Adonde quiera que fuera, las imágenes la perseguían. Podía verse en la cocina con su luz alta y sus ventanas con vista a las colinas, en el comedor, en el pasillo. Estuvo parada en la sala durante largo tiempo, mirando hacia la chimenea, imaginándola llameante, las cortinas cerradas para proteger del viento y la lluvia y un perro dormido junto al hogar y a Lorimer relajado en un sillón. Y entonces, en su imaginación, él levantaba la mirada y le sonreía y era Skye misma la que entraba en el salón para ir a sentarse a sus pies y descansar la cabeza sobre su rodilla y sentir cómo sus dedos amorosos le revolvían el cabello.
Podía escuchar las pisadas de Lorimer arriba y se liberó de sus ensoñaciones para subir la escalera. Quería encontrar a Lorimer y forzarse a hablar de forma normal de asuntos cotidianos, pretender que nada había cambiado, aunque al pasar por el dormitorio principal no pudo resistir extender la mano para darle vuelta al picaporte.
Era un cuarto grande que tenía vista al estuario y las colinas del otro lado, vacío, excepto por algunos pedazos de tubo de cobre y unas mantas apiladas contra la pared. Skye imaginaba cómo estaría el cuarto con una cama amplia, lo que sentiría al estar acostada con Lorimer, sabiendo que sólo necesitaba estirarse para tocarlo, para sentir las manos de él posesivas sobre sus curvas y su sonrisa contra su piel.
La imagen era tan vívida que Skye apretó los ojos de forma involuntaria contra el dolor de saber que eso nunca sucedería. Nunca imaginó que el amor pudiera doler tanto y para su horror, se dio cuenta de que sus mejillas estaban húmedas y respiró estremecida. Podía escuchar las pisadas de Lorimer por el corredor exterior. Apresurada se volvió hacia la ventana y limpió las lágrimas de sus mejillas con el dorso de su mano.
– ¿Qué sucede? -preguntó Lorimer con acritud.
– Nada… nada.
Él caminó hasta ella y la sujetó por los hombros.
– ¿Qué quieres decir con nada? ¡Has estado llorando!
– ¡No! -limpió furiosa su rostro-. Sólo estaba pensando.
– ¿En qué?
¿Cómo podía contarle la verdad? Skye se preguntaba qué diría él si le contaba que estaba enamorada de él. No creía poder soportar ver la expresión de horror que surgía en sus ojos, el instintivo rechazo o peor aún, una bondadosa explicación de por qué nunca podría ser. Eso ya lo sabía.
– Yo sólo pensaba… en cómo las cosas no funcionan como uno espera -dijo al fin y para su sorpresa la expresión de Lorimer se endureció.
– Supongo que eso significa que llorabas por Charles Ferrars. Me había olvidado de que él es la razón de que estés aquí pero tú no, ¿verdad? -preguntó rudo Lorimer-. ¿Qué sucede? ¿No ha sucumbido a tus ardides? ¡Tienes que trabajar con más empeño!
Skye se sintió tentada de decirle que no había pensado en Charles durante semanas pero, ¿qué objeto tenía? ¡Que pensara que todavía estaba obsesionada con Charles! Al menos eso le ahorraría el bochorno de que se diera cuenta de que era él el hombre que la perseguía en sueños.
– Gracias por el consejo.
Se miraron uno al otro, impotentes ante el antagonismo que había surgido de nuevo entre los dos. Lorimer hizo intento de caminar hacia ella, antes de cambiar de opinión y darse la vuelta.
– Vámonos -dijo con el tono al que ella estaba acostumbrada.
Skye lo siguió abajo y hasta el coche en silencio. El sol invernal parecía enorme y brillante sobre la colinas al oeste y brillaba sobre loscharcos y el lodo convirtiendo los canales más profundos en oro derretido. El viento había amainado y había una quietud extraña en el aire, como si el ocaso temblara de anticipación ante la desaparición final del sol detrás de las colinas. La temperatura había descendido mucho y Skye podía ver el vaho que formaba su aliento en el aire frío mientras abría la puerta del coche. Con el frío se intensificó el aroma del bosque y de los brezos.
