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Linda Howard: La Bahia Del Diamante

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Linda Howard La Bahia Del Diamante

La Bahia Del Diamante: краткое содержание, описание и аннотация

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El calor era tan intenso que no se podía dormir. Cuando miraba las oscuras olas del océano, Rachel intuía que allí fuera había algo, aunque no lo viera. Entonces él apareció en la orilla, inconsciente. Apenas vivo. Llevaba dos balas en el cuerpo. Impulsada por su instinto, Rachel no llamó a la policía. Su sexto sentido le decía que ella era su única esperanza. Mientras él permanecía inconsciente, ella tenía que decidir el futuro de ambos. Pero alguien quería muerto a aquel hombre. ¿Estaría poniendo su propia vida en peligro por un extraño?

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La única forma que tenía de conseguir subirle era cogerle bajo los brazos y tirar de él hacia arriba, igual que le había sacado del mar. Joe no podría ayudar ahora. Tenía que levantar la cabeza del hombre, los hombros y el pecho, la parte más pesada de su cuerpo.

Había recuperado el aliento, y sentándose allí en la hierba no iba a conseguir nada. Pero estaba tan cansada, los brazos y las piernas le pesaban como plomo. Estaban torpes, y se tambaleó un poco cuando se puso de pie. Delicadamente envolvió la colcha alrededor del hombre, luego se colocó detrás de él y deslizó sus manos bajo sus axilas. Haciendo un gran esfuerzo, le levantó hasta dejarle medio sentado, luego rápidamente le sostuvo con las piernas. Él comenzó a caerse, y con un grito Rachel le agarró alrededor del pecho, abrazándole estrechamente y uniendo sus manos por delante de su pecho. Su cabeza cayó adelante, tan débil como un recién nacido. Joe se inquietó en su lado, gruñendo porque no podía encontrar un lugar para agarrar la colcha.

– Está bien- jadeó-. Tengo que hacerlo yo sola ahora.

Se preguntó si hablaba con el perro o el hombre. Uno u otro era ridículo, pero ambos parecían importantes.

Los peldaños estaban a su espalda. Manteniéndose de pie y con las manos fuertemente apretadas alrededor del pecho del hombre, Rachel se tiró hacia atrás. Su trasero aterrizó en el primer peldaño con un ruido sordo, y el borde del peldaño superior le dejó una tira en carne viva en la espalda, pero había logrado levantar al hombre uno poco. El dolor caliente le abrasó la espalda y las piernas por la tensión que ponía en sus músculos.

– Oh, Dios mío- susurró-, no puedo derrumbarme ahora. Dentro de poco descansaré, pero no ahora.

Haciendo rechinar sus dientes, se puso de pie otra vez, usando los músculos más fuertes de sus muslos en vez los músculos de la parte de atrás de sus piernas que eran más débiles. Otra vez se abalanzó hacia arriba y atrás, empujando con las piernas, arrastrando al hombre hacia arriba con ella. Estaba sentada sobre el último peldaño ahora, y las lágrimas de dolor y esfuerzo picaban en sus ojos. El torso del hombre estaba en las escaleras, sus piernas todavía fuera en el patio, pero si podía colocar la parte superior de su cuerpo en el porche el resto sería fácil. Tenía que hacer la misma maniobra muy dolorosa una vez más.

No supo cómo lo hizo, dónde encontró la fuerza. Se encogió, se abalanzó, empujó. Repentinamente se desequilibró y cayó pesadamente hacia atrás en el porche de madera, el hombre descansando sobre sus piernas. Atontada, yació allí por un momento, mirando fijamente hacia arriba a la luz amarilla del porche con los diminutos insectos abarrotándose alrededor de ella. Pudo sentir su corazón golpeando salvajemente contra las costillas, oyó los sollozos jadeantes que hacía mientras trataba de llevar suficiente oxígeno a sus pulmones para satisfacer la demanda de sus extenuados músculos. Su peso aplastaba sus piernas. Pero si ella yacía completamente estirada en el porche, y él yacía sobre sus piernas, eso quería decir lo había conseguido. ¡Había logrado subirle!

Gimiendo, llorando, se obligó a sentarse, aunque pensaba que las tablas bajo ella eran una cama maravillosa. Le llevó un momento forcejear con el peso que le aplastaba las piernas, y luego hizo lo que pudo para ponerse de pie. Gateó hasta la puerta de tela metálica y la mantuvo abierta, luego gateó de vuelta al lado del hombre. Simplemente algunos metros más. Atravesar la puerta principal, girar a la derecha, luego a su dormitorio. Diez, quince metros. Eso era todo lo que ella se pediría.

