Linda Howard - La Bahia Del Diamante

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El calor era tan intenso que no se podía dormir. Cuando miraba las oscuras olas del océano, Rachel intuía que allí fuera había algo, aunque no lo viera. Entonces él apareció en la orilla, inconsciente. Apenas vivo. Llevaba dos balas en el cuerpo. Impulsada por su instinto, Rachel no llamó a la policía. Su sexto sentido le decía que ella era su única esperanza. Mientras él permanecía inconsciente, ella tenía que decidir el futuro de ambos. Pero alguien quería muerto a aquel hombre. ¿Estaría poniendo su propia vida en peligro por un extraño?

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– ¿Crees que es un agente?- Honey se quedó mirando fijamente al hombre con sus ojos castaños dilatados.

Rachel contestó serenamente.

– Creo que es probable y creo que arriesgaríamos su vida si le entregáramos al sheriff. Después sería un asunto público, y cualquiera que le buscara podría encontrarle.

– Todavía podría ser un traficante de droga. Puedes arriesgar la vida protegiéndole.

– Es una posibilidad- admitió Rachel -. Pero está herido, y yo no. No tiene ninguna oportunidad en absoluto, excepto lo que yo le pueda dar. Si la DEA lo está buscando por algún asunto de droga, habrá algo acerca de él en el escáner, o en el periódico. Si es un delincuente evadido estará en las noticias. No está en condiciones herir a nadie, así es que estoy a salvo.

– ¿Y si fue un asunto de droga que se torció, y algunos otros personajes peligrosos van tras él? No estarías a salvo luego, ni de él, ni de los demás.

– Ése es un riesgo que tendré que aceptar – dijo Rachel quedamente, sus ojos grises fijos en la mirada preocupada de Honey-. Conozco todas las posibilidades, y riesgos. Puedo ver sombras donde no hay ninguna, pero no me arriesgaré sabiendo lo terrible que sería para él si estoy en lo cierto.

Honey exhaló un aliento profundo e hizo otro intento.

– Precisamente no es probable que un espía herido nadase en tu playa. Cosas como esas no les ocurren a las personas normales, y tú estás todavía dentro de la normalidad, aunque eres un poco de excéntrica.

Rachel no podría creer lo que oía, de Honey de entre todas las personas, que era generalmente la persona más lógica del mundo. Los acontecimientos de la noche ponían nerviosos a todo el mundo.

– ¡No es probable que un hombre herido nadase en esta época en mi playa, independientemente de su ocupación! ¡Pero lo hizo! Está aquí, y necesita ayuda. He hecho lo que he podido, pero necesita atención médica. Todavía tiene una bala en su hombro. ¡Honey, por favor!

Si fuera posible, Honey se puso aún más blanca.

– ¿Quieres que me encargue de él? ¡Necesita a un doctor! ¡Soy veterinaria!

– ¡No puedo llamar a un médico! Están obligados a comunicar todas las heridas de bala a la policía. Tú lo puedes hacer. No hay ningún órgano vital involucrado. Son su hombro y su pierna, y creo que tiene una conmoción cerebral. Por favor.

Honey echó una mirada hacia abajo al hombre desnudo y se mordió los labios.

– ¿Cómo le subiste hasta aquí?

– Joe y yo le arrastramos en esta colcha.

– Si tiene una conmoción cerebral severa puede necesitar cirugía.

– Lo sé. Si es necesario ya pensaré en algo.

Estuvieron ambas en silencio durante algunos minutos, recorriendo con la mirada al hombre que yacía tan quieto e indefenso en sus pies.

– Bien – dijo Honey finalmente, su voz suave. – Haré lo que pueda. Pongámosle encima de la cama.

Eso fue tan difícil como lo había sido subirle desde la playa. Como Honey era mayor y más fuerte, ella le cogió por debajo de los hombros, mientras Rachel deslizaba un brazo bajo sus caderas y el otro bajo sus muslos. Como Rachel había notado antes, era un hombre grande, y musculoso, lo cual quería decir que pesaba más para su tamaño que un hombre con menos masa muscular. También era un peso muerto, y tenían que tener cuidado con sus heridas.

– Dios mío -jadeó Money -. ¿Cómo conseguiste subirle por esa cuesta hasta la casa, incluso con la ayuda de Joe?

– Tenía que hacerlo- dijo Rachel, porque esa era la única explicación que tenía.

