Muy enojado, Simon lo había ordenado todo para ir a descubrir que la cocina había sufrido el mismo proceso de transformación. Ella estaba sentada a la mesa con el pelo revuelto, rodeada de bolsas de té usadas, migas de pan y tazas a medio beber. Aquello le hizo recordar a Helena con nostalgia. Helena era tan ordenada, tan tranquila en comparación con Polly.
Tras retirar el cartón de leche y tiras las bolsitas de té a la basura, Simon se sentó al lado de Polly y suspiró.
– ¿Has preparado ya la lista? -preguntó, mientras ella levantaba la cabeza de entre las manos.
– ¿Para qué?
– Tenemos que ir a hacer la compra.
– No tenemos por qué hacer una lista -replicó Polly-. Necesitamos de todo, así que es mejor que esperemos a ver lo que hay en el mercado. Además, yo no creo en las listas. Hay algo de… de represión en ellas.
– Me parece que la palabra que deberías utilizar es eficaz -le espetó Simon, sabiendo que Helena ya hubiera preparado el menú para una semana y una lista con los ingredientes-. Eres consciente de que durante las dos próximas semanas tendrás que alimentar a cuatro personas, ¿verdad?
– Se supone que esto son unas vacaciones, no una campaña militar -protestó Polly-. No veo por qué no puedes relajarte y tomar las cosas como vengan.
– Si te organizas un poco, se tiene más tiempo para disfrutar.
– ¡Ja! Te apuesto algo a que tú y Helena no podéis disfrutar de nada hasta que lo hayáis añadido a vuestra lista de cosas que hacer… ¿Cómo sería…? ¡Despertarse, respirar, divertirse, irse a la cama…!
– Te recuerdo que estás cobrando por estas dos semanas, Polly. Espero que estés planeando hacer algo para ganarte todo ese dinero.
– ¡Estoy simulando estar enamorada de ti! -exclamó ella, antes de volver a tomarse la cabeza entre las manos-. ¿Qué más quieres?
– Accediste a actuar como una perfecta anfitriona. Eso significa que tienes que asegurarte de que las camas están hechas, la casa está ordenada y de que hay algo para comer cuando sea la hora de la comida.
– Eso es ser una esclava, no una anfitriona -protestó Polly-. Para esto, me podría haber quedado trabajando con Martine Sterne. ¡Al menos a ella no tenía que besarla!
– De acuerdo -replicó Simon, mordiéndose la lengua. Sabía que no había forma de hablar con Polly citando estaba de aquel humor-. Yo haré la lista. Ve a arreglarte.
– Ya estoy arreglada.
– ¿No crees que sería una buena idea que te pusieras algo de ropa para ir al pueblo?
– Es un vestido playero -explicó ella, lenta y claramente como si estuviera hablando con un niño. A continuación, se puso de pie para que él pudiera admirarla de los pies a la cabeza. El vestido era muy corto, con tirantes y bastante ajustado-. Es la última moda.
– No me parece que eso sea adecuado.
– Se supone que tiene que ser corto -reiteró ella, haciendo un gesto de impaciencia con los ojos-. De eso se trata. Así puedo enseñar bien mis piernas. -añadió ella, contemplándoselas con placer-. Son lo mejor que tengo, así que tengo que aprovechar.
– ¿Lo mejor que tienes? ¡Qué tontería! -exclamó Simon mientras se ponía a escribir la lista.
– ¡Eso no es cierto! ¡Todo el mundo me dice que tengo unas piernas estupendas!
– Puede ser. Pero lo que yo estoy diciendo es que no son lo mejor que tienes -respondió él, sin dejar de escribir.
– ¿De verdad? ¡No sabía que fueras tan experto! ¿Qué es, en tu experta opinión, lo mejor que tengo? Y no te atrevas a decir que mi personalidad, porque eso es lo que me dice siempre mi madre.
– ¡Créeme Polly! ¡Lo último que se me ocurriría decir de ti esta mañana es que lo mejor de ti es tu personalidad! -exclamó él, levantando la vista.
– Entonces, ¿qué buscas tú en una mujer? Por ejemplo, ¿qué es lo que encuentras más atractivo de Helena?
