¡Bueno, pues no tardaría en comprender que ella no tenía ninguna intención de admitir un no por respuesta!
Cuando mucho más tarde volvió Mal, Copper se encontraba sentada en la veranda, delante de la puerta de la cocina, contemplando la vista del arroyo. Megan estaba sentada a su lado, en camisón, charlando con ella acerca sobre la granja. Tenía una expresión radiante de alegría, y su melena rizada, antes sucia y llena de polvo, estaba limpia y brillante.
– ¡Aquí llega papá! -se interrumpió de pronto, señalando a Mal.
Copper tuvo que tragarse el nudo que sentía en la garganta. Agradecida de que la luz ya estuviera desapareciendo, observó a Mal acercándose hacia ellas en medio de una nube de polvo. Sus movimientos eran ágiles, fluidos, y reflejaban tal gracia y seguridad que la joven no podía evitar experimentar una extraña aprensión al verlo.
– ¡Papá, papá, tengo una sorpresa para ti!
Copper se obligó a no fijarse en la sonrisa que Mal le lanzó a su hija mientras la levantaba en brazos.
– Te has bañado -comentó mientras Megan se abrazaba a su cuello.
– Ha sido Copper quien me ha bañado, y me ha cantado una canción muy bonita.
– ¿De verdad?
Todavía con la niña en brazos, Mal miró a Copper, que seguía sentada en la mecedora. Advirtió que se había duchado y cambiado de ropa; en aquel momento llevaba una camisa sin mangas y unos pantalones ajustados. Aún tenía húmedo el cabello, de color castaño brillante. Levantando la barbilla en un inconsciente gesto de desafío, Copper le sostuvo la mirada.
– Supongo que no te habrá molestado, ¿verdad?
– Claro que no.
Había un extraño tono en su voz, pero antes de que Copper pudiera especular sobre su significado. Megan le preguntó a su padre, riendo:
– ¿Ya puedo enseñarte la sorpresa?
– Yo creía que la sorpresa consistía en que estuvieras bañada y preparada para acostarte… -se burló, pero la niña negó solemnemente con la cabeza.
– No, es una sorpresa de verdad.
Mal arqueó las cejas y se volvió para mirar a Copper con gesto inquisitivo, pero la joven se limitó a sonreír con expresión inocente. Ella se estaba reservando su propia sorpresa para más tarde.
Megan arrastró a su padre hasta la cocina. A través del mosquitero, Copper alcanzó a escuchar el diálogo de las dos voces, una alta y excitada, la otra baja y profunda, tranquila, y sonrió mientras seguía contemplando la puesta de sol. Había sido un día muy duro y se encontraba muy cansada.
Media hora después reapareció Mal, llevando dos botellas de cerveza. Le ofreció una a Copper y se sentó en otra mecedora, a su lado.
– ¿Dónde está Megan? -le preguntó.
– En la cama.
– Y Brett?
– Duchándose.
Mal también se había duchado. Tenía el pelo húmedo y Copper pudo oler el aroma a jabón que despedía su piel cuando se inclinó hacia adelante. Apoyando los codos en las rodillas, mientras daba vueltas a la botella de cerveza entre las manos.
Copper se dedicó a observarlas inconscientemente, como si estuviera hipnotizada. Siempre le habían encantado las manos de Mal. Eran fuertes, bronceadas, de dedos largos, sensibles, que habían trazado lentos dibujos sobre su piel… se habían cerrado en torno a sus senos y deslizado a lo largo de sus muslos, poseyéndola con una seguridad y una pasión que la habían hecho susurrar su nombre entre gemidos…
Desviando la mirada. Copper bebió un trago de cerveza y se obligó a enterrar aquellos recuerdos. No iba a pensar ni en sus manos, ni en su boca, ni en nada suyo. Iba a pensar únicamente en los negocios.
Para entonces ya había oscurecido, y la única luz existente procedía de la bombilla azul que colgaba del alero de la veranda, para atraer a los insectos. Copper la miraba en silencio, mientras intentaba pensar en la forma más adecuada de introducir en la conversación el tema de su nueva propuesta. Al final, fue Mal quien habló primero.
