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Linda Howard: La Bahia Del Diamante

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Linda Howard La Bahia Del Diamante

La Bahia Del Diamante: краткое содержание, описание и аннотация

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El calor era tan intenso que no se podía dormir. Cuando miraba las oscuras olas del océano, Rachel intuía que allí fuera había algo, aunque no lo viera. Entonces él apareció en la orilla, inconsciente. Apenas vivo. Llevaba dos balas en el cuerpo. Impulsada por su instinto, Rachel no llamó a la policía. Su sexto sentido le decía que ella era su única esperanza. Mientras él permanecía inconsciente, ella tenía que decidir el futuro de ambos. Pero alguien quería muerto a aquel hombre. ¿Estaría poniendo su propia vida en peligro por un extraño?

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– ¿Cómo me encontraste? -dijo con voz áspera, en voz baja y casi inaudible-. Me aseguré de no dejar ninguna huella.

Jane lo olfateó.

– Tú no, de modo que hice lo más lógico y fui donde no ibas y te encontré -dándole la espalda, saludó a Kell con un abrazo entusiasta-. Sabía que tenía que ver contigo. ¿Estás en problemas?

– Un poco -dijo Kell, sus ojos negros se llenaron de diversión.

– Me lo figuraba. Vine a ayudar.

– Estoy condenado -estalló Grant.

Jane le dirigió una mirada tranquila.

– Sí, puede ser. Marchándote a hurtadillas y dejándome con los bebés…

– ¿Dónde están?

– Con tu madre. Cree que me está haciendo un favor. De todas maneras, eso es lo que me hizo llegar tan tarde. Tuve que llevarle los gemelos. Y luego decidir qué harías si quisieras evitar que alguien supiera dónde estabas.

– Voy a ponerte cruzada sobre mis rodillas-le dijo, y la miró como si el pensamiento le diera una gran satisfacción-. Esta vez no te librarás.

– No lo harás -dijo ella con aire satisfecho-. Estoy embarazada otra vez.

Rachel había estado disfrutando del espectáculo de ver a Grant Sullivan llevado hasta la desesperación por su hermosa esposa, pero ahora casi sintió lastima por él. Estaba pálido.

– No puedes estarlo.

– No apostaría sobre eso -Kell entró, disfrutando del giro en los acontecimientos tanto como Rachel.

– Los gemelos sólo tienen seis meses -graznó Grant.

– ¡Lo sé! -contestó Jane con cara indignada-. Estaba allí, ¿recuerdas?

– No íbamos a tener más durante un tiempo.

– La tormenta -dijo ella sucintamente, y Grant cerró los ojos. Estaba verdaderamente pálido, y a Rachel le dio pena.

– Entremos, estaremos más frescos -sugirió, abriendo la puerta metálica. Ella y Kell entraron, pero nadie los siguió. Rachel miro a hurtadillas por la puerta; Jane estaba en los brazos musculosos de su marido, y su cabeza rubia estaba inclinada hasta la oscura de su mujer.

Curiosamente, esa visión añadió un poco más de dolor al interior de Rachel.

– Ellos lo lograron -susurró ella.

Los brazos de Kell se deslizaron alrededor de su cintura, y él la empujó de regreso contra de él.

– Él está en eso ahora, ¿recuerdas? Estaba jubilado antes de se encontraran.

Rachel quiso preguntar por qué no podía retirarse también, pero tenía que abstenerse de expresar esa pregunta. Lo que había servido para Grant Sullivan no servía para Kell Sabin; Kell era único en su especie. En lugar de eso preguntó:

– ¿Cuándo te marchas? -debería haberse sentido orgullosa de que su voz fuera firme, pero el orgullo no significaba nada para ella a esas alturas. Le habría suplicado de rodillas si hubiera creído que surtiría efecto, pero dedicación al servicio era más fuerte.

Él guardó silencio por un momento, y ella supo que no iba a gustarle la respuesta, aunque la esperase.

– Mañana por la mañana.

De modo que tenía una noche más, a menos que él y Sullivan pasaran más tiempo resolviendo los detalles de su plan.

– Nos acostaremos temprano -dijo él, tocando su pelo, y ella se retorció entre sus brazos para encontrar sus ojos de medianoche. Su cara era distante, pero él la quería; lo podía distinguir en sus caricias, por algo fugaz en su expresión. Oh, Dios mío, ¿Cómo iba quedarse quieta viéndole marchar y sabiendo nunca volvería a verle?

Jane y Grant entraron, y la cara de Jane estaba radiante. Sus ojos se abrieron con deleite cuándo vio a Rachel en los brazos de Kell, pero algo en sus expresiones evitó que dijese algo. Jane era muy intuitiva.

