Jessica Hart - Un Trato Justo

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Aunque Polly Armstrong y Simon Taverner se conocían desde la infancia, nunca se habían llevado bien. Ella había crecido pensando que él era un esnob y a él nunca le había gustado la desorganizada vida que ella llevaba. Por eso, no era de extrañar que cuando Polly se quedó sin trabajo y Simon le ofreció ayuda, ella la rechazara. Sin embargo, poco después, Simon le propuso un trato que sí fue de su agrado: él la ayudaría económicamente si ella accedía a ser su prometida durante unos días.
Vivir con Simon no resultó ser la pesadilla que ella había imaginado. Incluso parecía haber cierta química entre ellos… De hecho, lo único que podía impedir que aquel compromiso fuera permanente era la verdadera prometida de Simon, ¡si es que ésta era la verdadera!

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– Pero, ¿qué vas a hacer con él después? -protestó ella-. Si estás pensando en dárselo a Helena, es mejor que elijas él que creas que le va a gustar a ella. Nuestros gustos podrían ser completamente diferentes.

Probablemente, así sería, pensó Polly con cierta tristeza. La maravillosa y hermosa Helena, con su piel perfecta y su esbelta figura no iba a tener el mismo gusto que la desaliñada Polly.

Mientras tanto, Simon se preguntaba si se podría encontrar un regalo con menos tacto para Helena que un anillo de diamantes usado. Brevemente se imaginó la escena. Llegaría a casa de Helena, le explicaría que seguía sin quererse casar con ella, pero que le daba un anillo de compromiso que se había puesto otra mujer como compensación.

– No, no creo que se lo dé a Helena -dijo él con sequedad-. Helena se merece un anillo mucho más especial que ninguno de éstos -añadió, antes de que Polly pudiera empezar a preguntarse por qué no había querido comprarle un anillo a la mujer de la que él te había dicho estar enamorado-. Además, no le daría uno que te has puesto tú. Es mejor que te lo quedes.

– ¡No lo quiero! -exclamó Helena, algo ofendida por la implicación de que lo que era bueno para ella no lo era para Helena-. Me aterraría ponerme un anillo tan caro. Me pasaría la vida preocupándome por si lo perdía.

– Me parece que, si lo llevas en el dedo, deberías saber dónde lo tienes -se burló él.

– Sí, pero no lo tendría en el dedo, ¿no te parece? No podría ponerme un anillo de compromiso a menos que estuviera comprometida de verdad. ¿Qué le diría a mi madre o a Emily si me preguntaran por él?

– De acuerdo -replicó él con fastidio-. Me lo quedaré yo.

Aquella mañana había sido de lo más agotadora. La idea que él tenía de ir de compras era ir metódicamente por todos los pasillos del supermercado y hacerlo lo más eficazmente posible. La de ella, era recorrerse sin rumbo todo el mercado, escogiendo los alimentos más variopintos, cambiando de opinión cada cinco minutos sobre las cantidades que necesitaba y decidir por fin que lo que realmente quería era lo que habían visto dos pasillos antes.

En el mercado había sido mucho peor. Polly había insistido en comprar las verduras y la fruta allí. Una vez allí, habían ido de puesto en puesto, mientras Polly admiraba los quesos, admiraba los barreños llenos de aceitunas, inspeccionaba las berenjenas y los tomates, los espárragos y los melones con un aire pensativo sin comprar nunca nada. Cuando hubieron terminado con todos los puestos del mercado, ella decidió que el mejor era el primero, aunque sólo por el hecho de que el dependiente tenía la mejor sonrisa.

Cuando terminaron, Simon estaba al borde de un ataque de nervios. Prácticamente había empujado a Polly al coche y, tras guardarlo todo, todavía quedaba la tarea de comprar el anillo.

– ¿No puedes darte un poco más de prisa, Polly? -preguntó él secamente-. No quiero pasarme todo el día aquí.

– Hmm -meditaba Polly, hasta que él le ofreció un anillo de rubíes.

– Toma, pruébate éste. Te hace juego con los ojos.

– ¡Ja, ja! -exclamó ella, haciendo como si se riera-. ¿No me digas que tengo tal mal aspecto como esta mañana?

¿Por qué Polly podía siempre metérselo en un bolsillo cuando estaba a punto de explotar por los aires y lo desarmaba simplemente con una sonrisa? Muy a su pesar, Simon cedió de nuevo.

– ¡Tienes mejor aspecto que esta mañana! -replicó él.

