– ¿Así que lo sabes? -Skye se dejo sumir en el sillón y expresó una oración silenciosa de agradecimiento-. Entonces, después de todo, yo no necesitaba venir -comprendió después de un rato.
– ¿Por qué lo has hecho? -Fleming la miraba con curiosidad-. Me preguntaba si vendrías a rogarme que aceptara a Charles de nuevo.
– ¿Pensaste que había venido a verte por Charles? -Skye lo miraba asombrada.
– Parece que malinterpreté la situación -comentó seco Fleming-. Pensé que tú estabas interesada en Charles.
– Lo estaba -admitió Skye cautelosa-. Pero todo ha cambiado.
Fleming puso una mano consoladora sobre su hombro.
– Creo que es mejor que me lo cuentes todo -Skye abrió su boca, la cerró y estalló en llanto. Fleming la limpió con paciencia y escuchó toda la enredada historia-. ¿Y no le has dicho a Lorimer que estás enamorada de él?
– ¿Cómo podría? -Skye sollozó en un pañuelo desechable arrugado-. Él está enamorado de Moira.
– ¿Moira? ¿Estás segura? -ella asintió y Fleming frunció el entrecejo-. Todavía pienso que es mejor que le digas cómo te sientes, ¿o te gustaría que se lo dijera yo?
– ¡No! -Skye se enderezó-. No, Fleming, ¡debes prometerme que no le dirás nada!
Fleming suspiró.
– Si así lo quieres… pero creo que cometes un error muy grande.
Todo lo sucedido en los últimos dos meses y medio había sido un error, pensó Skye mientras hacía fila para comprar su boleto en la estación de Waverley.
El billete le quemaba en el bolsillo. Incapaz de regresar al piso para arreglar su equipaje, Skye vagó sin meta por las calles. La noche anterior había nevado y la ciudad parecía un como con una delgada capa blanca esparcida sobre jardines, techos y calles y las estrechas casas parecían más oscuras que nunca. La gente iba envuelta en gruesos abrigos con las cabezas inclinadas para protegerse contra los copos de nieve que caían de vez en cuando.
Skye caminó más despacio, olisqueando el aroma distintivo de Edimburgo y estudiando las oscuras siluetas de los árboles. Recordaba haberse detenido en la parada del autobús mientras miraba los colores del otoño y se prometió que para cuando las hojas hubieran caído, su vida habría cambiado por completo.
Estaba hecho y ya no sería igual. ¿Se habría mostrado tan excitada ante el viaje a Edimburgo si hubiera sabido cómo evolucionarían las cosas?
Skye estaba muy fría cuando al fin regresó al piso y había copos de nieve derritiéndose en sus mejillas y prendidos de sus pestañas. «Esta será la última vez que yo suba estas escaleras» pensó y ante el pensamiento, se sintió muy triste, tanto que las lágrimas se aglomeraron y deslizaron por sus meillas frías. Nunca había llorado tanto, pensó molesta y quitó las lágrimas con el dorso de su mano mientras subía los últimos escalones y buscaba la llave en su bolso.
Sus dedos estaban entumecidos y, preocupada, trató de meter la llave en la cerradura sin ver al hombre que estaba parado junto a la puerta hasta que habló, muy quedo.
– ¿Skye?
Su mano se congeló en la puerta y la bajó al volverse despacio. Era Lorimer. Él salió de las sombras hacia ella.
– Has estado llorando -le dijo.
Skye creía haberse resignado a no volver a verlo nunca, y ahora sólo podía mirarlo con fijeza, beber de su presencia, incapaz de creer que, después de todo, él estaba ahí realmente.
– Estaba triste al pensar que dejaría Edimburgo -dijo al fin y su voz sonó ronca por la tensión de los últimos días.
– No tienes que irte -Lorimer no hizo intento de tocarla-. Yo todavía necesito una secretaria.
– ¿Por cuánto tiempo?
– Por otra semana, sólo hasta Navidad.
Lo odió por tentarla de esa forma. Al final surgió la ira vigorizante que atravesó el aturdimiento y la desdicha que había hecho presa de ella desde el lunes. ¿En realidad esperaba que ella se sintiera agradecida por la oportunidad de una maldita semana de cansar sus dedos por él?
