Джеймс Клавелл - Shogun

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Shogun is one of those rare books that you wish would go on forever. Indeed, I know people who re-read it every year. The story follows the adventures of marooned English sailor John Blackthorne in late medieval Japan during the tumultuous years when Tokugawa Ieyasu (here called Toranaga) was uniting all of Japan under his rule by any means necessary. It's truly an epic tale of war, honor, trechery, masterful manipulations, tragic heroism, and star-crossed love.

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—¿Dozo? — dijo Naga, sin comprender. — ¡Ahí Gomen nasai, Naga-san.

Con señales y dibujando sobre la arena, le explicó la manera de construir una almadía y fijarla a los costados del pecio durante la marea baja, después, al subir ésta, haría flotar la nave y podrían arrastrarla y vararla en la playa.

—¡Ah so desu! — exclamó Naga, impresionado.

Cuando lo explicó a los otros oficiales, éstos se sintieron también llenos de admiración, y los propios vasallos de Blackthorne empezaron a darse importancia y a fanfarronear.

Blackthorne lo advirtió y señaló a uno de ellos.

—¿Dónde están tus modales?

—¿Qué? ¡Oh, perdona, señor, si te he ofendido!

— Hoy te perdono, pero no lo haré otra vez. Ve nadando hasta el barco y desata esta cuerda.

El ronin-samurai se estremeció y puso los ojos en blanco.

— Lo siento, señor, pero no sé nadar.

Se hizo el silencio en la playa, y Blackthorne comprendió que todos esperaban a ver lo que pasaba. Se enfureció consigo mismo, pues una orden era una orden, e involuntariamente había dictado una sentencia de muerte, esta vez inmerecida. Pensó un momento.

— Por orden de Toranaga-sama, todos los hombres deben saber nadar, ¿neh? Todos mis vasallos sabrán nadar dentro de treinta días. Que procuren aprender. Y tú, ¡al agua! Será tu primera lección.

El samurai entró, temeroso, en el mar, sabiendo que era hombre muerto. Blackthorne se puso junto a él, y, cuando el agua cubrió su cabeza, se la levantó sin demasiada suavidad y lo obligó a nadar, dejando que se hundiese un poco, pero nunca peligrosamente, y empujándolo hacia la nave, mientras el hombre tosía, escupía y aguantaba. Después lo empujó de nuevo hacia la playa y, a veinte yardas de los bajíos, le soltó.

—¡Nada! — le gritó.

El hombre lo hizo como un gato medio ahogado. Nunca volvería a fanfarronear delante de su amo. Sus compañeros aplaudieron, y los que sabían nadar se desternillaron de risa.

— Muy bien, Anjín-san — dijo Naga—, Prudente decisión. — Rió de nuevo y añadió:— Con tu permiso, enviaré hombres a buscar bambú. Para la almadía, ¿neh?

— Gracias.

¿Hay que tirar más?

No, no, gracias…

Blackthorne se interrumpió y se puso la mano en la frente a guisa de visera. El padre Alvito los observaba desde una duna.

— No, gracias, Naga-san — dijo—. Hoy, todo terminado aquí. Discúlpame un momento.

Fue a recoger sus ropas y sus sables, pero sus hombres se los trajeron rápidamente. Se vistió sin prisa e introdujo los sables en el cinto.

— Buenas tardes — dijo Blackthorne, acercándose a Alvito.

El sacerdote parecía cansado, pero su expresión era amistosa, como lo había sido antes de su violenta discusión en las afueras de Mishima. El recelo de Blackthorne aumentó.

— Buenas tardes, capitán. Me marcho esta mañana. Quería hablar un momento con vos. ¿Os molesta?

— No, en absoluto.

—¿Qué vais a hacer? ¿Tratar de poner a flote el casco? — Sí.

— Temo que no lo consigáis.

— De todos modos, lo intentaré. —¿Creéis realmente que podéis construir otro barco?

—¡Oh, sí! —exclamó pacientemente Blackthorne, preguntándose qué se proponía Alvito.

—¿Traeréis el resto de vuestra tripulación para que os ayude? — No — replicó Blackthorne, después de pensar un momento —. Están mejor en Yedo. Tendré tiempo de sobra para traerlos… cuando el barco esté casi terminado.

— Viven con los eta, ¿no?

— Sí.

—¿Es ésa la razón de que no los queráis aquí? —Una de las razones.

— No os lo censuro. Creo que son muy pendencieros y están casi siempre borrachos. ¿Sabéis que, según se dice, hubo una pequeña algarada, hace cosa de una semana, y su casa ardió por completo?

— No. ¿Hubo algún herido?