El método original de agarrar el borde de la colcha y tirar parecía que una buena idea, y Joe estaba dispuesto a prestar su fuerza otra vez, pero Rachel tenía que guardar una pequeña parte de su preciosa fuerza para sí misma, y el perro tuvo que hacer la mayor parte del trabajo. Lenta, laboriosamente, hicieron avanzar poco a poco al hombre a través del porche. Ella y Joe no podrían pasar a través de la puerta al mismo tiempo, así ella se volvió primera y se arrodilló para tratar de agarrar con fuerza de nuevo la colcha. Gruñendo, con su cuerpo fuerte, Joe echó marcha atrás con toda su fuerza, y el hombre y el acolchado pasaron a través de la puerta.

Parecía buena idea seguir sin parar mientras le pudieran mover. Ella giró hacia su dormitorio, y un minuto escaso más tarde él yacía sobre el suelo al lado de su cama. Joe soltó la colcha tan pronto como ella lo hizo e inmediatamente se alejó de ella, con los pelos del cuello erizados mientras reaccionaba a los límites poco familiares de una casa.

Rachel no intentó mimarle ahora. Ya le había pedido mucho, había excedido tanto los límites anteriores que cualquier avance más simplemente sería demasiado.

– Por aquí- dijo, luchando por ponerse de pie y guiándole de regreso a la puerta principal. Él salió rápidamente después de ella, ansioso de tener libertad otra vez, y desapareció en la oscuridad más allá del la luz del porche. Lentamente soltó la puerta de tela metálica y la cerró, abofeteando en un mosquito que había entrado en la casa.

Metódicamente, andando despacio y vacilante, cerró las puertas delanteras y traseras y corrió las cortinas sobre las ventanas. Su dormitorio tenía anticuadas celosías, y las cerró. Una vez hecho eso, la casa estaba tan segura como lo podía estar. Se quedó con la mirada fija hacia abajo, sobre hombre desnudo tumbado desgarbadamente en su suelo del dormitorio. Necesitaba atención médica, atención médica experta, pero no se atrevía a llamar a un médico. Estaban obligados a comunicar todas las heridas de bala a la policía.

Realmente había sólo una persona que le podría ayudar ahora, una persona en la que confiaba para guardar un secreto. Dirigiéndose a la cocina, Rachel marcó el número de Honey Mayfield, esperando que todo saliera bien y que no hubiera salido por una llamada de emergencia. El teléfono fue descolgado al tercer timbrazo, y una voz claramente adormecida dijo:

– Mayfield.

– Honey, soy Rachel. ¿Puedes venir?

– ¿Ahora? – Honey bostezó-. ¿Le ha ocurrido algo a Joe?

– No, los animales están bien. ¿Pero puedes traer tu maletín? Y tráelo envuelto en una bolsa de la compra o algo por el estilo, para que nadie lo pueda ver.

Todas las huellas de somnolencia habían dejado la voz de Honey.

– ¿Es una broma?

– No. Date prisa.

– Estaré allí tan pronto como pueda.

Los dos teléfonos fueron colgados simultáneamente, y Rachel volvió al dormitorio, dónde se puso en cuclillas al lado del hombre. Estaba todavía inconsciente, y el trato que había recibido debería haber sido capaz de despertar hasta a los muertos, a menos que hubiera perdido tanta sangre que estuviera en coma y al borde de la muerte. Una inquietud punzante y penetrante la apresó, y tocó su cara con manos temblorosas, como si le pudiera devolver la esencia de la vida con su contacto. Estaba más caliente ahora de lo que lo había estado, y respiraba con movimientos lentos, pesados de su pecho. La herida en su hombro exudaba sangre, y la arena se pegaba a él, incluso enredando su pelo, que todavía chorreaba agua de mar. Trató de quitar una parte de la arena de su pelo y sintió algo pegajoso bajo sus dedos. Frunciendo el ceño, miró el color rojo acuoso que manchaba su mano. Luego el conocimiento emergió. ¡Por supuesto, tenía una lesión en la cabeza! ¡Y ella le había arrastrado cuesta arriba, luego literalmente le había maltratado subiendo las escaleras del porche! ¡Lo raro era que no le hubiera matado!

Con el corazón martillando, corrió a la cocina y llenó su tazó de plástico más grande con agua caliente, luego regresó al dormitorio para sentarse sobre el suelo junto a él. Tan suavemente como le fue posible, lavó tanta sangre y arena como pudo de su pelo, sintiendo las hebras gruesas desenredándose entre sus dedos. Las puntas de sus dedos encontraron un chichón creciente en el lado derecho de su cabeza, entre el nacimiento del pelo y su sien, y apartó a un lado el pelo a revelar un desgarro dentado en la piel. Sin embargo, no era una herida de bala. Era como si él se hubiera golpeado la cabeza, o hubiera sido golpeada con algo. ¿Sino por qué estaba inconsciente ahora? Había estado nadando cuando ella le había visto por primera vez, así que había estado consciente entonces. No había perdido el conocimiento hasta que estuvo ya dentro de la boca de Diamond Bay.

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