– Consolándonos el uno al otro por tu ausencia -respondió ella.
– Bueno… -señaló Brett-… pensaba que era mí deber reconfortar a Copper.
– A mí no me parece que tenga mucha necesidad de que la reconforten -replicó Mal-. Si hubiera sabido que iba a pasar esto, habría vuelto solo.
– ¿Qué quieres decir? -inquirió ella, asombrada-. Has venido solo.
– No. Te he traído un ama de llaves.
– ¿Que me has traído qué?
– Un ama de llaves -repitió Mal, y luego se volvió hacia la veranda-. Aquí está.
Mientras hablaba, una chica preciosa y esbelta, de cabello color miel y brillantes ojos azules, entró en la cocina y sonrió a Brett y a Copper… que la miraban estupefactos, con la boca abierta.
– Os presento a Georgia -dijo Mal.
Copper apenas pudo esperar a que Mal cerrara la puerta del dormitorio para lanzarse sobre él.
– ¿Cómo te atreves a traer a esa chica sin consultarme antes? Creía que te habías marchado a Brisbane por un asunto de negocios.
– Y así fue.
– Y simplemente te encontraste a una chica bonita y se te ocurrió traértela a casa. ¿Es eso?
– Ya te lo expliqué al presentarte a Georgia -repuso impaciente-. Tenía que ver a nuestro contable, que es un viejo amigo mío. Y como me había comentado que la hija de un amigo suyo estaba buscando trabajo en el interior, me preguntó si conocía a alguien que pudiera emplearla.
– ¡Y tú dijiste que sí!
– No, fuiste tú. Tú eras la única que se quejaba de todo el trabajo que tenías que hacer. Me pareció bien contratar a una chica para que te ayudara… ¡aunque sólo fuera para evitar que siguieras acusándome de esclavizarte! Y Georgia es una chica del interior. Creo que nos será muy útil.
– Oh, sí, es ideal -exclamó Copper, celosa.
Durante la cena, Georgia les había contado que su padre había poseído una granja muy similar a la de Birraminda, así que había pasado la mayor parte de su vida en el interior. Una vez que él se jubiló, Georgia se marchó a la ciudad para encontrar trabajo, pero no había sido muy feliz y había saltado literalmente de alegría ante aquella oportunidad de regresar a su tierra natal. Era una chica amable y muy competente, a juzgar por la forma en que había salvado la desastrosa cena que Copper había preparado. De hecho, Copper no había podido evitar sentirse acomplejada al compararse con ella. Georgia sabía montar bien a caballo, lacear un becerro y pilotar un avión…, y era cinco años más joven que Copper.
– Qué pena que no visitaras a tu contable antes de que yo apareciera por aquí -añadió resentida mientras empezaba a desnudarse.
Mal también estaba desvistiéndose, y ambos estaban demasiado furiosos para darse cuenta de ello.
– Vamos a ver, ¿cuál es el problema? -le preguntó él-. Dijiste que tenías demasiado trabajo que hacer y yo he encontrado a alguien para que te ayude. ¡Imaginaba que me estarías agradecida!
– Te recuerdo que tenemos un teléfono -le espetó Copper mientras se quitaba los vaqueros-. ¡Podrías haberme preguntado antes si quería ayuda!
Mal juró entre dientes al tiempo que se despojaba de la camisa.
– ¡Nunca imaginé que podrías llegar a comportante de una manera tan irracional!
– Simplemente, me habría gustado que me consultaras -repuso ella, obstinada-. Se supone que soy tu esposa.
– ¡Sólo cuando tú te sientes como tal!
– ¿Sólo cuando yo me siento como tal? -Repitió Copper, incrédula-. ¡Tú eres el único que me trata como si fuera un ama de llaves… y no muy satisfactoria, además!
– Si eso fuera verdad… no me habría complicado tanto la vida para conseguir simplemente un ama de llaves, ¿no te parece?
– No lo sé -Copper se quitó la camiseta y se apartó el cabello de los ojos-. Mis funciones como esposa son bien escasas, ¿verdad? Ni siquiera soy una esposa en la cama.
