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Linda Howard: La Bahia Del Diamante

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Linda Howard La Bahia Del Diamante

La Bahia Del Diamante: краткое содержание, описание и аннотация

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El calor era tan intenso que no se podía dormir. Cuando miraba las oscuras olas del océano, Rachel intuía que allí fuera había algo, aunque no lo viera. Entonces él apareció en la orilla, inconsciente. Apenas vivo. Llevaba dos balas en el cuerpo. Impulsada por su instinto, Rachel no llamó a la policía. Su sexto sentido le decía que ella era su única esperanza. Mientras él permanecía inconsciente, ella tenía que decidir el futuro de ambos. Pero alguien quería muerto a aquel hombre. ¿Estaría poniendo su propia vida en peligro por un extraño?

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La playa era el refugio especial de Rachel, un lugar para caminar y pensar y encontrar la paz en el oleaje despiadado, eterno del agua. Era llamada Bahía Diamond por la forma en que la luz se astillaba contra las olas como si chocasen contra las grandes piedras que poblaban la boca de la pequeña bahía. El agua oscilaba y brillaba tan intensamente como si miles de diamantes rodearan la orilla. Su abuelo le había enseñado a nadar en Bahía Diamond. Algunas veces parecía que su vida hubiera comenzado en las aguas turquesa.

Ciertamente la bahía había sido el centro de los días dorados de su infancia, cuando una visita a los abuelos era lo más divertido que podía imaginar una niña como Rachel. Luego su madre murió cuando Rachel tenía doce años, y la bahía se convirtió en su casa para siempre. Había algo en el océano que había aliviado la agudeza de su pena y enseñado a aceptarla. También había tenido a su abuelo, e incluso ahora pensar en él, traía una sonrisa a su rostro. ¡Que anciano maravilloso había sido! Nunca había estado demasiado ocupado o había pasado vergüenza a la hora de contestar a las preguntas algunas veces embarazosas que una adolescente podía hacer, y le dio la libertad de probar sus alas pues ella tenía mucho sentido común. Había muerto el año en que ella terminó la universidad, pero incluso la muerte le había llegado en sus propios términos. Incluso estando cansado, enfermo, y preparado para morir, la había engañado con semejante humor y semejante aceptación que Rachel incluso había sentido algo de paz con su marcha. Ella se había entristecido, sí, pero la pena había sido moderada por el conocimiento de saber que era lo que él quería.

La antigua casa había permanecido vacía después, mientras Rachel seguía su carrera como periodista de investigación en Miami. Había conocido y se había casado con B. B. Jones, y la vida juntos había sido buena. B.B. había sido más que un marido, había sido un amigo, y habían pensado que tenían el mundo en sus manos. Luego la violenta muerte de B.B había acabado con ese sueño y había dejado viuda a Rachel a los veinticinco. Ella abandonó su trabajo y volvió a la bahía, volviendo a encontrar la paz en el mar interminable. Estaba emocionalmente herida, pero el tiempo y la vida tranquila la habían aliviado. Todavía, no sentía deseos de volver a la vida de ritmo rápido que había llevado antes. Ésta era su casa, y se encontraba feliz con lo que hacía ahora. Las dos tiendas de objetos de recuerdo le daban una buena vida, y aumentaba sus ingresos escribiendo ocasionalmente un artículo, así como con los libros de aventuras que había escrito sorprendentemente bien.

Este verano era casi igual a los otros veranos que había pasado en Bahía Diamond, pero más caluroso. El calor y la humedad hacían que casi se sintiera sofocada, y algunos días tenía ganas de no hacer nada más agotador que tumbarse en la hamaca y abanicarse. La puesta de sol traía algún alivio, pero incluso eso era relativo. La noche traía una pequeña brisa del Golfo para enfriarle la piel ardiente, pero aún hacía demasiado calor como para dormir. Ya había tomado una ducha fría, y ahora estaba sentada sobre el columpio del porche a oscuras, moviendo perezosamente el columpio con unos movimientos ocasionales de su pie. Las cadenas chirriaron al mismo tiempo en que los grillos chirriaban y las ranas croaban; Joe estaba echado en el porche ante la puerta de tela metálica, dormitando y soñando sus sueños perrunos. Rachel cerró sus ojos, disfrutando la brisa en su cara y pensando en lo que haría al día siguiente. Bastante de lo que había hecho hoy, y el día anterior, pero no prestaba atención a la repetición. Había disfrutado los antiguos tiempos de excitación, se había inundado por el poder seductor y peculiar del peligro, pero también ahora disfrutaba de su vida.

