– Será la esposa ideal de Brett. También tenías razón en eso, Copper…
– ¿Georgia y Brett se van a casar? -preguntó deleitada.
– Se comprometieron después de que tú te fueras. De hecho, creo tu partida les hizo tomar conciencia de cómo se sentirían si uno de los dos se marchaba…
– ¡Sabía que Brett estaba enamorado, pero no me había dado cuenta de lo que Georgia sentía por él! -Copper abrazó a Mal mientras continuaban paseando.
– Desde luego, Georgia es la única chica que Brett se ha tomado en serio, y creo que les irá muy bien. Ahora mi hermano es más firme, más responsable. He estado tan desesperado buscándote que ha tenido que asumir una gran cantidad de trabajo en la granja, y eso le ha sentado maravillosamente bien. Sólo están esperando a que vuelvas para casarse.
– Entonces, ¿ya no estás celoso de Brett? -le preguntó Copper, bromista.
– Ahora no -respondió Mal, sonriendo arrepentido-. Aunque sí que lo estaba. Pero no tan celoso como lo estuve de Glyn. Sentía verdadero terror de que decidieras volver con él -se tensó por un momento antes de confesarle-: La última noche te dije cosas imperdonables, Copper. Jamás en mi vida me he sentido tan asustado como cuando descubría que Megan y tú os habíais perdido, pero todavía seguía furioso por la discusión que habíamos tenido y me desahogué contigo. Al día siguiente me sentí tan mal que volví a salir con el ganado, con tal de no quedarme en casa. Quería decirte que lo sentía, que no había tenido intención de decirte todo aquello, pero cuando regresé y Georgia me contó que te habías marchado… -se interrumpió por un momento, como si aquel recuerdo lo torturara de una manera insoportable-. Fue el peor momento de mi vida. Georgia estaba llorando, lo mismo que Megan, y Brett no hacía más que decirme lo condenadamente estúpido que había sido… pero lo único que se me ocurrió fue que, después de todo, habías decidido volver a probar suerte con Glyn… Al principio me sentí tan furioso y desesperado que me negué a ir a buscarte. Los últimos diez días fueron un verdadero infierno; no hacía más que imaginarte con Glyn… Pero esta mañana ya no pude soportarlo más. Tomé el primer avión y fui directamente a casa de tus padres… Dan me echó en cara haberte hecho tan desgraciada, pero cuando le dije que no le veía sentido a la vida mientras no pudiera convencerte de que volvieras conmigo… ¡se apiadó de mí y me prestó las llaves de su coche!
– ¿Mal? -Copper lo apartó ligeramente de sí para poder mirarlo a los ojos-. ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?
– Ahora que lo dices… -sonrió-… creo que no.
– Pues te quiero -dijo ella, y le dio un beso largo, cálido, inefablemente dulce que anunciaba la promesa de los años por venir.
Poco después se quitaron los zapatos y caminaron descalzos por la playa. El contacto de la arena tibia y cálida bajo sus plantas le recordó a Copper la playa de Turquía por la que habían caminado juntos siete años atrás, de la mano.
– ¿Tendremos que casamos otra vez ahora que ya hemos roto los contratos? -le preguntó a Mal en un murmullo.
– No necesitamos otra boda, pero creo que sí podríamos pasar otra luna de miel, ¿no te parece? ¿Por qué no le damos la buena nueva a tus padre y después salimos para el hotel de las colinas? Podríamos celebrar una verdadera luna de miel ahora que ya no necesitamos fingir más. ¿Qué te parece?
– ¡Me parece maravilloso! -exclamó Copper mientras volvían hacia el coche.
Tres días después, la avioneta sobrevoló el arroyo y aterrizó en Birraminda.
– Bienvenida a casa -declaró Mal, besando tiernamente a Copper.
Brett y Georgia los estaban esperando en la pista, conteniendo a duras penas a la impaciente Megan, ansiosa por salir corriendo hacia ellos antes de que terminara de detenerse la hélice del aparato.
– ¡Copper, Copper! -la llamó mientras se lanzaba a sus brazos-. ¡Has vuelto a casa!
Copper le dio un tierno abrazo, y por encima de la cabeza de la pequeña su mirada se encontró con la de Mal.
– Sí -repuso-. Ya he vuelto a casa.
***