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Linda Howard: La Bahia Del Diamante

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Linda Howard La Bahia Del Diamante

La Bahia Del Diamante: краткое содержание, описание и аннотация

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El calor era tan intenso que no se podía dormir. Cuando miraba las oscuras olas del océano, Rachel intuía que allí fuera había algo, aunque no lo viera. Entonces él apareció en la orilla, inconsciente. Apenas vivo. Llevaba dos balas en el cuerpo. Impulsada por su instinto, Rachel no llamó a la policía. Su sexto sentido le decía que ella era su única esperanza. Mientras él permanecía inconsciente, ella tenía que decidir el futuro de ambos. Pero alguien quería muerto a aquel hombre. ¿Estaría poniendo su propia vida en peligro por un extraño?

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Ahora era algo indudable, y sintió una calma helada, mortalmente conveniente para él, como siempre le pasaba en las situaciones de batalla. No perdió el tiempo pensando en por cuántos hombres era superado; en vez de eso empezó a pesar y descartar opciones, cada decisión tomada en un segundo.

Un tenue crack rompió la tranquilidad crepúsculo, el sonido de los disparos se escuchaba sobre el mar abierto. Escuchó el suave silbido de la bala caliente, cuando atravesó el aire y se estrelló contra la cabina, astillando la madera. Con un movimiento suave como la seda Sabin apuntó y disparó, bajando la cabeza después, todo en un único movimiento fluido. No necesitó escuchar el grito que trasportó hasta él el aire para saber que había acertado; Sabin habría estado tanto asombrado como furioso si hubiese fallado.

– ¡Sabin! -la voz amplificada hizo eco a través del agua-. ¡Sabe que no tiene ni una oportunidad! Facilite las cosas para sí mismo.

El acento era una buena imitación, pero no realmente americano. La oferta era algo que había esperado. Su mejor oportunidad era dejarlos atrás; la velocidad de Wanda justamente era una de sus raras características. Pero para dejarlos atrás, debería llegar a los controles que se hallaban en la parte superior, lo que significaba exponerse a si mismo a que mientras subía las escaleras abrieran fuego contra él.

Sabin analizó la situación y aceptó que tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de alcanzar la parte superior, tal vez menos, dependiendo de cuan sorprendidos se hallaran por su movimiento. En cambio, no tendría ni una sola oportunidad si simplemente se sentase allí y esperara mantenerlos alejados con un rifle. Aunque no le faltaba la munición, ellos tendrían más. Moverse era un peligro que tenía que aceptar, así que no perdió el tiempo preocupándose por que sus opciones fueran disminuyendo. Necesitaba llegar tan alto en la escalera con el primer salto como pudiera. Agarrando el rifle firmemente, inspiró profundamente y saltó. Su dedo presionó el gatillo mientras se movía, el arma automática se sacudía en su mano al disparar haciendo que todo el mundo del otro barco tuviera que esconderse. Estiró la mano derecha y se aferró al escalón superior de la escalera, sus pies desnudos tocándolo apenas antes de seguir subiendo. Por el rabillo del ojo vio las ráfagas blancas en cuanto llegó a la parte superior y dos balas ardientes se estrellaron contra su cuerpo. Sólo el puro impulso y la determinación consiguieron que llegara a la cubierta superior, sin dejar que cayera sobre la inferior. Una oscura neblina casi oscureció su vista, y el sonido de su respiración era ruidoso en sus oídos.

Soltó el rifle.

– ¡Maldita sea! – ¡He soltado el rifle!, pensó furioso. Inspiró profundamente, rechazando a la fuerza la neblina negra que lo envolvía, y utilizando la fuerza que le quedaba para volver la cabeza. El rifle aún yacía allí, agarrado firmemente por su mano izquierda, pero no lo sentía. El lado izquierdo de su cuerpo se encontraba teñido por su sangre, a la luz menguante parecía casi negro. Su pecho se alzaba rápidamente mientras respiraba, Sabin alargó la mano derecha y cogió el rifle. El tacto del rifle en su mano hizo que viera las cosas un poco mejor, pero poco. El sudor resbaló por su piel como si fueran ríos, mezclándose con la sangre. Debía hacer algo, o caerían sobre él.

Su brazo y pierna izquierdas no obedecían las ordenes que les daba su cerebro, de modo que los ignoró, y se arrastró hasta allí usando el brazo y la pierna derechas. Sujetando el rifle contra su hombro derecho, disparó contra el otro barco nuevamente, dejándolos saber que aún estaba vivo y que seguía siendo peligroso de modo que no abordarían su barco rápidamente.

