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Linda Howard: La Bahia Del Diamante

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Linda Howard La Bahia Del Diamante

La Bahia Del Diamante: краткое содержание, описание и аннотация

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El calor era tan intenso que no se podía dormir. Cuando miraba las oscuras olas del océano, Rachel intuía que allí fuera había algo, aunque no lo viera. Entonces él apareció en la orilla, inconsciente. Apenas vivo. Llevaba dos balas en el cuerpo. Impulsada por su instinto, Rachel no llamó a la policía. Su sexto sentido le decía que ella era su única esperanza. Mientras él permanecía inconsciente, ella tenía que decidir el futuro de ambos. Pero alguien quería muerto a aquel hombre. ¿Estaría poniendo su propia vida en peligro por un extraño?

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Rachel yació exhausta en las almohadas, observándole con el corazón en los ojos. Su cuerpo aún latía por el amor, y su pulso sólo estaba un poco menos acelerado.

– Podrás no regresar nunca-susurró ella-. Pero te esperare aquí, de todas formas.

Sólo el tirón fuerte de un músculo al lado de su boca reveló su reacción. El negó con la cabeza.

– No, no desaproveches tu vida. Encuentra a alguien, cásate y ten una casa llena de niños.

De algún modo ella formó una sonrisa.

– No seas tonto -dijo con dolorosa ternura-. Como si pudiera haber otro después de ti.

Estaban listos para marcharse, y Rachel estaba tan rígida en su interior que pensó que podía romperse en pedazos si alguien la tocaba. Sabía que no habría besos de despedida, ninguna palabra final que ardiera en su memoria. Simplemente se marcharía, y habría terminado. Él ni siquiera se llevaba su pistola, lo cual le daría una excusa para ponerse en contacto con ella para devolvérsela. La pistola estaba registrada a su nombre; él no quería nada que pudirera servir para localizarla en caso de que las cosas salieran mal.

Sullivan había escondido su coche de alquiler en alguna parte de la carretera; Jane iba a llevarlos allí, luego regresaría a su granja. Rachel se quedaba sola en una casa con un eco insustancial, y ya estaba tratando de pensar en formas de ocupar su tiempo. Trabajaría en el huerto, segaría el césped, lavaría el coche, tal vez fuese a nadar. Más tarde saldría a comer, ver una película, cualquier cosa para posponer el regreso. Quizás para entonces estuviera tan cansada que podría dormir, aunque no tenía muchas esperanzas en ello. Con calma, porque tendría que lograr sobreponerse, porque no tenía alternativa.

– Te informaré-susurró Jane, abrazando a Rachel.

Los ojos de Rachel brillaron.

– Gracias.

Grant abrió la puerta y salió andando sobre el porche, lo cual puso de pie a Joe, y los gruñidos llenaron el aire. Serenamente Grant examinó al perro.

– Pues bien, caramba -dijo él suavemente.

Jane bufó.

– ¿Tienes miedo a ese perro? Es tan dulce como puede serlo.

Kell los siguió hasta el porche.

– Joe, siéntate -ordeno él.

Se oyó el peculiar sonido, agudo de un rifle siendo disparado y la madera se astilló en el poste y a cuatro centímetros de la cabeza de Kell. Kell cambió de dirección y se tiró de cabeza por la puerta abierta al mismo tiempo que Rachel saltaba hacia él, y la golpeó echándola al suelo. Casi simultáneamente Grant lanzó literalmente a Jane por la puerta cuando otro disparo estalló, luego la cubrió con su cuerpo.

– ¿Estáis todos bien? -pregunto Kell a través de los dientes apretados, mirando ansiosamente a Rachel cuando movió un pie y pateó la puerta cerrándola.

Ella se había golpeado la cabeza contra el suelo, pero no era nada serio. Su cara estaba blanca, se agarró a él.

– Sí, estoy b-b-bien -tartamudeó ella.

Él comenzó a ponerse de pie, poniéndose en cuclillas bajo la ventana.

– Tú y Jane tumbaos en el vestíbulo -ordenó él con brusquedad, cogiendo la pistola del dormitorio donde la había dejado.

Grant había ayudado a Jane a sentarse, apartándole el pelo de la cara y dándole un beso rápido antes de empujarla hacia Rachel.

– Vamos muévete-chasqueó él, sacando la pistola del cinturón.

Hubo otro disparo, y la ventana más cercana a Grant se hizo pedazos, creando una lluvia de cristales a su alrededor. Maldijo de forma espeluznante.