Ella no deseaba entrar al coche y alejarse de esa casa con habitaciones tan acogedoras y sueños tan tentadores, pero Lorimer ya se inclinaba impaciente para abrir la puerta y entró. El tiempo para soñar había terminado.
Skye no olvidaría nunca la noche de la cena de presentación. Fue una de las más largas y más desdichadas de su vida, pero nadie lo habría adivinado por su brillante sonrisa y alegre charla. Se daba cuenta de que iba demasiado exagerada, con un vestido sin tirantes, de un vibrante tono jade. Lorimer siempre pensaría que ella era muy frívola y que estaba fuera de lugar.
Lorimer mismo estuvo de un humor extraño toda la noche como si mantuviera controladas sus emociones por simple fuerza de voluntad. Skye lo miró a hurtadillas y puso en su rostro una brillante sonrisa. Ella brilló durante la cena, aunque por la poca atención que Lorimer le prestaba, bien podía no estar ahí. Dejó que fueran los Buchanan quienes la presentaran a los demás invitados.
Las copas y premios ganados por los miembros del club de golf durante el año fueron entregados después de la cena con cortos discursos. Skye aplaudió con gran entusiasmo cuando Duncan McPherson subió para recibir una enorme copa, pero se sintió aliviada cuando todo terminó y las larga mesas fueron empujadas para hacer espacio para el baile.
El acordeón y el violín tocaron los primeros acordes y fue Duncan, no Lorimer, quien la invitó a bailar. A Skye le encantaba bailar y pudo seguir los pasos con rapidez. Por el rabillo del ojo veía a Lorimer que conducía a Isobel Buchanan por la pista. Él no la miró ni una vez.
Skye sonreía para demostrarle a Lorimer que se divertía como nunca en su vida y que no le importaba que él no la hubiera invitado a bailar. Giró y giró y fue guiada en las rondas por una sucesión de granjeros con manos callosas hasta que el rostro le dolió por el esfuerzo de sonreír.
Cuanto más la ignoraba Lorimer, más vivaz se tornaba. Bailó todos los bailes y, de pronto, se encontró frente a frente con él. De mala gana, Lorimer la tomó de la mano.
– Por todos los cielos, deja de dar saltos y chillar como una sirena -siseó-. No hay necesidad de que todos se enteren de que no tienes ni idea de lo que estás haciendo.
Skye simplemente le sacó la lengua y dirigió una brillante sonrisa a su nueva pareja, cuando Lorimer la soltó. Después de eso, hizo un esfuerzo adicional para dejarle saber cuánto disfrutaba sin él, pero Lorimer no parecía fijarse en ella. Por el contrario, se dedicó a sus compañeras, incluyendo una chica muy bonita que se parecía bastante a Moira y que le resultó odiosa a primera vista. ¿Por qué no podía invitarla a bailar?
Como había bailado tanto, Skye estaba sonrojada y si aliento cuando la orquesta cambió a un tono más lento al final de la noche.
– Da la impresión de que te estás divirtiendo -aprobó Isobel Buchanan-. Es muy agradable verte disfrutar. ¡Creo que has ganado unos cuantos corazones esta noche!
Pero no había ganado el único que le importaba, pensó Skye desdichada.
– Todos han sido tan amables -musitó sonriendo y sin mirar a Lorimer que charlaba con Angus Buchanan.
Fue un alivio quedarse quieta para recuperar el aliento, pero como la orquesta respondió a los ruegos para tocar otra pieza lenta, Angus se volvió a su esposa:
– Querida, creo que es mi baile -le dijo con galantería.
– ¡Qué adorable! -dijo Isobel con una sonrisa y entonces miró a Lorimer a Skye-. Aquí tienes la oportunidad de invitar a Skye, Lorimer. He visto que la has observado toda la noche cuando ni siquiera tenías la oportunidad de acercarte a ella.
Su esposo se la llevó girando y Lorimer y Skye se quedaron tratando de evitar mirarse. Skye deseaba que Lorimer la tomara en sus brazos, pero era obvio que eso era lo último que él deseaba.
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