Mirando hacia abajo, evaluó sus heridas. Una bala había atravesado el músculo externo de su muslo izquierdo, otra había atravesado su hombro izquierdo; Cada una era lo suficientemente seria por si misma. Después del primer impacto en su hombro, había dejado de sentir la quemazón y su brazo había quedado entumecido, inservible, y su pierna no aguantaría el peso de su cuerpo, pero sabía por experiencia propia, que el entumecimiento pronto comenzaría a disminuir, y con el dolor recobraría parte del uso de sus músculos heridos, si podía ofrecer resistencia hasta entonces.

Se arriesgó a volver a mirar y vio que el otro barco estaba dando la vuelta poniéndose detrás del suyo. La cubierta superior estaba abierta en la parte trasera, y se convertiría en un blanco fácil.

– ¡Sabin! ¡Sabemos que estas muy herido! ¡No hagas que te matemos!

No, ellos preferirían capturarle vivo, para "interrogarle", pero él sabía que no correrían ningún riesgo. Le matarían si tuviesen que hacerlo, antes de dejarlo escapar.

Haciendo rechinar sus dientes, Sabin se fue arrastrando hacia los controles y se levantó girando la llave del encendido. El poderoso motor rugió al volver a la vida. No podía ver a dónde se dirigía, pero eso carecía de importancia, aunque chocara con fuerza con otro barco. Jadeando, descendió de vuelta a la cubierta, tratando de reunir su fuerza. Tenía que alcanzar el acelerador, y tenía poco tiempo. El dolor ardiente se extendía completamente por la parte izquierda de su cuerpo, pero su brazo y su pierna comenzaban a responder ahora, de modo que pensó que podría conseguirlo. Ignoró el dolor creciente y se balanceó con su brazo derecho aupándose, obligando a su brazo izquierdo a moverse, a subir, hasta que sus dedos ensangrentados tocaron el acelerador y rápidamente aumento la velocidad. El barco comenzó a deslizarse por el agua aumentando lentamente la velocidad, y oyó los gritos desde el otro barco.

– Eso es, muchacha -jadeó él, animando al barco. – Vamos, vamos.

Volviéndose a estirar, sintiendo como todos los músculos de su cuerpo se estremecían por el esfuerzo, logro alcanzar el acelerador y empujarlo hasta que estuvo completamente abierto. El barco saltó bajo él, respondiendo al arranque de potencia con un rugido profundo.

A esa velocidad era necesario que viera hacia donde se dirigía. Tenía otra oportunidad, pero esas oportunidades mejoraban con cada medio metro que aumentaba la distancia entre sí mismo y el otro barco. Un gruñido de dolor brotó de su garganta mientras se ponía de pie, y el salado sudor hizo que le escocieran los ojos. Tenía que sostener la mayor parte de su peso sobre la pierna derecha, para que la izquierda no se doblara bajo su peso. Miró por encima del hombro al otro barco. Rápidamente se alejaba de ellos, aunque estos continuaran persiguiéndolo.

Había una figura en la cubierta superior del otro barco, y llevaba un voluminoso lanzacohetes sobre su hombro.

Sabin ni siquiera tuvo que pensar para saber de que se trataba; había visto los suficientes lanzacohetes como para reconocerlos a simple vista. Sólo un segundo antes del disparo, y apenas dos segundos antes de que el cohete hiciera explotar su barco, Sabin se lanzó al lado derecho a las aguas turquesas del Golfo.

Se sumergió tan profundamente como pudo, pero había tenido muy poco tiempo, y la onda expansiva le hizo rodar a través del agua como el juguete de un niño. El dolor abrasó sus músculos heridos y todo se volvió negro otra vez. Fue sólo un segundo o dos, pero hizo que se desorientarse por completo. Se ahogaba, y no sabía dónde se hallaba la superficie. Ahora el agua no era de color turquesa, era negra, y hacía que se hundiera bajo ella.

Los años de entrenamiento le salvaron. Sabin nunca se había aterrorizado, y este no era el momento para empezar a hacerlo. Dejó de oponerse al agua y se obligó a relajarse, y la flotabilidad natural empezó a llevarle hasta la superficie. Una vez que supo donde estaba la superficie, empezó a nadar tanto como podía, con el brazo y pierna izquierdos inservibles. Sus pulmones ardían cuando finalmente salió a la superficie y engulló el aire caliente, con el olor de la sal.

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