Aunque solo vestía unas braguitas y una camisa blanca de hombre de talla extragrande, con las mangas enrolladas y los tres primeros botones desabrochados, aún podía sentir como pequeñas gotas de sudor se formaban entre sus pechos. El calor la inquietó, y finalmente se puso de pie.

– Voy a dar un paseo -dijo al perro, el cual se dio un golpecito en una oreja y no abrió los ojos.

Rachel realmente no había esperado que fuera con ella. Joe no era un perro amigable, ni siquiera con ella. Era independiente y antisocial, apartándose cuando una mano se extendía hacia él con los pelos del cuello erizados y mostrando los dientes. Ella creía que debía haber sido maltratado antes de que apareciera en su propiedad unos años atrás, pero habían forjado una tegua. Ella le alimentaba, y él cumplía con el papel de perro guardián. Él todavía no le daba permiso de acariciarle, pero iba instantáneamente a su lado si un desconocido llegaba en coche, y se quedaba a su lado hasta que el intruso se marchaba o decidía que no había peligro. Si Rachel trabajaba en el huerto, normalmente Joe estaba a su lado. Era una asociación basada en el respeto mutuo, y ambos estaban satisfechos de ella.

El perro lo tenía fácil, pensó Rachel mientras atravesaba el patio y tomaba el camino serpenteante a través de los pinos que conducía a la playa. No le necesitaba normalmente como guardián. Pocas personas iban a su casa, excepto el cartero. Estaba en la calle sin salida de una carretera sin pavimentar que partía a través de la propiedad de Rafferty y la casa de ella era la única que había por allí. John Rafferty era su único vecino, y no era de la clase de persona que se acercara para conversar. Honey Mayfield, el veterinario local, algunas veces la visitaba después de atender una llamada desde el rancho de Rafferty, y habían desarrollado una amistad más bien cercana, pero aparte de eso Rachel era dada a aislarse, y esa era la razón por la que se encontraba cómoda andando sin rumbo fijo por la noche y vistiendo únicamente su ropa interior y una camisa.

El camino se inclinaba gradualmente en una pendiente a través del bosque de pinos. Las estrellas brillaban y eran grandes en el cielo, y Rachel había recorrido tantas veces ese camino desde su infancia, que no perdió el tiempo en coger una linterna. Incluso a través de los pinos podía ver lo suficientemente bien como para encontrar el camino. Había trescientos metros desde la casa hasta la playa, un camino fácil. A ella le gustaba recorrer la playa caminando de noche. Era el momento que prefería para escuchar el poder del océano, cuando las olas eran casi negras salvo por las puntas cubiertas de espuma. También estaba en marea baja, y Rachel prefería la playa cuando estaba en la marea baja. En la bajamar el océano traía de vuelta sus tesoros dejándolos en la arena, como una agradable ofrenda de amor. Ella había acumulado bastantes tesoros del mar en la marea baja, y nunca había dejado de maravillarse con los tesoros que las aguas turquesas del Golfo dejaban a sus pies.

Era una noche bella, sin luna y despejada, y las estrellas eran las más brillantes que había visto en años, su luz se reflejaba en las olas como miles de diamantes. La Bahía Diamond. Tenía el nombre adecuado. La playa era angosta y accidentada, con aglomeraciones de maleza creciendo a lo largo del borde, y la boca de la bahía estaba cubierta de rocas puntiagudas que eran especialmente peligrosas en la bajamar, pero con todas sus imperfecciones la bahía creaba una magia con su combinaciones de la luz y el agua. Ella podría estar quieta y observar el agua brillante durante las horas, embelesada por el poder y la belleza del océano.

La arena gruesa refrescó sus pies desnudos, y ella escarbó con los dedos del pie más profundamente. La brisa sopló, alejando su pelo de su rostro, y Rachel respiró el limpio aire salino. Ahí sólo estaban ella y el océano.

La brisa cambió de dirección, coqueteando con ella, logrando que hebras de cabello quedaran sobre su rostro. Levantó su mano para apartar su pelo de su cara e hizo una pausa sorprendida, arqueando las cejas mientras clavaba los ojos en el agua. Podría haber jurado que había visto algo. Apenas por un momento había habido un destello de movimiento, pero ahora forzando los ojos no veía nada más que el movimiento rítmico de las olas. Quizá había sido sólo un pez, o un trozo grande de madera a la deriva. Quería encontrar algo bonito para un arreglo floral, así que caminó hasta el borde de las olas, empujando hacia atrás su pelo para que no entorpeciera su visión.

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