– No -dijo y se preguntaba cuánto tiempo podría retener las lágrimas de amargura-. Supongo que no.
La mañana siguiente apenas intercambiaron una palabra en el camino de regreso a Edimburgo. Era otro hermoso día con el brillo del hielo sobre el césped y en torno a los árboles. Skye miraba sin ver por la ventanilla y se preguntaba si dejará de dolerle amar a Lorimer. ¿Disminuiría hasta convertirse en un leve dolor con el tiempo o siempre tendría que soportar esa agonía cuando pensara en él? Se sentía lacerada por los recuerdos de ese último beso traicionero. ¿Se daría cuenta Lorimer de cuánto la había lastimado al besarla con tanta ternura? ¿Sabía él qué amarga desilusión había sido darse cuenta de que eso no había significado nada para él, absolutamente nada?
Vanessa miró a Skye cuando llegó a la puerta y, con prudencia, no dijo nada. Skye se sintió agradecida por su comprensión, no creía que pudiera hablar de Lorimer aunque lo deseara. Se sentó frente a la televisión toda la tarde, cegada ante la parpadeante pantalla, sin escuchar ni una palabra, sin hacer nada para no darse la oportunidad de pensar, así que aceptó cuando Vanessa sugirió salir por la noche.
Skye se sentó en el atestado bar con Vanessa y sus amigos e hizo un esfuerzo heroico para parecer alegre. Habló, rió, y cuando su mente se desviaba hacia Lorimer o a la casa que esperaba entre el mar y las colinas, con firmeza apartaba la imagen. Fue un alivio volver a casa a través de las calles oscuras con Vanessa y dejar de sonreír.
Caminaban por la High Street hacia el castillo cuando Skye vio a Lorimer. Estaba parado en la curva haciendo señales a un taxi y Moira estaba junto a él, riendo por algo que él había dicho. Parecía feliz, deslumbrante por el amor.
El corazón de Skye se retorció de dolor y retrocedió hasta un umbral oscuro, aunque no había temor de que Lorimer mirara hacia el camino y la viera. Estaba demasiado ocupado con Moira, extendiendo solícito su mano para ayudarla a entrar en el taxi, sonriendo mientras subía tras ella. El taxi apagó su luz y se alejó.
Su última esperanza de que las palabras amargas de Lorimer y sus furiosos besos nacieran de los celos, murieron en ese oscuro pavimento esa noche. ¿Qué razón tendría de estar celoso cuando tenía a una chica como Moira tan enamorada? No había confusión en su felicidad ni en las sonrisas de Lorimer. Él no parecía ni amargado ni cínico con Moira, y tampoco parecía un hombre que hubiera esquivado el matrimonio. Parecía un hombre dispuesto a decir que el matrimonio era exactamente lo que deseaba.
– ¿Quieres hablar de eso? -preguntó Vanessa quedo.
– No. No… puedo, todavía no.
Desde lo profundo surgió un vestigio de orgullo. Lorimer no la amaba, nunca la amaría. Tendría que aceptarlo y seguir trabajando con él hasta Navidad, con tanta dignidad como pudiera. Eso significaba que no permitiría que Lorimer adivinara ni por un momento, todo lo que había llegado a significar para ella.
El lunes, Lorimer y ella se mostraron muy corteses uno con el otro. No mencionaron el fin de semana, era como si no hubiera sucedido, pensó Skye al empezar a mecanografiar las cartas en borrador que Lorimer le había entregado esa mañana. Debió pasarse toda la tarde anterior escribiéndolas.
Mecanografiaba una carta para el abogado, acerca de la compra propuesta de la tierra de Duncan McPherson, cuando la puerta se abrió y entró Moira Lindsay. Vestía una falta recta y un chaleco de cuello redondo color gris, que le quedaba a la perfección a lo tonos sutiles de la bufanda de seda.
Skye la reconoció de inmediato. Era la bufanda que Lorimer había guardado en su coche. Era obvio que el momento adecuado había sido la noche anterior.
Moira le sonrió a Skye, que notó el brillo de felicidad que la otra chica llevaba consigo. Ella también parecería feliz si Lorimer le hubiera dado un regalo escogido con tanto cuidado, la hubiera sonreído con afecto, la hubiera llevado a su casa y le hubiera demostrado cuánto la amaba.