– Has estado muy ocupada. Ha debido de llevarte mucho tiempo limpiar la cocina.
– Megan me ayudó -repuso ella, encogiéndose de hombros. En realidad. Megan había sido más un estorbo que una ayuda, pero la niña se había sentido tan encantada con la sorpresa que le iba a dar a su padre, que Copper no había tenido corazón para decepcionarla.
Mal seguía dando vueltas a su botella de cerveza entre los dedos.
– No quiero que pienses que no lo aprecio, pero una cocina limpia no basta para hacer que cambie de idea.
– No tenía intención de pedírtelo -repuso Copper.
– ¡No esperarás que me crea que has hecho todo eso por pura bondad! ¡Tienes que querer algo a cambio! -la miró con ojos entrecerrados.
– Así es -asintió Copper-. Quiero que me des trabajo. Mal dejó bruscamente de jugar con la botella de cerveza y se irguió sorprendido.
– ¿Qué tipo de trabajo?
– Necesitas un ama de llaves, ¿verdad? Te estoy sugiriendo que me encargues ese trabajo hasta que llegue la chica de la agencia.
– ¿Qué sabes tú de ese trabajo? -le preguntó, mirándola con sospecha.
– ¿Qué es lo que hay que saber? -Inquirió ella a su vez-. No necesitas tener una calificación muy especial para limpiar una casa… ¿o es que solamente admites a chicas con estudios universitarios en limpieza con aspiradora y fregado de vajillas?
– Quizá debí haber empezado por preguntarte por qué de repente has decidido ejercer de ama de llaves -comentó Mal, ignorando su sarcástico comentario-. Hace muy poco te mostraste muy ofendida cuando te lo insinué.
– Yo no quiero ser un ama de llaves, pero sí deseo quedarme en Birraminda. Y si eso significa pasar unos pocos días trabajando tan duro como acabo de hacerlo esta tarde, entonces estoy dispuesta a hacerlo.
– Y a cambio yo tendré que consentir que tu padre y tú me impongáis ese descabellado plan vuestro, ¿verdad? -Mal dejó la botella de cerveza en el suelo y sacudió la cabeza-. No puedo negar que necesito un ama de llaves, pero no con tanta desesperación como para comprometer a Birraminda en una empresa que puede causarle más daño que beneficio. Aunque fuese un éxito colosal, los beneficios económicos probablemente no serían tan altos como para que mereciera la pena.
Copper suspiró profundamente. Aquél no era el momento más adecuado para demostrarle a Mal que tenía una idea equivocada acerca de su proyecto.
– No te estoy pidiendo que apruebes nuestro plan. Al menos, todavía no. Lo único que te pido es que esperes algún tiempo hasta escuchar la propuesta, antes de que me marche. Estoy segura de que si te expongo nuestros planes, seré capaz de convencerte de que pueden ser tan beneficiosos para ti como para nosotros, pero prefiero esperar a que me dediques toda tu atención. Mientras tanto, trabajaré para ti como ama de llaves -lo miró expectante, deseando poder leer la expresión de su rostro-. Es una buena oferta -le aseguró-. Una hora de tu tiempo a cambio de cuidarte la casa gratis.
– ¿Quieres decir que no esperarás a cambio ninguna retribución? -le preguntó Mal arqueando las cejas incrédulo.
– Todo lo que te pido es la oportunidad de conocer un poco más Birraminda. Todavía hay un montón de detalles prácticos que tenemos que arreglar, y necesito ver los lugares que mi padre escogió.
Siguió un momento de silencio. Mal volvió a tomar su botella de cerveza, con la mirada fija en la bombilla azul.
– Esta disposición a quedarte no tendrá nada que ver con mi hermano, supongo.
– ¿Con Brett? -Copper lo miró asombrada-. ¿Qué podría tener que ver con él?
– Puede llegar a ser muy encantador -repuso Mal, encogiéndose de hombros.
– Me doy cuenta de ello, pero si crees que iba a estar dispuesta a pasar varios días cocinando y limpiando sólo por estar cerca de él… ¡entonces es que estás completamente loco!
Читать дальше