Rachel clavó los ojos en ellos, tratando de ordenar sus pensamientos. Sólo estaban armados con pistolas, mientras que quienquiera que les estuviera disparando tenía un rifle, inclinando la balanza contra Kell y Grant. Un rifle tenía la ventaja de la puntería a una distancia mayor, permitiendo al asaltante disparar desde más lejos que las pistolas. Su rifle del 22 no era muy potente, pero tenía mayor alcance y precisión que las pistolas, y ella gateó hasta el dormitorio a por él, así como a por la munición que tenía. ¡A dios gracias que Kell le había dicho que comprase munición!

– Aquí -dijo ella, gateando de vuelta a la sala de estar y deslizando el rifle hacia Kell. Él echó un vistazo alrededor, su puño cerrándose sobre el arma. Grant se movió a través de la casa, inspeccionando para asegurarse de que nadie entraba por la puerta de atrás.

– Gracias -dijo brevemente Kell-. Vuelve al vestíbulo, dulzura.

Jane estaba tumbada allí, clavando los ojos en su marido con una furia extraña en sus ojos.

– Te dispararon -gruñó ella.

– Si -confirmó él.

Estaba tan furiosa como un volcán a punto de entrar en erupción, murmurando para si misma cuando arrastró la bolsa que había llevado con ella, abrió la cremallera y lanzó la ropa y el maquillaje a un lado.

– No lo soporto-dijo con furia-. ¡Maldición, te dispararon!

Ella sacó una pistola y la dejó en la mano de Rachel, luego volvió a buscar en el bolso. Ella sacó un maletín pequeño, del tamaño de la funda de un violín y se lo lanzó a Grant.

– ¡Toma! ¡ No sé cómo juntar esta cosa!

Él abrió la caja y le lanzó una dura mirada a Jane incluso mientras comenzaba a montar el rifle con movimientos rápidos, y ensayados.

– ¿Dónde demonios obtuviste esto?

– ¡No importa! -ladró ella, lanzándole un cargador de munición hacia él. Él cogió uno de ellos y lo colocó en el arma. Kell la miró por encima del hombro.

– ¿Tienes algo de C-4 o granadas?

– No -dijo con pesar Jane-. No tuve tiempo para conseguir todo lo que quería.

Rachel gateó hasta la ventana, levantando cautelosamente la cabeza para mirar fuera. Kell juró.

– Agáchate-chasqueó él-. Mantente fuera de esto. Vuelve al vestíbulo, es más seguro.

Estaba pálida, pero tranquila.

– Sólo sois dos, y la casa tiene cuatro lados. Nos necesitas.

Jane agarró la pistola descartada por Grant.

– Ella está en lo cierto. Nos necesitas.

La cara de Kell era dura como una piedra. Eso era exactamente lo que más había deseado evitar, uno de sus mayores temores haciéndose realidad. La vida de Rachel estaba siendo amenazada a causa de él. ¡Diablos! ¿Por qué no se había ido anoche, como debería haber hecho? Había permitido que el deseo sexual sobrepasara a su sentido común, y ahora ella estaba en peligro.

– ¡Sabin! -la voz llegó desde los pinos.

No contestó, pero sus ojos se entrecerraron a medida que examinaba el espacio impenetrable y espeso, intentando encontrar al que había hablado. No iba a contestar y revelar su posición; los dejaría descubrirlo del modo más difícil.

– ¡Ven, Sabin, no lo hagas más difícil de lo que tiene que ser! -continuó la voz-. ¡Si rindes, te doy mi palabra de que ninguno de los demás será dañado!

– ¿Quién ese mentiroso? -gruño Grant.

– Charles Dubois, alias Charles Lloyd, alias Kurt Schmidt, alias varios otros nombres -murmuró Kell

Los nombres no tenían ningún sentido para Rachel, pero las cejas de Sullivan se alzaron.

– De modo que finalmente decidió venir detrás de ti -miro alrededor-. No estamos en una buena posición. Tiene hombres alrededor de la casa. No son tantos, pero estamos cercados. Comprobé el teléfono, no funciona.

Kell no necesitaba que le dijeran que la situación no era buena. Si Dubois usaba proyectiles contra la casa, como los que había llevado en su barco, estarían todos muertos. Pero de todas maneras estaba intentando capturar a Kell vivo. Vivo, ya que valía mucho dinero que muchos pagarían por ponerle las manos encima.

Intentó pensar, pero el frío hecho era que no había salida de la casa. Aunque esperaran hasta la noche y trataran de salir a hurtadillas, había poca cobertura que usar salvo los arbusto, lo que era bueno si estaban dentro de la casa. Fuera de la casa, estarían al descubierto por un buen trozo en todas las direcciones. Eso significaba que sería difícil pasar desapercibidos, pero también quería decir lo mismo a la inversa. Aunque saliese andando y se rindiera, no salvaría a los demás. Dubois nunca dejaría testigos con vida. Él lo sabía, y Sullivan lo sabía; sólo podía esperar que Rachel y Jane no se dieran cuenta de lo desesperada que era realmente la situación.

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