– Hola, Skye -Skye apenas podía soportar lo amistoso del tono de voz de Moira-. Le dije a Lorimer que vendría esta mañana. ¿Está libre?
– Yo siempre estoy libre para ti, Moira, lo sabes -Lorimer apareció en el umbral de la puerta de su oficina. Su mirada se posó en Skye que miraba la pantalla de su procesador de palabras, incapaz de observar la felicidad en su rostro cuando saludó a Moira-. Entra, Moira… Skye ¿podrías traenos café, por favor?
– Por supuesto -Skye estaba orgullosa de su voz fría. Empujó su silla y buscó la bandeja que siempre usaba ahora para llevar el café hasta arriba desde la cocina. Cuando se levantó, pudo escuchar cuando Lorimer guiaba a Moira a su oficina.
– Supongo que es mejor que hagamos nuestros sentimientos personales a un lado y hablemos del futuro.
Moira rió, con la risa feliz de una mujer que sabía que era amada.
– No creo que vayan a cambiar tantas cosas. Yo seguiré trabajando para ti… hasta que pensemos en tener hijos, por supuesto.
La puerta se cerró tras ellos. Skye bajó a la cocina y sirvió el café. Sólo había una interpretación a lo que había escuchado. Lorimer y Moira iban a casarse. ¿Por qué más diría Lorimer que debían dejar a un lado los sentimientos personales para discutir de negocios? Iba a casarse con Moira y llevarla a vivir a la rectoría junto al mar y ella sería la madre de sus hijos de cabello oscuro y ojos azules.
Skye se controló por fuerza de voluntad, aunque sabía que al más ligero toque se rompería en miles de pedazos. Se forzó a subir y a entrar en la oficina donde Lorimer y Moira reían. Colocó la bandeja sobre el escritorio, puso una taza cerca de Moira y otra junto a Lorimer. Parecía que ninguno de ellos la había visto.
Skye se sentó en su escritorio y miró sus manos temblorosas. Si Lorimer la veía así no le sería difícil ver la verdad a través de su débil fachada. Tenía que convencerlo de que los besos que habían compartido, la noche que pasó en sus brazos, la fácil amistad que encontraron al caminar por la playa… todo eso significaba lo mismo para ella que para él.
Se sintió presa de un terrible aturdimiento. Sabía que debía trabajar, hacer algo, cualquier cosa, para quitar de su mente la imagen de Lorimer y Moira juntos, pero sólo miraba desdichada la pantalla. El teléfono que sonó repentinamente la hizo volver a la realidad. Inhaló profundo varias veces y descolgó el auricular.
Era Charles. Y la invitó a salir a cenar la noche siguiente. Él era la última persona que Skye deseaba ver e iba a ofrecerle una excusa cuando escuchó un estallido de risas detrás de la puerta cerrada. ¿Qué mejor forma de convencer a Lorimer de que ella no iba a sentarse a llorar por él?
– Gracias, Charles -dijo con firmeza-. Mañana me parece bien.
LORIMER fruncía el entrecejo al leer las cartas que ella había mecanografiado la tarde siguiente, cuando Charles entró en la oficina para recogerla. Se puso sombrío mientras miraba de Charles a Skye, que había tenido un cuidado especial con su apariencia ese día.
– ¿Vas a salir?
– Ya son las cinco y media -señaló Skye con dulzura. Ella había hecho una gran demostración al saludar a Charles, contenta de que Lorimer estuviera ahí para anotar que no tenía ojos para nadie más.
Estaba furiosa consigo misma por enamorarse de Lorimer. ¿Por qué había permitido que sucediera? Él no la había alentado, al contrario, había dejado muy claro que las chicas como ella no le interesaban… ¡Y se había comprometido con Moira! Eso hizo que Skye se sintiera todavía más enfadada. ¿Por qué se molestó en contarle todo sobre la separación de sus padres? Cuando pensaba en lo compasiva que se sintió, lo comprensiva, se sentía arder de humillación. Lorimer no necesitaba ni su compasión ni su comprensión. Tenía a Moira para que lo consolara de su pasado infortunio. Skye estaba convencida de que él debió imaginar cómo se sentía ella. ¿Eran sus sentimientos tan obvios? ¿Todavía lo eran?
Читать дальше