Jessica Hart - Momentos del Pasado

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Momentos del Pasado: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando, después de algunos años, Matthew Standish volvió a la vida de Copper traía una propuesta de matrimonio muy poco romántica bajo el brazo. Según el, la situación requería soluciones prácticas: Matthew necesitaba una madre para su hija de corta edad y un ama de llaves para Birraminda. La solución parecía fácil, sencilla, lógica… sobre todo teniendo en cuenta que Matthew estaba seguro de que la pequeña Copper no podía haber olvidado los momentos que compartieron en el pasado.
Y Copper no había olvidado, pero no era la misma joven a la que había conocido siete años atrás. De hecho, tenía una propuesta de negocios muy pragmática que hacerle…

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Mal y ella habían sido felices antes, y podrían volver a serlo otra vez. No tenía sentido seguir aferrándose a su orgullo si con ello sólo conseguía deprimirse. Esa misma noche hablaría con Mal y le confesaría que lo amaba. Tal vez la rechazara, pero ese gesto al menos sería sincero. Copper no soportaba la perspectiva de pasarse tres años fingiendo que su negocio la importaba más que el propio Mal.

En todo caso, tenía que hacer algo. No podía continuar así, dejando que estúpidos equívocos se enredaran de continuo convirtiéndose en amargas discusiones, El deseo que cada uno sentía por el otro era demasiado intenso para que desapareciera simplemente en cuestión de días. Si pudieran pasar otra noche juntos, todo volvería a la normalidad.

Impaciente por regresar y confesarle exactamente cómo se sentía, Copper se levantó, desperezándose.

– Vámonos, Megan. Vámonos a casa.

Tardó un rato en convencer a Megan de que abandonara la casita de piedras que había construido, pero al fin subió al coche. Ensimismada como estaba pensando en Mal y en lo que le diría, al principio no se dio cuenta de que el motor no arrancaba. Cuando tomó conciencia de ello, frunció el ceño e hizo girar de nuevo la llave del encendido. Nada sucedió.

Copper lo intentó otra vez…, y otra… Su exasperación se tomó en furia, y luego en temor. Esforzándose por controlar su miedo, salió del coche para echar un vistazo al motor. No tenía ni idea acerca de cómo funcionaba, y no sabía por dónde empezar a mirar. El metal estaba ardiendo, y el reflejo del sol la cegaba.

– ¡Qué calor! -se quejó.

Mordiéndose el labio, abrió la puerta trasera del coche para decirle a Megan:

– Anda, ve a jugar un rato a la sombra -le sugirió, antes de volver a ocuparse del motor.

No le parecía que hubiera nada roto. Revisó el agua y el aceite, más por hacer algo que por otra cosa, y luego intentó encender de nuevo el motor. No funcionó, por supuesto. Copper se enjugó el sudor de la frente con el dorso del brazo mientras se decía que no había ninguna necesidad de preocuparse. Cuando volviera con el ganado, Mal se daría cuenta de que se habían perdido y comenzaría a buscarlas de inmediato.

«Pero no sabrá por dónde buscar», le susurró una voz interior, provocándole un escalofrío. No, Mal las encontraría. Todo lo que tenía que hacer era resistir y cuidar bien de Megan.

¡Megan! Copper salió del coche, apresurada ¿Dónde estaba Megan? A su alrededor no había más que rocas, árboles y un opresivo silencio, pero ni rastro de ella.

– ¿Megan? -la llamó, consternada-. ¿Megan?

De inmediato, el paisaje había adquirido una cualidad de pesadilla. Tenía la sensación de encontrarse en otra dimensión, donde nada tenía sentido. Megan se encontraba jugando tranquilamente a su lado hacía apenas un minuto. ¿A dónde podría haber ido?

Copper se obligó a tranquilizarse, controlando su respiración. Lo último que debía hacer era dejarse llevar por el pánico. Empezó a llamar a Megan, dando vueltas en círculos concéntricos alrededor del coche, alejándose cada vez más… cuando de repente un grito, bruscamente interrumpido, le heló la sangre en las venas. Copper empezó a rezar para sus adentros mientras buscaba desesperadamente algún rastro de la niña, abriéndose paso entre los árboles…, hasta que salió un claro y la vio por fin, tumbada inmóvil, demasiado inmóvil, bajo una saliente rocoso.