– Su personalidad -respondió él, mientras añadía mermelada a la lista.
– Me refiero físicamente.
– Su pelo… sus ojos. Tiene una piel preciosa y una figura envidiable. Es una mujer muy hermosa, pero no podría decir qué parte de ella me gusta más. Lo que importa en el atractivo es que todo encaje perfectamente, ¿no?
– Yo no estoy tan segura -replicó ella, sentándose encima de la mesa mientras estiraba las piernas para admirarlas-. Si estuvieras preparándome una cita con uno de tus amigos y quisieras hacerme sonar muy atractiva, te apuesto que lo primero que mencionarías serían mis piernas.
– No.
– Entonces, ¿qué?
Simon intentó concentrarse en la lista, pero con Polly sentada en la mesa, le estaba resultando muy difícil. Tenía que admitir que eran unas piernas estupendas. Escribía fruta , queso y café , deseando que se le ocurriera una respuesta. Había muchas cosas de Polly que le resultaban atractivas: su aroma, la rotundidad de sus senos, la base de la garganta, cosas que él nunca había notado antes.
– ¿Y bien?-insistió ella.
– Tienes una preciosa sonrisa -dijo él por fin.
– ¿Una preciosa sonrisa? -repitió Polly, sintiéndose algo desilusionada. Aquello era lo que la gente decía cuando no se le ocurría nada más interesante que decir-. Todo el mundo tiene una preciosa sonrisa.
Simon la miró. En aquel momento ella no estaba sonriendo, de hecho, parecía enfadada, pero Simon podía recordar su sonrisa con claridad, con el movimiento de la boca, el gesto de los ojos y la curva de las pestañas.
– No todo el mundo tiene una sonrisa como la tuya -dijo él, como si le hubieran obligado.
Entonces, se produjo un incómodo momento de silencio. Polly sintió que se sonrojaba. Una preciosa sonrisa. No era muy original, pero el hecho de que Simon lo hubiera notado le daba un carácter muy íntimo. Se había sentido en el paraíso cuando Philippe le dijo que era muy bonita, pero no le había causado la desazón de las palabras de Simon.
– Bueno, me alegro de que te guste -replicó ella, intentando sonar despreocupada, como si no se hubiese sonrojado-. Creo que yo me quedaré con las piernas. Y ya sabes lo que se dice. ¡Si se tiene, muéstralo!
– Pues hoy pareces haberte tomado muy en serio ese consejo.
– Nunca se sabe -replicó ella, sintiendo que le volvía la confianza al notar la ironía en la voz de él, mientras se bajaba de la mesa-. Si vamos a Marsillac, podría encontrarme con Philippe y quiero tener el mejor aspecto del mundo por si eso ocurriera.
– No estás realmente enamorada de él, ¿verdad?
– Me encantaría. Es mi hombre ideal. ¡Ponlo en la lista de las cosas que hay que comprar, junto con algo para mi resaca! -exclamó ella, inclinándose sobre el hombro de él.
La larga melena rubia le cayó por los hombros, acariciando la mejilla de él. Simon se vio envuelto por el aroma del pelo de Polly y el calor que le emanaba de la piel.
– Si estás preparada -dijo él, levantándose abruptamente de la silla-, es mejor que nos vayamos.
CUÁL te gusta más? -preguntó Simon, mientras se inclinaba a inspeccionar la bandeja de anillos que el joyero les había puesto solícitamente en el mostrador.
– No sé -dijo Polly, algo aturdida por la gran variedad de anillos-. ¿No deberíamos simplemente comprar el más barato?
– Vas a tener que llevarlo durante las dos próximas semanas, así que es mejor que elijas el que más te guste.
Polly dudó. ¡Eran todos tan bonitos… y tan caros!
– ¿Estás seguro de que es absolutamente necesario? Me parece un derroche tener que comprar un anillo sólo para quince días.
– Mira, Polly, ya te he explicado todo esto -respondió Simon, con impaciencia-. El punto culminante en lo que se refiere a Julien será cuando anunciemos nuestro compromiso. Y unos cuantos diamantes en el dedo resultarán de lo más convincente.
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