– Estoy segura de que Alex estará bien -empezó Shea
– ¿Y si no lo está? -insistió Niall-. ¿Y si de verdad tiene hambre?
– ¿Por qué no te pasas a verlo? -apoyó Norah a su nieto.
Shea miró la sopera y después a su suegra.
– Supongo que debería acercarme con la sopa-. Quizá Niall podría venir conmigo.
Niall miró a su abuela.
– Creo que será mejor que me quede con la abuela. Acaba de salir del hospital. De todas formas, no tardarás mucho, mamá.
– No, supongo que no.
Shea metió la sopa en un tarro. Por un momento, tuvo la sospecha de que su hijo y su suegra tenían algún tipo de conspiración, pero rechazó la idea decidiendo que se estaba volviendo paranoica.
Durante el corto camino, Shea no pudo fijar sus pensamientos en nada. Hubiera querido planear lo que iba a decirle a Alex, pero no podía concentrarse. Sólo la asaltaban imágenes del pasado, de la primera vez que se habían besado, de cómo le había hecho el amor en aquella playa.
Sintió un nudo en la garganta. ¡Cómo lo había amado! Y todavía lo amaba.
Cuando entró por los portones de hierro de la mansión, vio unas luces en el piso de abajo mientras conducía despacio. Apagó el motor y se quedó sentada allí durante largos momentos, indecisa ahora de si debía haber ido.
Él le había pedido que se casara con él y una parte de ella quería aceptar su proposición en los términos que fuera.
Aquella idea en concreto la turbaba tanto, que salió y llamó al timbre antes de saber lo que estaba haciendo.
El sonido se oyó dentro de la casa, pero nadie abrió la puerta. Volvió a llamar con el mismo resultado.
¿Y si hubiera habido algún tipo de complicación y hubieran decidido dejarlo en el hospital? ¿Y si…?
Shea intentó calmarse. Si Alex estuviera en el hospital, no podría haber luces en la casa.
Alcanzó el pomo y lo giró. Abrió despacio la puerta y le llamó. No obtuvo respuesta.
¿Y si estuviera bajo algún tipo de shock? Shea entró sin dejar de llamarle y miró en la cocina y en el estudio. Vio una luz en el patio y notó que las puertas de cristal estaban abiertas.
Alex estaba de pie en el extremo del patio embaldosado de espaldas a ella mirando hacia la bahía.
– ¿Alex?
Ante el sonido de su voz, él giró la cabeza.
– He llamado al timbre, pero no debes de haberme oído.
Alex tenía la cara en sombras, así que ella no pudo ver su expresión, pero se fijó en su familiar silueta recortada contra la luz del jardín.
Entonces él dio un paso adelante hacia la luz y Shea vio que sólo llevaba unos vaqueros y el torso desnudo.
– He venido a… -tragó saliva-. Te he traído un poco de sopa de Norah. Pensamos que podrías tener problemas para cocinar. Quiero decir, con tu brazo y…
– Me he arreglado con algunas sobras, pero gracias.
– De nada.
El aire nocturno se hizo más denso mientras se miraban paralizados.
Shea apartó la vista de él.
– Supongo que entonces será mejor que me vaya. Norah y Niall estarán preguntándose por qué tardo tanto. Bueno, adiós, entonces.
Se dio la vuelta despacio y caminó hacia la puerta.
– Shea.
Se detuvo, pero no pudo darse la vuelta para mirarlo.
– Gracias. Por traerme la sopa. Y por venir.
El tono de decepción, casi de derrota, la conmovió y las lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas.
– Lo digo en serio, Shea.
Se acercó a ella por detrás y Shea sintió su aliento en el pelo.
– Sé que debe haber sido difícil para ti venir. No es que me haya portado muy bien contigo estas dos últimas semanas y…
– La verdad es que no he venido sólo a traer la sopa.
Las palabras le habían salido antes de pensarlas y hasta dudó haber sido ella la que las había pronunciado.
– He venido porque…
Tragó saliva y se secó una lágrima con el dorso de la mano.
– ¿Por qué?