— No, gracias a Dios. Pero si se repite… Parece que uno de ellos ha construido un alambique. Las consecuencias de la bebida pueden ser terribles.

— Sí. Siento lo de su casa. Pero construirán otra.

Alvito asintió con la cabeza y contempló el pecio lamido por las olas:

— Quería deciros, antes de marcharme, que sé lo que significa para vos la pérdida de Mariko-san. Vuestro relato sobre Osaka me llenó de tristeza, pero, en cierto modo, me edificó. Comprendo lo que significa el sacrificio de ella… ¿Os contó lo de su padre y toda aquella tragedia?

— Sí. Parte de ella.

—¡Ah! Entonces, vos comprenderéis también. Yo conocía mucho a Jusan Kubo.

—¿Qué? ¿Queréis decir Akechi Jinsai?

—¡Oh! Perdonad. Este es el nombre por el que se le conoce ahora. ¿No os lo contó Mariko-sama?

— No.

— El Taiko, en son de burla, le dio este apodo: Ju-san Kubo, Shogún de los Trece Días. Y es que su rebelión duró sólo trece días. Era un buen hombre, pero nos odiaba, no porque fuésemos cristianos, sino por ser extranjeros. Con frecuencia me he preguntado si Mariko se había hecho cristiana para aprender nuestras costumbres y destruir nos. El solía decir que yo había envenenado a Goroda para que lo culpasen a él.

—¿Lo hicisteis? — No.

—¿Cómo era él?

Bajo, calvo, muy orgulloso, buen general y magnífico poeta. Es triste que los Akechi terminasen así. Y ahora, la última de ellos. ¡Pobre Mariko…! Pero lo que hizo salvó a Toranaga, con la ayuda de Dios. — Alvito tocó su rosario y, al cabo de un momento, dijo — También quiero, capitán, antes de marcharme, pediros disculpas por… Bueno, me alegro de que el padre Visitador estuviese allí para salvaros.

¿Pedís también disculpas por mi barco?

— No por el Erasmus, aunque nada tuve que ver en ello. Sólo pido disculpas por Pesaro y el capitán general. Me alegro de que vuestro barco se hundiese.

— Shigata ga nai, padre. Pronto tendré otro.

¿Qué clase de embarcación trataréis de construir? — Una lo bastante grande y fuerte.

¿Para atacar al Buque Negro?

— Para navegar a Inglaterra… y defenderme contra todos.

Será trabajo perdido.

¿Habrá otro «Acto de Dios»? — Sí. O sabotaje.

— Si lo hay y pierdo mi barco, construiré otro, y si lo pierdo, otro. Y, cuando llegue a Inglaterra, compraré o pediré prestado o robaré una patente de corso, y volveré.

— Sí, lo sé. Sois un hombre valiente, un noble adversario digno de respeto, y yo os respeto. Por esto debería haber paz entre nosotros. Nos veremos mucho en los años venideros… si ambos sobrevivimos a la guerra. Temo que nuestros destinos están ligados. ¿Os dijo esto Mariko? A mí, sí.

— No. ¿Qué más os dijo?

— Me pidió que fuese vuestro amigo y que os protegiese, si podía hacerlo. No he venido a pincharos ni a reñir con vos, Anjín-san, sino a hacer las paces antes de marcharme.

—¿Adonde vais?

— Primero, a Nagasaki, en barco desde Mishima. Tengo que hacer allí unas negociaciones. Después, adonde esté Toranaga, dondequiera que haya guerra.

—¿Os dejarán viajar libremente, a pesar de la guerra?

—¡Oh, sí! Ellos nos necesitan, gane quien gane. Creo que vos y yo debemos mostrarnos razonables y hacer las paces. Os lo pido por Mariko-sama.

Blackthorne permaneció un momento callado.

— Una vez establecimos una tregua porque ella lo quiso. Os ofrezco esto: una tregua, no la paz…, siempre que prometáis no acercaros a menos de cincuenta millas de donde esté mi astillero.

— De acuerdo, capitán, de acuerdo, pero nada debéis temer de mí. Una tregua, pues, en memoria de ella. — Alvito tendió la mano. — Gracias.

Blackthorne la estrechó con fuerza. Después, Alvito dijo:

— Pronto se celebrarán sus funerales en Nagasaki. En la catedral. El padre Visitador dirá la misa, Anjín-san. Parte de sus cenizas serán enterradas allí. —Hay una cosa que… no mencioné a Toranaga. Antes de morir ella, le impartí una bendición, tal como suelen hacer los sacerdotes, y los últimos ritos, lo mejor que pude. No había nadie más, y ella era católica. ¿Habrá valido para algo? Traté de hacerlo en nombre de Dios, no en el mío ni en el vuestro, sino en el de Dios.

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