Finalmente le colocaron en la cama, y Rachel se sentó en el suelo, completamente exhausta por los esfuerzos de la noche. Honey se agachó sobre el hombre, con su pecosa cara atenta mientras le examinaba.

Capítulo Tres

Eran las tres en punto de la mañana. Honey se había ido media hora antes, y Rachel había contenido su cansancio lo suficiente como para tomar otra ducha muy necesaria y limpiarse la sal del pelo. Finalmente el calor del día había disminuido lo suficiente para estar a gusto al aire, pero pronto amanecería, y el calor comenzaría a aumentar de nuevo. Necesitaba dormir ahora, mientras pudiera, pero su pelo estaba mojado. Suspirando, se reprochó por su vanidad y cambió de dirección hacia el secador de pelo.

El hombre estaba todavía dormido, o inconsciente. Había sido golpeado con fuerza, pero Honey no creía que estuviera muy grave, o en coma. Más bien, había decidido que su inconsciencia prolongada era debida a una combinación de fatiga, pérdida de sangre, trauma y golpe en la cabeza. Había sacado la bala de su hombro, le había suturado y vendado sus heridas, y le había puesto una inyección antitetánica y un antibiótico. Luego ella y Rachel le habían limpiado, habían cambiado la ropa de cama y le habían puesto tan cómodo como podían. Una vez que se había decidido a ayudar, Honey había vuelto a su personalidad capaz y sin nervios habitual, por la cual Rachel estaría eternamente agradecida. Rachel creía que se había esforzado físicamente hasta su límite, pero de algún sitio había sacado la energía para ayudar a Honey durante la angustiosa operación de sacar la bala del hombro del hombre, y luego enmendar el daño hecho a su cuerpo.

Con el pelo seco, se puso la camisa limpia que había llevado consigo al cuarto de baño. La cara que reflejaba el espejo no se parecía a la de ella, y clavó los ojos en ella con curiosidad, notando la piel pálida y las oscuras sombras de color malva de fatiga bajo ojos. Estaba atontada de cansancio, y lo sabía. Era hora de ir a la cama. El único problema era: ¿dónde?

El hombre estaba en su cama, la única cama en la casa. No tenía un sofá de tamaño suficiente, sólo dos sillas a juego. Siempre tenía la posibilidad de hacerse una cama de paja en el suelo, pero estaba tan cansada que hasta el mero pensamiento del esfuerzo que le llevaría era casi superior a sus fuerzas. Dejando el cuarto de baño, clavó los ojos en su cama limpia con sus sábanas blancas como la nieve, y en el hombre que yacía tan silenciosamente entre esas sábanas.

Necesitaba dormir, y necesitaba estar junto a él para poder oírle si se despertaba. Era una viuda de treinta años, no una virgen temblorosa. Lo más sensato que podía hacer era arrastrarse dentro de la cama al lado de él para poder descansar. Después de clavar los ojos en él durante apenas un instante más, tomó su decisión y apagó las luces, luego rodeó la cama hasta el otro lado, y se deslizó cuidadosamente entre las sábanas, intentando no tocarle. No pudo evitar soltar un pequeño gemido a medida que sus músculos cansados finalmente se relajaban, y se puso de lado para colocar su mano sobre su brazo, para despertarse si él se inquietaba. Luego se durmió.

Hacía calor cuando se despertó, y estaba empapada en sudor. Una alarma destelló brevemente en su cerebro, cuando abrió los ojos y vio la morena cara masculina en la almohada al lado de la de ella. Luego recordó y se levantó apoyándose sobre el codo para mirarle. A pesar del calor él no sudaba, y su respiración parecía un poco demasiada rápida. La preocupación creció rápidamente en ella, se incorporó y puso la mano en su cara, sintiendo el calor allí. Él movió la cabeza con inquietud, alejándose de su contacto. Tenía fiebre, lo que no era inesperado.

Rápidamente Rachel salió de cama, notando que era después del mediodía. ¡Con razón la casa estaba tan sofocante! Abrió las ventanas y encendió los ventiladores para expulsar el aire caliente de la casa antes de encender el airea acondicionado para enfriar la casa aun más. No lo usaba mucho, pero su paciente necesitaba ser refrescado.

Tenía que encargarse de él antes de hacer nada más. Disolvió dos aspirinas en una cucharadita de agua, luego delicadamente levantó su cabeza, intentando no sacudirle.

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