– ¿Y de quién es la culpa? -exclamó Mal-. En cierta ocasión me dejaste muy claro que sólo me querías por una sola noche. Yo me comprometí a que no te tocaría a no ser que tú me lo pidieses, y ciertamente no lo has hecho.
– Una esposa de verdad no le hace esas peticiones a su marido -repuso Copper, desabrochándose el sostén y tomando su camisón-. ¿Por qué no podemos comportamos normalmente?
– De acuerdo -desnudo como estaba, Mal rodeó la cama y le quitó el camisón de las manos-. Vamos a acostarnos.
– ¿Qué?
– Que vamos a acostarnos -repitió-. Quieres que seamos una pareja normal. Las parejas normales se acuestan.
– No seas ridículo -replicó Copper, tensa, e intentó arrebatarle el camisón.
– ¡Ah, no! -exclamó Mal acercándola hacia sí y arrastrándola consigo a la cama.
El contacto de su cuerpo desnudo la dejó sin habla por un momento, pero cuando se disponía a apartarse Mal se colocó encima de ella y le sujetó los brazos.
– Tú eres la única que quiere ser normal -le recordó-. Así que vamos a empezar.
La sensación de su piel contra la suya resultaba indescriptiblemente excitante, y los intentos que hizo Copper por liberarse sólo consiguieron aumentar su deseo. Mal debió de haber sentido su reacción, porque le soltó los brazos y, tomándole una mano, se la llevó a los labios.
– Un marido normal se disculparía con un beso -murmuró, depositando un cálido beso en su palma-. Siento no haberte consultado antes lo de contratar a una nueva ama de llaves -continuó mientras la besaba delicadamente la parte interior del brazo, hasta llegar al hombro-. Lo siento mucho -y dejó de hablar para besarla apasionadamente en los labios.
Copper se había olvidado de su intención primera de resistir. Se había olvidado de la furia, de los celos, de la terrible tensión que había soportado durante las últimas semanas. Nada importaba en ese momento salvo aquel fuego que le corría por las venas, consumiéndola de deseo. Se abrazó a Mal y entreabrió los labios entregándose a la seductora exploración de su lengua, mientras se estiraba voluptuosamente bajo su cuerpo.
– Ahora es tu turno -susurró Mal, sonriendo contra su piel.
Era tan maravilloso poder tocarlo otra vez, poder acariciar sus poderosos músculos… Rápidamente se colocó sobre él, excitada por su propio poder sobre aquel cuerpo fuerte, bronceado, que yacía a su merced.
– Siento haber sido tan gruñona y desagradecida-dijo Copper con tono obediente mientras empezaba a besarlo.
– ¿Cuánto lo sientes? -inquirió Mal.
– Ya te lo demostraré -repuso ella con una sonrisa.
Protegiéndose del resplandor del sol con una mano, Copper contempló el patio. Sí, allí estaban el padre y la hija, charlando animados mientras caminaban. No podía distinguir la expresión de Mal, que inclinaba la cabeza para escuchar atentamente a Megan, pero de repente vio que alzaba la mirada como si hubiera intuido su presencia, y le sonreía. Copper estaba demasiado lejos para poder escuchar lo que decían, pero debían de estar hablando de ella, porque Mal le dijo algo y la niña la señaló con alegría y se lanzó corriendo a su encuentro.
Mal la siguió, sin dejar de sonreír, y a Copper le dio un vuelco el corazón cuando abrazó a la pequeña, emocionada.
Los últimos días habían sido maravillosos. La terrible tensión anterior de su relación con Mal había desaparecido, como fulminada por la pasión que habían compartido la noche en que llegó Georgia. A partir de entonces, Mal se había mostrado tan contenido y callado como siempre, pero algo en su interior se había relajado, aunque rara vez tocaba a Copper delante de los demás. Sin embargo, cuando se retiraban por las noches a su habitación y cerraban la puerta, su silenciosa reserva se evaporaba y le hacía el amor con una ternura y una pasión que la dejaban exultante, vibrante de alegría.
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