, sino también de capitales, información y grupos empresariales.
La diversidad de factores internos es notable y algunos han constituido las ventajas comparativas en las que se ha sustentado el modelo turístico español. Los factores más destacados que se identifican son:
1. la «renta de situación» de España en relación con los países europeos, principales emisores del flujo turístico (proximidad, accesibilidad y, también, continuidad «continental» del territorio);
2. la disponibilidad de unos recursos y ambientes naturales que se concretan en unos espacios litorales (clima templado y ambiente soleado, con abundancia de playas «cálidas», etc.) cuyos atributos son objeto de alta valoración social y presentan condiciones cualitativamente óptimas para las actividades turísticas y para el proceso de implantación turística;
3. la disponibilidad de unos atractivos culturales, no exentos de exotismo para el mercado, que permitieron afianzar un producto adecuado a las motivaciones del sistema turístico;
4. el coste barato de las vacaciones por el «juego» de precios relativos (tasa de cambio favorable), fundamentado en un menor nivel de vida de España y unos bajos costes de producción (destacando los bajos salarios), que favorecía al consumidor foráneo; y
5. la propaganda del régimen político y los objetivos de difusión exterior de una «imagen de normalidad» del país.
Al considerar los factores internos ha de señalarse como hecho estructural que el desarrollo del turismo debe entenderse en el contexto de la propia evolución del sistema territorial, socioeconómico y político de España, del cual el turismo forma parte.
Después de varias décadas de desarrollo del sistema turístico español y de haber alcanzado un estadio de madurez –e incluso la fase de saturación en algunas zonas geoturísticas–, algunos de los factores citados ya no tienen la vigencia de antaño. En cambio, han aparecido otros con destacado protagonismo y que han de fundamentar las ventajas competitivas del modelo turístico español en un escenario internacional donde las ventajas comparativas han perdido especificidad o ya no son suficientes. Entre estos factores destacan:
a) la aparición y consolidación de una demanda interna importante («de la industria de los forasteros al turismo interior»);
b) la dimensión y la operatividad de la infraestructura construida, particularmente la magnitud y funcionalidad de la oferta de alojamiento, que constituye una ventaja competitiva frente a otros destinos;
c) la mejora de las infraestructuras de transporte en el país;
d) la dimensión inmobiliaria del turismo y las oportunidades que ello le confiere;
e) la política de planificación y promoción del Gobierno central y los gobiernos autonómicos;
f) la disponibilidad de recursos humanos cualificados y capacitados para hacer frente a los retos del turismo y del negocio turístico;
g) la conexión de la nueva demanda y sus motivaciones con la oferta turística española;
h) la influencia del paradigma de la sostenibilidad sobre el conjunto de las actividades turísticas;
i) la adaptación al paradigma de las nuevas tecnologías, tanto de los actores públicos como de los privados; y
j) el destacado papel del sector público en el desarrollo del turismo.
El protagonismo de la Administración pública en el sector turístico ha constituido un destacado factor del desarrollo y del despliegue territorial del turismo en España. La intervención del Estado, por encima de lo que ocurre en otras actividades económicas, ha obedecido en este caso al carácter estratégico del turismo en diversos ámbitos, hecho que se ha mantenido e incrementado si cabe con el nuevo «Estado de las autonomías» tras la Constitución de 1978.
La política turística y la intervención pública han ido cambiando de contenido desde el inicio del turismo de masas. Como conclusión, se identifican de manera esquemática dos orientaciones en dicha intervención:
a) La formulación de estrategias para la promoción y el desarrollo del turismo, como corresponde a cualquier otro sector del tejido productivo del país, y para la competitividad y eficiencia del sistema turístico español, que presenta claras asimetrías en su dimensión espacial. Un ejemplo paradigmático de la promoción lo constituye el logotipo y la campaña «España, todo bajo el sol» (figura 1.3).
b) La instrumentalización del valor estratégico del turismo, tanto en los ámbitos económico y territorial (el turismo en los planes y programas de desarrollo regional) como en el político (significado simbólico y mediático, capitalización de los éxitos, relación con el exterior, etc.), el cual se manifiesta con mayor o menor intensidad a distintas escalas.
Figura 1.3 España, todo bajo el sol.
Fuente : Instituto de Estudios Turísticos-Tourspain.
La política turística se fundamentó, en una primera etapa, en acciones de intervención y promoción, mientras que en la última etapa se persigue la cooperación y la coordinación (distintos niveles de la Administración, sector privado y público), si bien el protagonismo del Estado en el sector turístico no está exento de contradicciones. El punto de partida es la Constitución de 1978, que comportó el paso de un Estado centralista a un Estado autonómico, lo que provocó cambios, pero también permanencias, en el protagonismo de la Administración pública en el turismo. La primera afirmación que se debe hacer es que dicho protagonismo, que se puede calificar como importante, lo es más si cabe en el Estado de las autonomías. Se ha producido un cambio de escala, y con ello una mayor proximidad entre Administración y lugares turísticos; se han multiplicado, y «formalizado» en el ámbito político-administrativo (CC. AA.), los destinos turísticos y la competencia entre ellos. Finalmente, hay que destacar que todas las administraciones autonómicas han asumido el papel estratégico del turismo en el desarrollo de sus respectivos territorios, lo cual se ha concretado en una diversidad de políticas turísticas «regionales». Esta «política» de la Administración regional se suma a la política de la Administración central y a la de la Administración local. Sin duda, a la singularidad de la política turística, dada su naturaleza, se añade ahora un alto grado de complejidad al ampliarse el número de niveles de la Administración pública y la capacidad de decisión en ámbitos territoriales específicos. En el capítulo 6 se profundiza en estos temas.
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