– Porque… estaba preocupada por ti.
Shea dio dos pasos adelante, pero entonces se dio la vuelta para mirarlo. Alex seguía estando demasiado cerca de ella y, de repente, no sabía qué hacer con las manos Se moría por acercarse él, pero apretó las manos.
Alex se había acercado a la puerta y estaba apoyado con calma, o eso parecía, contra el marco.
Casi fascinada, los ojos de Shea se deslizaron hasta el vendaje del brazo, después por su piel morena hasta su pecho desnudo y aún más abajo. Tragó saliva de forma compulsiva al notar que el botón de la cintura estaba desabrochado y que los vaqueros le colgaban de las caderas. No deseaba nada más que agacharse para besar la suave piel de su estómago plano. Y los latidos de su corazón se aceleraron como ya era costumbre.
– No podía creer que me hubieras abandonado -se escuchó a sí misma decir con voz quebrada.
Las palabras contenían todo el dolor contenido de tantos años atrás y Alex se puso pálido y apretó el marco de la puerta hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
– A mí casi me mató hacerlo -dijo con tono denso-. Sinceramente creía que estaba haciendo lo más adecuado. Lo más noble. Darte tiempo para que crecieras y ampliar mi educación para poder alcanzar una posición mejor que ofrecerte -tragó saliva y Shea vio moverse los músculos de su cuello bajo la piel-. Quería…
Sacudió la cabeza y le cayó un mechón por la frente.
– Ahora que lo veo desde la distancia, apenas puedo creer en mi arrogancia de entonces. Estaba tan seguro de lo que sentías por mí, que nunca se me ocurrió que podrías encontrar a otro. Creí que en un año o dos volvería y lo tomaríamos donde lo habíamos dejado. Nunca se me pasó por la imaginación que pudieras estar embarazada. Y lo que menos deseaba en el mundo era hacerte daño, Shea.
– Yo no podía y todavía no puedo entender por qué no discutiste conmigo tus planes para irte con Joe Rosten. Cuando me lo soltaste como un hecho consumado, creo que me produjo un shock.
– Al principio pensaba llevarte conmigo, pero mi padre y Joe dijeron que eso no sería justo para ti. Eso lo entendí y no es una excusa. Pensé que era pedirte que dejaras tu vida y tus aspiraciones para vivir la mía.
– Lo habría hecho, Alex.
– Ya lo sé, pero no creía tener derecho a pedírtelo -suspiró-. Ahora desearía con toda mi alma haberlo hecho.
Ninguno de los dos habló y el aire entre ellos se enrareció con el peso de la emoción.
– ¿Podrás perdonarme alguna vez? -preguntó por fin él.
– Hace once años juré que nunca lo haría -dijo Shea con suavidad-, pero hoy, cuando Niall me dijo que estabas en la ambulancia, comprendí, bueno… comprendí lo a punto que había estado de haberte dejado marchar sin haberte dicho lo que sentía. Otra vez. Entonces…
Shea tiró del dobladillo de su camiseta.
– Tenías razón, Alex. Dejé que la cólera contra ti por irte y mi culpabilidad por haber utilizado a Jamie fermentaran dentro de mí durante todos estos años. Cuando volviste a aparecer como caído del cielo, no pude superar el hecho de que con sólo verte volví a enamorarme de ti. Otra vez.
Entonces dio un paso vacilante hacia él.
– Te quiero, Alex -dijo simplemente-. Siempre te he querido. Desde el momento en que te vi por primera vez a los doce años.
– Shea.
El nombre le salió con una ternura infinita y extendió los brazos despacio hacia ella. La atrajo contra sí con suavidad y ella se derritió contra él mientras le oía suspirar.
– Yo también te quería. Más que a mi vida -la miró a los ojos-. Y eso tampoco ha cambiado. Sigo amándote.
Alex deslizó entonces las manos por sus brazos hacia arriba y enterró los dedos en su pelo, le mantuvo la cabeza ladeada y empezó a besarla con ternura en las cejas, los ojos, la nariz y después en los labios.
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