Lynsey Stevens - Volver a tus Brazos

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Shea había quedado devastada cuando su amor de juventud la había abandonado para seguir su carrera. Alex Finlay había sido toda su vida, ¿Cómo podía culparla de haberse refugiado en su primo en busca de consuelo?
Durante diez años, el pensamiento de que Shea se había casado con otro había acosado a Alex. Ahora volvía, rico y con éxito, para reunirse con la viuda. Nada parecía interponerse entre ellos excepto el secreto de Shea: Alex era el verdadero padre de su hijo.
Cuando descubrió la verdad, Alex quiso formar una familia con Shea. Sólo había una cosa que se lo impedía: no podía dejar de pensar en ella como la mujer de su primo.

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Shea se levantó.

– Yo sabía cómo estaban las cosas con Alex, Norah. La verdad pura y dura era que Alex no quería que yo fuera con él. Y yo no tenía intención de utilizar el hecho de estar embarazada para obligarle a hacer algo que no quería.

– Pero… -Norah suspiró y sacudió la cabeza-. Yo sabía que pasaba algo desde el mismo momento en que Jamie me dijo que os casabais. Tú nunca tuviste ojos para nadie que no fuera Alex. No sé cuántas veces quise preguntarte, pero siempre me eché atrás.

– Yo estaba tan trastornada entonces que dudo que hubiera confiado en ti, Norah -dijo Shea con la voz rota.

– Yo sentía que algo no iba bien contigo, pero veía a Jamie tan feliz… No quise estropeárselo. Al fin y al cabo, era mi hijo y por mucho que quisiera a Alex… -se encogió de hombros-. Y me he sentido tan culpable durante todos estos años. Sentía que había puesto la felicidad de Jamie por encima de la de Alex. En realidad, eso fue lo que hice, ¿verdad, Shea?

Shea se sentó de nuevo y apretó la mano de Norah.

– Es compresible. No deberías avergonzarte de eso. Jamie era una persona maravillosa.

– Y también lo es Alex. Por eso es por lo que quería que le contaras lo de Niall. ¿Lo has hecho? -preguntó con ansiedad.

Shea asintió de forma casi imperceptible.

– Alex lo sabe.

Norah exhaló con alivio el aliento que había estado conteniendo.

– ¿Y a Niall?

– No, no podría… no podría soportarlo ahora mismo, Norah.

Shea tragó el nudo que tenía en la garganta e intentó recobrar la calma.

– Pero no deberíamos estar hablando de eso ahora, Norah. No quiero que te preocupes más de lo que ya has estado. Ahora tienes que concentrarte en ponerte bien.

– Oh, estoy bien. Mejor de lo que me merezco después de haber tenido en vilo al doctor Robbins. Pero no puedo evitar preocuparme por ti, Shea. Ya sabes que no podría quererte más si fueras mi hija y quiero verte feliz.

– Ya sé que sí, Norah. Y yo también te quiero -le aseguró Shea-. Soy feliz. Te tengo a ti, a Niall y mi negocio. El resto podremos solucionarlo más adelante.

– ¿Pero qué pasará contigo y con Alex? -Norah se detuvo ante el fruncimiento de su nuera-. Shea, no utilices el pasado contra él. En su momento, Alex debió pensar que estaba haciendo lo mejor para ti.

Shea contuvo una respuesta cáustica. Según ella, Alex había hecho lo mejor para él mismo.

– Y tenemos que pensar en Niall -dijo Norah con suavidad-. Nadie podría haber sido mejor padre que Jamie -empezó mientras Shea asentía-. Pero la verdad es que hemos excluido a Alex de la vida de Niall.

Alex acababa de acusarla de lo mismo.

– Alex se excluyó a sí mismo con su ausencia todos estos años, ¿no crees? -comentó con sequedad.

– Sintiendo lo que sentía por ti, ¿le ves sinceramente volviendo aquí sabiendo que eras la mujer de Jamie? -preguntó con suavidad antes de suspirar con cansancio y reclinarse de nuevo contra las almohadas.

Y las dos estaban ensimismadas en sus propios pensamientos cuando aparecieron Alex y Niall unos minutos más tarde con el jarrón y las flores.

Se quedaron con Norah un rato más antes de irse asegurándole que volverían a la tarde siguiente. Niall saltaba excitado entre los dos mientras se acercaban al aparcamiento.

Shea hizo el viaje en silencio agradecida de que Niall llevara todo el peso de la conversación y, en cuanto entraron en el sendero de grava, salió apresurada del coche y se dio la vuelta para ayudar a su hijo.

