Copper frunció los labios; evidentemente aquella era una táctica de flirteo por parte de Brett. Lanzó una subrepticia mirada a Mal. Los estaba observando con una adusta expresión y parecía tenso y sombrío comparado con la radiante alegría que demostraba Brett. Copper pensó en lo extraño que resultaba que el hermano menos guapo resultara, por el contrario, mucho más atractivo e intrigante.
– Creo que deberías ir a echar un vistazo a los jackaroos -le comentó Mal a su hermano, esbozando una mueca de disgusto.
– Estarán bien -repuso Brett, haciendo un gesto despreocupado-. Creo que es más importante que me quede aquí para darle la bienvenida a nuestra nueva ama de llaves.
– ¿Cómo? -inquirió Copper, sorprendida -¿Es que estáis esperando a alguien más hoy?
Un corto y tenso silencio siguió a sus palabras. Los dos hermanos se volvieron para mirarla.
– Te estábamos esperando a ti, claro está -explicó Mal, sombrío.
Copper miró a uno y a otro, intuyendo que debía de haberse producido un malentendido.
– Entonces, ¿quién es la nueva ama de llaves que va a venir?
– Tú eres la nueva ama de llaves -declaró Brett.
– ¿Yo? -preguntó, incrédula.
– ¿Quieres decir que no has venido para sustituir a Kim? -inquirió a su vez Mal, frunciendo el ceño.
– ¡Pues claro que no! -Exclamó indignada Copper-. ¿Acaso parezco yo un ama de llaves?
– ¿Por qué crees que me sorprendí tanto al ver cómo ibas vestida? -Le espetó Mal, pellizcándose el puente de la nariz-. La agencia de Brisbane me dijo que hacía cerca de una semana que habían enviado a una nueva chica, por eso supuse que serías tú.
– Bueno, eso explica también por qué pensaste que debí haber venido en autobús.
– Pero eso no explica el motivo de tu presencia aquí, ¿verdad? -había un ominoso matiz en las palabras de Mal, y Copper se irguió, a la defensiva.
– Creí que habrías recibido la carta de mi padre.
– ¿Qué carta? -preguntó Mal, impaciente.
– La carta que te escribió hace un par de semanas, diciéndote que acababa de sufrir un ataque de corazón y que yo vendría a verte en su lugar -Copper lo miró expectante pero evidentemente Mal no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo-. ¿Te suena el nombre de Dan Copley? ¿Viajes Copley? -Añadió apresurada, esperando a que hiciera memoria-. Estuvo aquí hace unos dos o tres meses. Vino a hablar contigo acerca de la posibilidad de utilizar Birraminda como base para nuestros nuevos proyectos de turismo rural.
– ¡Oh, sí! -un brillo de reconocimiento apareció en sus ojos-, ya recuerdo. ¿Pero, qué tiene que ver eso con tu presencia aquí?
– He venido a negociar un trato contigo, por supuesto-declaró Copper, sorprendida.
– ¿Un trato? -Mal se apoyó en la mesa, inclinándose hacia adelante-. ¿Qué trato? -Inquirió; no levantó la voz, pero algo en su expresión alarmó de inmediato a la joven-. ¡Yo nunca firmé ningún trato!
– Lo sé -respondió Copper-. Pero te mostraste de acuerdo con que papá volviera cuando tuviera un plan de viabilidad económica. Dijiste que estarías dispuesto a discutir los términos en caso de que él te convenciera de que el proyecto tenía visos de funcionar.
Para el inmenso alivio de Copper, Mal suavizó su expresión.
– Puede que dijera algo parecido -admitió-. Pero no puedo decir que me gustase su plan. ¡La sola idea me pone enfermo!
– No es una idea tan mala -replicó Copper-. De hecho, es extremadamente buena. A mucha gente le gustaría experimentar el estilo de vida del interior. No desean quedarse sentados en los autobuses o en las habitaciones de sus hoteles, pero tampoco quieren pasar por las con la radiante alegría que demostraba Brett. Copper pensó en lo extraño que resultaba que el hermano menos guapo resultara, por el contrario, mucho más atractivo e intrigante comodidades de pernoctar en una pequeña tienda de campaña. Nosotros podemos ofrecerles tiendas más grandes y cómodas con literas, sanitarios, una buena cocina y guías especializados, expertos, ornitólogos, gente así…
– A mí me suena bien -intervino Brett-. ¡Sobre todo si están dispuestos a pagar un montón de dinero por el privilegio de reventarse los tímpanos a base de escuchar miles de cacatúas!
