A partir de cierto límite el retorno es imposible. A ese sitio hay que llegar.
El Escritor Sombra
Decía un sabio de antaño que cuando soñamos el porvenir lo deshacemos, que dilucidar una circunstancia es en cierta medida impedir que esta acontezca. Quizás esta magia febril se deba a su pasión por la metafísica. Este individuo de sabiduría milenaria buscaba la unión con lo que las antiguas doctrinas catalogan como absoluto al tiempo que exploraba la idea de la inmortalidad, o por lo menos simulacros análogos.
Entendemos que nuestro futuro es tan incierto que quizás imaginarlo equivalga a hacerlo pedazos. Lo único cierto que podemos tener del futuro es su cualidad de ser incierto.
Amar no es mirarse el uno al otro, es mirar juntos en la misma dirección , era el decir de un escritor francés. Y pienso que es la máxima en la que se puede resumir el estar enamorado. Ya no es el futuro de uno el que interesa, sino el de dos, que son uno, por utilizar una expresión poética. Es decir, un futuro compartido. Tomar decisiones que acarrearán consecuencias para ambos. Y eso de las decisiones siempre me recuerda a lo intrincado de las construcciones que suelen llamarse laberintos. Y esto último, es decir el laberinto, me pone en presencia con la cabeza del toro.
En los mitos clásicos destaca la historia del Minotauro, una criatura bestial con cuerpo de humano y cabeza de bóvido. Su madre era la reina de Creta, Pasífae, y había sido engendrada por un toro blanco que Poseidón había obsequiado a Minos, marido de Pasífae. Al nacer la abominación, el rey Minos encargó al inventor Dédalo que construyera una arquitectura capaz de mantener oculto al híbrido y de la cual no pudiera escapar. Lo encerraron en el laberinto y le ofrendaban en sacrificio a mancebos y doncellas que Minos reclamaba como tributo a Atenas. Cuando el héroe griego Teseo ingresó a Creta decidido a liberar a la ciudad de la sombra de aquel engendro, se ofreció como víctima para el sacrificio. La princesa Ariadna, hija de Minos, se enamoró del valiente y decidió brindarle ayuda al ofrecerle un ovillo de hilo que el guerrero fue soltando desde la entrada del laberinto. Al encontrar al Minotauro dormido, Teseo lo golpeó hasta la inanición y regresó a la entrada del laberinto gracias a la ayuda de su madejo.
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