– Grant no me dirá qué pasa -anuncio ella, y se cruzó de brazos tercamente-. Voy a seguirle hasta que me entere.

Las cejas negras de Kell se alzaron.

– ¿Y si te lo digo yo?

Jane consideró eso, mirando de Kell a Grant, luego de regreso a Kell.

– ¿Quieres negociar? Quieres que regrese a casa.

– Regresas a casa -dijo quedamente Grant, su voz acerada-. Si Sabin quiere informarte, depende de él, pero este nuevo bebé me da doblemente la razón para asegurarme de que estas a salvo en la granja, en lugar de jugarte el pellejo saliendo en mi búsqueda.

Un destello en los ojos de Jane le dio lugar a Rachel para pensar que Sullivan tenía una pelea entre manos, pero se Kell anticipó diciendo:

– Bien, creo que mereces saber que ocurrió, puesto que Grant está involucrado en esto. Sentémonos, y te lo contaré.

– Sólo lo que necesite saber -adivinó exactamente Jane, y Kell le dirigió una sonrisa sin humor.

– Sí. Sabéis que siempre hay detalles que no pueden ser revelados, pero puedo contarte la mayor parte.

Se sentaron alrededor de la mesa, y Kell esbozó los puntos principales de lo qué había ocurrido, las implicaciones y por qué necesitaba a Grant. Cuando termino Jane miró a ambos hombres durante mucho tiempo, luego lentamente inclinó la cabeza.

– Tienes que hacerlo -después se echó hacia delante, plantando ambas manos sobre el mantel y dando una imagen inflexible a Sabin, quien la miró de lleno-. Pero déjame decirte, Kell Sabin, que si algo le ocurre a Gran, iré detrás de ti. No te imaginas la de problemas que te causaré si eso ocurre.

Kell no respondió, pero Rachel sabía lo que pensaba. Si ocuría algo no era probable que tampoco él sobreviviese. No sabía como podía saber lo que pensaba, pero lo hacía. Sus sentidos estaban concentrados en Kell, y un cambio o un gesto mínimo en su tono era registrado por sus nervios como un terremoto en el sismógrafo más fino.

Grant se puso de pie, levantando a Jane y poniéndola a su lado.

– Es hora de que durmamos un poco, ya que nos marcharemos temprano. Y tú te irás a casa -le dijo a su esposa-. Dame tu palabra.

Jane no discutió ahora, cuando sabía en qué estaba metido.

– Bien. Iré a casa después de recoger a los gemelos. Lo que quiero saber es cuando te puedo esperar de vuelta.

Grant recorrió con la mirada a Kell.

– ¿Tres días?

Kell inclinó la cabeza.

Rachel se puso de pie. En tres días habría terminado, de una forma u otra, pero para ella terminaba mañana. Mientras tanto tenía que buscar un lugar para que durmieran los Sullivan, y casi agradeció tener algo con lo que ocupar su tiempo, aunque no su mente.

Le pidió perdón a Jane por no tener una cama más, pero no pareció que le molestase en lo más mínimo.

– No te preocupes -dijo aliviada Jane-. Me he acostado con Grant en tiendas de campaña, cavernas y cobertizos, de modo que el bonito suelo de la sala de estar no es más incomodo para nosotros.

Rachel ayudada por Jane reunió edredones y almohadas de más para formar una cama, cogiéndolos de la parte alta del armario y apilándolos sobre los brazos de Jane. Jane la miró astutamente.

– ¿Estás enamorada de Kell?

– Sí -Rachel dijo esa única palabra firmemente, sin pensar en negarlo. Era un hecho, tan parte de ella como sus ojos grises.

– Es una clase de hombre duro, raro, pero para que el acero sea de excelente calidad, tiene que ser difícil de manejar. No será fácil. Lo sé. Mira el hombre que yo escogí.

Se miraron la una a la otra, dos mujeres con un mundo de conocimientos en los ojos. Para bien o para mal, los hombres que amaban eran diferentes a otros hombres, y nunca tendrían la seguridad que la mayoría de las mujeres esperaban.

– Cuando se marche mañana, se acabará-dijo Rachel con la garganta cerrada-. No volverá.

– Él quiere que esto termine -aclaró Jane, sus ojos de color café extraordinariamente sombríos-. Pero no digas que no volverá. Grant no quería casarse conmigo. Dijo que no saldría bien, que nuestras vidas eran demasiado diferentes y que nunca tendría cabida en su mundo. ¿Te suena familiar?

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