– ¿Quieres tomar un café, Alex? -le invitó Niall.

– Alex probablemente estará cansado -atajó ella con rapidez-. Querrá irse a casa.

– Un café me sentaría de maravilla -replicó Alex con la misma rapidez.

En silencio, Shea preparó el café, sin intentar entrar en la conversación entre Niall y su padre.

Niall apuró su chocolate con leche en un tiempo récord y lanzó un bostezo teatral.

– Estoy muy cansado, así que será mejor que me vaya a la cama. Quiero estar descansado para el partido de mañana.

Niall rodeó la mesa y la besó en la mejilla.

– Buenas noches, mamá. Hasta mañana. ¿Alex? No te olvides del partido, ¿vale?

Alex le aseguró que no se olvidaría y, con una sonrisa, el niño los dejó solos.

Una densa tensión creció entre ellos con la salida de Niall y Shea se levantó para recoger las tazas vacías.

– Yo también estoy un poco cansada -dijo sin mirar a Alex-. Ha sido un día muy intenso. Creo que también me acostaré pronto.

– Yo necesito una respuesta, Shea -dijo él con suavidad.

A Shea se le aceleró el corazón.

– No puedo casarme contigo, Alex. Eso debes comprenderlo.

Capítulo 12

– NO, NO LO entiendo -se había puesto de pie y había dado la vuelta a la mesa-. Siempre hemos estado hechos el uno para el otro. Eso debes entenderlo -la imitó con ironía.

– Estoy cansada de repetirte que me gusta mi vida tal y como está, Alex.

– Y yo sólo puedo repetir que qué pasa con la vida de Niall.

– No hay nada de malo en la forma en que estoy criando a mi hijo. Es feliz y está sano. Eso es lo único que me interesa.

– Necesita un padre. ¿Por qué no yo?

– Y yo también podría decir que por qué tú. ¡Dios bendito! No te he visto en once años. Y aparte de eso, hay montones de hombres encantadores por aquí si hubiera sentido que Niall necesitara un padre desde la muerte de Jamie.

– ¿Como ese tipo de la inmobiliaria?

– No pienso hablar de eso contigo, Alex. Ese asunto está cerrado por lo que a mí respecta.

– ¿Cerrado? -soltó una suave carcajada burlona-. Nunca estará cerrado, Shea. No esta noche. Ni mañana por la noche tampoco. Abrimos la puerta el día en que nos conocimos.

Se acercó entonces a ella y Shea captó el aroma de su cuerpo, el olor almizcleño de su loción de afeitar, y otro aroma, solamente suyo. Y era tan familiar para ella como el suyo propio. Los recuerdos de ello, el olor, el sabor, la sensación de él, empezaron a tejer una telaraña de deseo alrededor de ella.

– Los años intermedios no significan nada -continuó él en voz muy baja-. Y tú lo sabes tan bien como yo.

– Alex, por favor -agitó la mano inconscientemente para apartarlo y tragó saliva con la boca repentinamente seca-. ¿Debemos discutirlo ahora? Estoy cansada y…

Él le tomó con delicadeza la mano y, muy despacio, se llevó los dedos hasta la boca deslizando la lengua por turno entre ellos. Y el cuerpo de Shea se agitó en una oleada de deseo. Cómo desearía…

Y entonces, sus labios rozaron los de ella con besos suaves como plumas, debilitando el férreo control que ella se decía a sí misma que poseía. Alex apartó la boca ligeramente de ella.

Luego, atrajo su cuerpo hacia adelante hasta que se apoyó contra el suyo y, sólo entonces, sus labios reclamaron los de ella, su lengua acariciándola íntimamente. Shea sintió como si las entrañas se le derritieran y una pequeña parte de ella gritaba para que todo aquello se detuviera en ese instante, antes de que fuera incapaz por completo de hacerlo.

Un gemido ronco escapó de su garganta y empujó con desesperación contra el torso de él. Alex le permitió que se alejara, pero no la soltó, la parte baja de su cuerpo, todavía amoldada contra la de ella.

– Deja que me vaya, Alex. No quiero hacer esto.

Su cara se sonrojó de nuevo y el ligero arqueo de los labios de él le indicó que no la creía.

– Ya veo que no -comentó con ironía.

Su tono ronco revelaba su excitación.

– Niall está en la habitación de al lado -dijo Shea con desesperación-. Podría venir y ver…

– ¿No te ha visto besar a un hombre nunca?

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