Afrontó a Rachel a través de la cocina.
– Realmente puedes aceptar eso, los riesgos que corro y las veces que me iré y no sabrás donde estoy o cuando volveré?
– Ya lo hago -dijo ella, alzando la barbilla-. Lo que necesito saber es que volverás a mi cuando puedas.
Aún la observaba, sus ojos entrecerrados y atravesándola.
– Entonces bien podríamos casarnos, porque Dios sabe que he sido un desastre sin ti.
Ella parecía aturdida; después parpadeó.
– ¿Es una proposición?
– No. Era básicamente una orden.
Lentamente las lágrimas llenaron sus ojos grises, haciéndolos brillar tan intensamente como diamantes y una sonrisa comenzó a iluminar su cara.
– Bien -dijo ella sencillamente.
Él hizo lo que había estado deseando hacer; cruzó la habitación hasta ella y la tomó en brazos, su boca aferrándose a la de ella mientras sus manos descubrían nuevamente las curvas suaves de su cuerpo. Sin otra palabra, la levantó y la llevó al dormitorio, lanzándola a la cama tal y como había hecho la primera vez que hizo el amor con ella. Velozmente le bajó los pantalones vaqueros completamente, luego apartó bruscamente la sudadera subiéndola para revelar sus hermosos senos redondeados.
– No puedo tomarte despacio -susurro él, tirando con fuerza de sus pantalones claros.
Ella no necesitaba que la tomase despacio. Lo necesitaba, y le tendió los brazos. Él abrió sus muslos y la montó, controlándose sólo lo suficiente como para ralentizar su entrada para no hacerle daño, y con un grito de placer Rachel lo tomó en su cuerpo.
Se quedaron en la cama el resto del día, haciendo el amor y hablando, pero en su mayor parte solamente sujetándose el uno al otro y celebrando la cercanía del otro.
– ¿Qué sucedió cuando volviste a Washington? -preguntó en una ocasión durante la tarde.
Él se tendió boca arriba con un brazo atlético estirado sobre su cabeza, adormecido después de hacerle el amor, pero sus ojos se abrieron cuando ella le preguntó.
– No te puedo decir mucho -avisó antes él-. Algunas veces no podré hablar mucho sobre mi trabajo.
– Lo sé.
– Tod Ellis habló, y ayudó. Grant y yo tendimos una trampa, y uno de mis superiores cayó en ella. Eso es todo lo que puedo decirte.
– ¿Había otros en tu departamento?.
– Dos más.
– Casi te cogieron -dijo ella, temblando ante la idea.
– Me hubieran cogido, de no ser por ti -giró su cabeza sobre la almohada y la miró; sus ojos resplandecían, ese brillo que solo él podía producir. No deseaba que ese impulso luminoso desapareciera nunca. Extendió una mano para tocar su mejilla-. Estoy desilusionado de que no estés embarazada.-dijo suavemente.
Ella se rió.
– Puedo estarlo después de hoy.
– Por si acaso -se quejó él, rodando sobre ella.
Ella recobró el aliento.
– Sí, faltaría más, por si acaso.
Estaban sentados en el porche de la granja donde vivían Grant y Jane, disfrutando del leve calor de ese día de finales de verano. Kell estaba apoyado echando la silla hacia atrás, con los pies en la baranda, y Grant estaba echado en una posición totalmente relajada. Ambos hombres parecían soñolientos después de la comida que habían tomado, sin embargo dos pares de ojos alertas vigilaban a los niños que jugaban en el patio mientras que Rachel y Jane estaban en la casa. Entonces las dos mujeres se unieron a sus esposos en el porche, sentándose en grandes mecedoras.
Kell se enderezó de golpe cuando Jaime que era la niña más pequeña, se cayó en el patio, pero antes de que pudiera abrir la boca los cuatro muchachitos se apiñaron alrededor de ella, y Dane -¿o Daniel?- la ayudó a levantarse, mientras le limpiaba la suciedad de sus piernecitas regordetas. Los cinco niños parecían extraños juntos, con los tres muchachos de Sullivan con el cabello casi blanco, tan rubios, mientras que Brian y Jaime eran morenos, con el pelo y ojos negros. Jaime era la reina de ese grupo en concreto, gobernándolos a todos con sus ojos grandes y sus hoyuelos. Ella iba a ser pequeña, mientras que Brian tendría la figura de su padre.
Los niños corrieron, chillando mientras iban hacia el granero, con Dane y Danial sujetando las manos de Jaime, y Brian y Craig detrás de ellos. Los cuatro adultos los miraron ir.
– Puedes creerlo -dijo pensativamente Kell-, ¿Tenemos cuarenta años y juntos tenemos cinco niños en edad preescolar?
– Habla por ti -se volvió Rachel-. Jane y yo todavía somos jóvenes.
Kell la miró y sonrió abiertamente. Aún no había ni una cana en su pelo, y tampoco en el de Grant. Ambos eran duros y se apoyaban, y más satisfechos de sus vidas de lo que lo habían estado nunca.
Todo había ido bastante bien. Se había casado con Rachel, y rápidamente consciente de que habían hecho un bebé, Kell había aceptado una promoción y no había sido durante mucho tiempo más un blanco de primera categoría. Aún estaba en posición de usar su conocimiento y especialización, pero era mucho menos peligroso. Había sido un intercambio, pero uno que para él valía la pena. Miró a Rachel. Oh, sí, definitivamente había merecido la pena para él.
– Nunca me lo dijiste -dijo Jane ociosamente, mientras se mecía en la silla como si no tuviera una sola preocupación en el mundo-. ¿Me perdonaste por haberte hecho creer que Rachel estaba embarazada?
Grant se rió entre dientes, y Kell se estiró aún más, mientras cerraba los ojos.
– No fue una gran mentira -dijo apaciblemente Kell-. Estaba embarazada antes de que llegara el día siguiente. A propósito, ¿Cómo conseguiste mi número?
– Te llamé por ella -confesó Grant, a medida que ponía también sus pies en la barandilla-. Pensé que necesitabas algo de una buena vida.
Los ojos de Rachel se encontraron con los de Kell, y se sonrieron. Era bueno tener unos amigos así.
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