– ¿No puedes buscar a otra persona? Debes estar desesperado si te encuentras obligado a pedírmelo.
– Estoy desesperado -respondió Lorimer-. He estado desesperado desde que me alejé conduciendo y te dejé parada en la acera -extendió una mano y arregló un rizo detrás de la oreja de Skye y le acarició la mejilla con ternura-. Si te prometo que me comportaré contigo muy bien todos los días, ¿me perdonarás por las cosas que te dije ese día?
La ira de ella se evaporó de la misma forma en que había surgido…
– ¿Perdonarte? -Skye se retiró decidida de los tentadores y perturbadores dedos cálidos-. Yo fui quien le contó a Charles lo de los Buchanan. Fui una estúpida, siempre lo estropeo todo -tragó-. Lo siento.
– Charles habría averiguado de otra forma la información -repuso Lorimer con gentileza-. Si yo no hubiera estado tan celoso ese lunes, me habría dado cuenta entonces.
Skye lo miraba incapaz de creer lo que había escuchado.
– ¿Celoso?
– ¿No te diste cuenta? -Lorimer sonrió burlón-. He pasado los dos últimos meses tan celoso que apenas podía pensar con claridad.
– ¿Quieres decirme que estabas celoso de Charles?
– Tú me contaste que estabas enamorada de ese hombre -le recordó Lorimer.
– Pero… pero… -Skye estaba al borde de las lágrimas y la risa-. Yo pretendía estar interesada en Charles porque pensé que tú estabas enamorado de Moira.
– Pues estabas equivocada -Lorimer tomó las manos entre las suyas con calidez-. Estoy enamorado de una chica muy diferente -su voz se hizo más profunda cuando se aproximó-. Estoy enamorado de una chica con sonrisa de sol, una chica con los ojos más azules que yo haya visto. Estoy enamorado de la chica más divertida y más exasperante, la chica más irresistible del mundo.
Los ojos de Skye brillaban por las lágrimas y su sonrisa temblaba en sus labios en una gloriosa e increible felicidad que la recorrió y disolvió hasta los más tenues indicios de desdicha.
– ¿Yo? -susurró y Lorimer sonrió con una sonrisa que debilitó sus rodillas.
– Tú -confirmó suave y la atrajo hacia sus brazos. Fue un beso de indescriptible dulzura que siguió y siguió. Ambos se perdieron en el encantamiento y ninguno de ellos escuchó que alguien subía por la escalera.
– Discúlpeme -Skye y Lorimer se retiraron para ver a la señora Forsythe que los miraba de forma desagradable-. Están bloqueando mi camino -señaló y ambos simplemente la miraron con expresión aturdida.
– ¡Oh, sí! Lo siento… -Skye se movió apresurada para dejarla pasar.
La señora Forsythe se volvió hacia su puerta y los miró dominante.
– Tiene usted un piso perfecto para hacer ese tipo de cosas. No hay necesidad de que estén obstruyendo la escalera -añadió y cerró la puerta con firmeza.
Skye lanzó a Lorimer una mirada jubilosa.
– ¡Has arruinado mi reputación!
– En ese caso, tendré que convertirte en una mujer honesta, aunque ella tiene razón, estaríamos mucho mejor adentro. Te he esperado aquí en el descansillo helado toda la tarde y ¡necesito sentarme!
La sala estaba desordenada con la ropa lavada, revistas y otras prendas aunque Lorimer pareció no notarlo. Se sumió en uno de los sillones y tiró de Skye para acomodarla en su regazo.
– ¿En dónde estábamos cuando fuimos interrumpidos de forma tan ruda?
Skye sonrió, rodeó su cuello con sus brazos y se lo recordó.
– ¿Cuánto tiempo has estado esperando? -murmuró sin aliento contra su oído, unos minutos después.
– Me parece que horas, aunque es probable que no fuera tanto. Estaba sentado en mi oficina sintiéndome como si el mundo hubiera llegado a su fin cuando Fleming llamó. Él me contó que habías ido a verlo para rogarle que no retirara mi inversión y pensó que yo debería saberlo.
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