– ¡Megan! -frenética, Copper cayó de rodillas a su lado; era como si de repente el mundo se hubiera tornado sombrío, negro…-. Por favor, por favor, no… Por favor, no…

Podía escuchar una voz que murmuraba incoherencias, y tardó algún tiempo en darse cuenta de que era la suya. Y en poder salir de la oscuridad que la abrumaba para tomarle el pulso a Megan… un leve latido que le indicaba que la niña estaba inconsciente, pero viva-. ¡Oh, gracias a Dios!

Las lágrimas le corrían por el rostro mientras Megan empezaba a reaccionar, gimiendo.

– ¡Me duele mucho el pie!

La primera reacción de Copper fue de alivio, al darse cuenta de que sólo se había herido en un pie. La examinó con mucho cuidado. Tenía el tobillo muy hinchado, pero no sabía si estaba roto o si simplemente era un esguince.

– ¿Qué ha pasado, Megan? -le preguntó.

– Te oí llamarme, y quería esconderme en las rocas, pero me caí -explicó, empezando a llorar-. La cabeza también me duele -sollozó.

Copper pensó que debía de haberse golpeado en la cabeza cuando cayó. Al levantar la mirada a la enorme roca bajo la que se encontraban, se quedó helada. Estaba medio suelta, y muy bien podría haberse caído encima de la pequeña.

– Tranquilízate -consoló a la niña mientras la levantaba en brazos, sosteniéndole el tobillo.

¿Por qué nunca se le había ocurrido hacer un curso de primeros auxilios? Aparentemente. Megan no parecía tener más que un tobillo hinchado, ¿pero quién podía asegurar que el daño que había sufrido al golpearse en la cabeza no era grave?

– Sshh -musitó, acunándola con dulzura entre sus brazos. Sospechaba que estaba más asustada que otra cosa por la caída, pero quizá estuviera equivocada.

Copper nunca en toda su vida se había sentido más inútil. Fingiendo saber lo que estaba haciendo, se arrancó un jirón de la camisa para improvisar un vendaje y atarlo en torno al tobillo de Megan, pero el más ligero contacto la hacía gritar de dolor.

– ¡Quiero irme a casa! -sollozaba.

Sólo entonces Copper se acordó del coche.

– Todavía no podemos irnos a casa, corazón -pronunció con dificultad-. Pero te llevaré al coche y te daré un poco de agua.

– No quiero agua. ¡Quiero volver a casa!

– Lo sé, lo sé -Copper dejó a Megan en el suelo, cerca del coche, y se arrancó otro jirón de la camisa para enjugarle el sudor de la frente. Al menos había llevado agua consigo. Era la cosa más sensata que había hecho en todo el día.

Durante todo el tiempo, estuvo hablando alegremente con Megan, de manera que la niña no alcanzó a percibir su preocupación, pero por dentro intentaba desesperadamente calcular el tiempo que tardaría Mal en descubrir que se habían perdido, y en organizar su rescate. Se había llevado el ganado a pastar a unos prados lejanos. ¿Y si no volvía a casa hasta que cayera la noche, y se le hacía entonces demasiado tarde para salir a buscarlas? No quería pensar en lo que significaría pasar una noche entera en aquel lugar con Megan aterrorizada, herida, provista tan sólo de una botella de agua.

Durante lo que le pareció una eternidad, Copper se quedó sentada a la sombra, acunando a Megan en su regazo y contándole cuentos para distraerla, hasta que al fin consiguió que se durmiera, exhausta. Después de eso, ya no tuvo nada más que hacer salvo esperar. A cada segundo, el silencio que la envolvía se tornaba más opresivo. Copper podía sentirlo vibrando en el aire, aplastándola, ensordeciéndola, hasta que creyó confundir su ruido con el de un avión…

Dejando suavemente a la niña en el suelo, salió de la roca bajo la que se encontraba. Sí, era la avioneta, volando baja sobre los árboles, pero todavía algo alejada de allí. El primer impulso de Copper fue gritar, hasta que se dio cuenta de que con ello sólo conseguiría despertar innecesariamente a Megan, así que se apresuró a entrar en el coche para hacer señales con las luces.

Con una insoportable lentitud, la avioneta viró y se dirigió hacia ella, volando lo suficientemente bajo como para que Copper distinguiera a Georgia haciéndole señas desde la cabina mientras hablaba por radio. Desesperadamente, señaló la capa levantado del coche para indicarle que se había averiado. Georgia asintió con la cabeza y levantó el pulgar para darle ánimos. Luego volvió a virar y se dirigió hacia la casa.

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