Polly volvió a concentrarse en los anillos, avergonzada de notar que la alegría que había visto en los ojos de él le había hecho un nudo en la garganta. ¿Qué le pasaba? Sólo era Simon, riéndose.

– ¿Qué tal tu resaca? -preguntó él.

– Un poco mejor -respondió ella, concentrándose en elegir un anillo de diamantes y en respirar. Por fin, escogió uno al azar y se lo probó en el dedo-. Es un poco grande.

– ¿Y éste? -sugirió Simon, ofreciéndole un espectacular zafiro cuadrado-. Éste sí que te va con los ojos -añadió, algo aturdido, como si aquel pensamiento le hubiera sorprendido.

Polly entrelazó su mirada con la de él. Quería apartar los ojos, decir algo casual, pero no podía. Durante los momentos en que estuvieron mirándose, algo pareció ocurrir entre ellos, imposible de definir, desconocido, algo perturbador.

Confundida ya que no pudo explicar qué había sido, Polly pudo por fin apartar la mirada y concentrarse en lo que se suponía que debían estar hablando.

– Yo… yo creo que un diamante sería más apropiado.

Simon le agradeció que ella pudiera romper aquel vínculo y miró la bandeja, como si estuviera inspeccionando los anillos mientras trataba de olvidar la profundidad de los ojos de Polly. Al final, lo consiguió, centrando su atención en una alianza de zafiros y diamantes.

– Lo que nos gusta a los dos -sugirió, y, sin darse tiempo para preguntarse si era una idea o no, la tomó de la mano y se lo puso en el dedo-. ¿Qué te parece?

Todo lo que Polly podía pensar era que él la tenía de la mano y que el contacto de la piel de él con la suya le hacía temblar, por lo que tuvo que obligarse a mirar el anillo.

– Es precioso -dijo ella, atreviéndose de nuevo a mirarlo a él.

Él la contemplaba con una expresión inescrutable. El habitual gesto de burla le había desaparecido de los ojos, así que ella no supo cómo reaccionar. Cuando apartó la mirada, algo hizo que volviera a mirarlo y se encontró haciéndolo como si no hubiera visto aquellos ojos en su vida.

Eran los mismos de siempre, grises y penetrantes, pero de alguna manera resultaban desconcertantes. Polly notó de nuevo el contraste que había entre ellos y las oscuras pestañas y la textura de su piel y sintió que el corazón estaba a punto de saltársele del pecho. Quería apartar los ojos, como había hecho antes, pero no podía. Estaba prisionera, atrapada por aquella extraña expresión de sus ojos. Todo lo que podía hacer era mirarlos y echarse a temblar como si estuviera al borde de un abismo y no se atreviera a mirar abajo.

– Es una pena que nuestras madres no puedan vernos ahora, ¿verdad? -dijo Simon, rompiendo aquella tensión eléctrica que se había formado entre ellos.

– Se alegrarían mucho, ¿verdad? -respondió Polly, con una risita nerviosa-. Tu madre se iría corriendo a comprarse un sombrero y la mía se podría a llamar al cura antes de que pudiéramos darnos cuenta.

– En ese caso, es una suerte que no estén aquí.

– Sí, es verdad -dijo ella, con un tono de voz menos entusiasta de lo que hubiera deseado.

– ¿De verdad te gusta este anillo, Polly? -preguntó él, apretándole la mano, como si pareciera que verdaderamente le importaba su opinión.

– Sí.

– En ese caso, es tuyo durante las dos próximas semanas.

Sólo durante dos semanas. Polly contempló el anillo mientras Simon acordaba la venta con el joyero. Tenía una ridícula sensación de tristeza. ¿Cómo se sentiría si aquella situación fuera cierta y no porque era conveniente simular que estaban enamorados? ¿Cómo sería si de verdad estuvieran comprometidos y quisieran estar juntos para siempre?

No había razón alguna para preguntárselo ya que no era probable que Simon se enamorara de ella. Ella era demasiado desordenada, él demasiado preciso. Ella era demasiado descuidada, él demasiado organizado. Se volverían locos mutuamente.

Polly contempló a Simon mientras firmaba el recibo por el anillo. Ni siquiera había podido soportarla mientras iban de compras. Toda la mañana había sentido que él la comparaba mentalmente con Helena, la que planeaba los menús y escribía listas de compra y se merecía un anillo especial.

Debería ser Helena la que estuviera allí y no ella.

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