– Bueno, el dinero es ciertamente algo de lo que tenemos que hablar -pronunció con cuidado Copper.
– Ahora mismo no vamos a hablar de nada -declaró Mal con tono rotundo-. Siento que tu padre se haya puesto enfermo pero, francamente, no podías haber elegido un momento peor. Si hubiera sabido que venías, te habría dicho que no te tomaras la molestia.
– Pero mi padre te escribió -protestó ella-. Por eso pensaba que me estabas esperando. ¡Tuviste que recibir la carta!
– Puede que sí -se encogió de hombros, indiferente-Últimamente hay mucho que hacer por aquí, y las cosas han estado tan mal desde que Kim se marchó, que cualquier papel que no fuera absolutamente urgente ha tenido que esperar…
Copper lo miraba resentida. Puede que aquello no fuera urgente para él, pero si se hubiera molestado en leer la carta… ¡ella se habría ahorrado tres días de viaje en coche desde Adelaida!
– Pues ahora ya estoy aquí -señaló-. ¿No podrías escuchar al menos nuestras propuestas?
– No -respondió Mal, terco-. Tengo demasiadas cosas que hacer en este momento, sobre todo cuando tú no vas a trabajar para nosotros de ama de llaves. Eso es lo que necesito, un ama de llaves, y no un descabellado plan que promete problemas desde el principio hasta el final. Un ama de llaves que pueda cuidar de la casa, o a mi hija -después de recoger su sombrero, se levantó-. Pero lo que sí tengo son ochenta mil cabezas de ganado, y mil de ellas se encuentran ahora mismo ahí afuera, a decenas de kilómetros de aquí, así que tendrás que disculparnos -señaló la puerta con un movimiento de cabeza-. Y este «nosotros» te incluye a ti, Brett. Todavía tenemos trabajo que hacer.
Cubierto ya con el sombrero, miró a Copper. La joven mantenía levantada la barbilla con gesto de desafío y sus ojos verdes ardían de indignación. Todavía estaba hirviendo de rabia por la manera en que había despreciado su ansiado proyecto. ¡El futuro de la empresa de su padre estaba en juego y todo lo que se le ocurría decir a Mal era que aquello era un plan descabellado!
– Puedes quedarte aquí esta noche, por supuesto -añadió él-. Pero te aseguro que no vamos a hablar de negocios.
A espaldas de Mal, Brett le lanzó a Copper una sonrisa de simpatía.
– Estoy seguro de que encontrarás alguna otra cosa que hacer -le comentó de manera significativa, al tiempo que le hacía un guiño.
– Vamos, Brett -le espetó su hermano-. Ya hemos perdido bastante tiempo.
Copper observó cómo se marchaban tranquilamente. ¡Todos aquellos años soñando con Mal y en encontrarse de nuevo con él, para que le dijera que aquel encuentro le había significado una pérdida de tiempo!
En cierta forma se alegraba de que se hubiera mostrado tan arisco. Eso hacía que le resultara mucho más fácil ignorar la manera en que se le había acelerado el corazón al verlo, la forma traicionera que había tenido su cuerpo de reaccionar ante una fugaz sonrisa suya. Ahora verdaderamente podía dejar atrás el pasado.
Estrechó los ojos al recordar cómo se había negado Mal a escuchar sus propuestas. Había llegado allí con un montón de ideas, y si Mal pensaba que se iba a marchar tranquilamente a su casa al día siguiente… ¡estaba muy equivocado!
La preocupación por el futuro de Viajes Copley casi había conseguido matar a su padre, y la perspectiva de recuperar su fortuna invirtiendo en un proyecto semejante era lo único que lo había motivado para seguir resistiendo. Aquella empresa había dado sentido a la vida de Dan Copley, y los viajes selectos de turismo rural habían constituido su más anhelado sueño. Mientras estuvo en el hospital, Copper había seguido adelante con el proyecto, trabajando día y noche para llegar a la etapa en que podrían mantener una nueva entrevista con Matthew Standish. ¡Y Mal se había negado a escucharla sólo porque no tenía a nadie que le lavara la ropa!
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